Amarse sin conocerse
Un espectáculo bello, limpio, gracioso, larguísimo. La comedia es saltona y fácil, una repetición de situaciones lopescas y hasta del propio Don Pedro: él mismo dice en el texto que hay cosas que recuerdan su Dama duende. La base es la oscuridad y el rebozo de las damas, y el que sean ellas las principales enamoradas, una de un galán terrible que pasa toda la obra con la espada en la mano, muerto de celos, perseguido por otros, ciego por una mujer, del que cualquier mujer en su sano juicio huiría; otra, de un vanidoso macho presumido, bastante imbécil, mujeriego. Cierto que Narros exagera la comicidad y la sandez de esos personajes masculinos, pero ya en el original apuntan la caricatura. En cambio, saca adelante un personaje secundario y de relleno al que da acciones mudas, sentimentalismo, humanidad. Todo está bien.Está probablemente menos bien la lentitud, la demora, el retraso de la acción, que no parecen corresponder a lo chispeante del irregular suceso, aunque ya Calderón se preocupa de repetir y hasta reiterar con exceso la fábula inverosímil, suponiendo que el público no la entendería de una sola vez. El retardo en la locución hace prosa del verso, aunque algunas bellas frases quedan clavadas; y hace que los actores se vean en dificultades para realizar movimientos que tienen que ser rápidos o evasivos mientras tienen que decir sus palabras en demasiado tiempo. Pero ésa es la marca de la casa: uno de los estilos de Narros, y se supone que si lo percibe en su silla de director en los ensayos y lo deja así es porque cree que ése es el arte teatral.
Mañanas de abril y mayo
De Pedro Calderón de la Barca. Música de Fernando Palacios. Intérpretes: Ernesto Arando, Víctor Villate, José Luis Chavarría, Amparo Marín, Eva Morillo, Claudio Pascual, Fernando Conde, Pepo Pedroche, Paco Ureño, Ángeles Martín. Asesor musical: Víctor Pagán. Vestuario: Miguel Narros. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Escenografía: Andrea D'Odorico. Dirección escénica: Miguel Narros. Teatro de Madrid.
Los otros recursos de Narros son, como siempre, inteligentes y bellos, y creo que mejoran la obra. Lo que en la época eran convenciones o pactos libres entre el escritor y el público, como la imposibilidad de reconocerse unos a otros por un simple manto, como si la voz o los ademanes de las personas queridas no existieran, o las confusiones en una habitación medio iluminada eran algo mas fáciles de entender en un Madrid sin luz y noche larga, pero, sobre todo, permitían ese resorte eterno del teatro que es el de que los espectadores sepan más de lo que sucede que los propios personajes, puedan predecir el futuro inmediato y se rían de los miedos de los criados. Narros, ante esa inverosimilitud, lleva a los actores a la comicidad abierta, con tipos como el de Don Hipólito (Fernando Conde), donde el actor y la dirección crean la imbecilidad conducida por la prosopopeya, o en el celoso de la espada en la mano (lo cual es ya un acierto de dirección), gritón y escapado (Víctor Villate), y saca adelante algo que está en Calderón mas disimulado, que es la iniciativa de la mujer sobre el hombre, la osadía amatoria de Doña Ana (Ángeles Martín, con bella voz y con brío) y los enredos de Doña Clara (Amparo Martín); damas que toman el cuchillo o la espada y pelean con los hombres y les dominan. Si esto pasa con los juegos de galanes, los cómicos, las "figuras de donaire" hacen todas las tropelías posibles: uno de ellos está caracterizado como un fusilado del 2 de mayo de Goya, con los pelos crespos y alborotados y la blanca camisa abierta y los brazos muchas veces en cruz. Hay chistes, grandes y pequeños, añadidos como acciones mudas, que se suman a la obra.
Gustó mucho, a pesar de la longitud soportada en sillas que no son cómodas y en un local grande y con poca acústica para la comedia. Aplaudieron, los aplausos arreciaron ante la presencia de Ángeles Martín y de Fernando Conde y se multiplicaron con la breve aparición de Miguel Narros.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.