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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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El Museo de Artes Decorativas, otra vez ORIOL BOHIGAS

Me han llegado algunos rumores -o noticias concretas aunque inciertas- sobre la intención del Instituto de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona de destinar esfuerzos y dinero a la recomposición del Museo de las Artes Decorativas -o de las Artes Aplicadas, o del Arte Industrial, o de la Artesanía y el Diseño, etcétera-, que desde la guerra civil ha sufrido tantos altibajos. La mayor parte de barceloneses ni siquiera saben dónde están almacenados y expuestos, en parte, los fondos que posee la ciudad en esta línea tan específica y tan enraizada en la cultura de Barcelona. Los restos de este descompuesto museo se pueden encontrar en diversos rincones del llamado Palacio Real de Pedralbes, con tan poca información y con actividades tan limitadas que no logra más que un número de visitantes rigurosamente escuálido.El problema de los museos de Barcelona es la historia de una constante paradoja. Se han hecho algunos esfuerzos, se han reordenado algunos temas, se han construido edificios, pero continuamos con museos sin contenido y contenidos sin museo. Las dos grandes colecciones que poseemos desde hace años no se pueden exponer porque no tienen un lugar adecuado. La más importante de estas colecciones es la del Museo Nacional, que está repartida y mal ubicada, esperando -desde hace cerca de 20 años- que se acaben las obras de ampliación y rehabilitación del Palau Nacional de Montjuïc. Pronto se va a cerrar el Museo de Arte Moderno de la Ciutadella para la ampliación del Parlament y no habremos sido capaces de reunir en una línea coherente la historia completa del arte catalán como se había logrado en los años de la autonomía republicana. Todo el catalanismo identitario que intenta ahora gobernarnos se hunde estrepitosamente cuando ni tan siquiera se le ve capaz de exponer las muestras más evidentes de esta identidad.

La otra colección importante es la que debería corresponder a ese Museo de las Artes Decorativas, tan cuantiosa y significativa que sin duda merecería la constitución de un Museo Nacional paralelo. Sólo una pequeña parte de esta colección está expuesta. El resto sigue almacenado: vidrios, relojes, muebles, carrozas antiguas, aparatos funerarios, pintura decorativa, joyas, objetos cotidianos, arquetas, etcétera. Otra parte está dispersa en otros museos, como es el caso de la cerámica -con una endeble organización autónoma-, el de los muebles modernistas apropiados -acertadamente, como solución provisional ante tantas carencias- por el Museo de Arte Moderno o el de los instrumentos populares que están arrinconados en el Poble Espanyol. En los primeros años noventa se encargó a Juli Capella y Quim Larrea una colección de diseño moderno, forzando donaciones y depósitos. Ahora está expuesta con escaso entusiasmo en el Palacio de Pedralbes, aunque desde entonces nadie se ha preocupado de ampliarla, ni siquiera de establecer intercambios con otros museos que la habrían situado en un amplio contexto internacional.

Ante este complejo contenido, existe el peligro de que se intenten nuevas fragmentaciones, como sucedió con la cerámica y quizá también con la indumentaria. Por ejemplo, he oído hablar de la posibilidad de un museo del diseño. Sería un error dispersar un contenido que explica nuestra historia cultural, desde los tejidos medievales hasta los diseños del GATCPAC, desde los muebles de Gaudí a los de Correa-Milá, desde las joyas de Masriera a los utensilios agrícolas populares y los enseres domésticos de Ricard, desde las vasijas de farmacia barrocas hasta las cerámicas de Artigas, desde las carrozas setecentistas hasta el primer coche Pegaso. Lo imagino como un gran museo que, al estilo del Victoria and Albert, recogiera todos los testimonios de la cultura material, seguramente más representativa de la historia social de Cataluña que la pintura o la escultura. A diferencia del Victoria and Albert Museum, el de Barcelona podría organizarse con un núcleo central muy potente. Así como el MNAC mantiene el protagonismo del románico y el gótico, el Museo Nacional de Artes Decorativas debería centrarse en los grandes episodios de la Renaixença y del modernismo, que en su mayoría están internacionalmente valorados en el campo de la arquitectura, la artesanía y el diseño. Pensar -como alguien afirma- en un museo del modernismo es un error parecido a los intentos del museo del diseño y a la experiencia negativa del Museo de Cerámica. La cultura catalana no es tan difusa ni tan explosiva. El arte aplicado en sus diversas materias y periodos históricos se debe explicar unitariamente.

Está también el problema de la ubicación de este museo. Vistas las circunstancias actuales, la mejor es, sin duda, el mismo palacio de Pedralbes. Aunque se destine una parte de la planta baja a recepciones oficiales y a fórmulas más o menos congresuales, hay espacio más que suficiente para el museo, desmontando el salón del trono, la sala de baile y las instalaciones obsoletas, y ocupando los pisos superiores, donde, por cierto, todavía están expuestos algunos interiores barceloneses -los afectados por la apertura de la Via Laietana- como muestras resistentes del Museo de Artes Decorativas inaugurado por la República cuando se incautó de las residencias reales. Esta reinstalación sería también un reconocimiento del acierto político de aquellas incautaciones.

Me parece que éste es el duodécimo artículo que escribo sobre este tema. ¿Habrá que seguir insistiendo?

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