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El punki castigado

MATÍAS MÚGICALeí en estas páginas hace unas semanas que un par de punkis se salvaron por los pelos, gracias a la Ertzaintza, de ser linchados por una multitud enfurecida de ciudadanos que los perseguió después de que uno de ellos en una discusión le pegara un navajazo a un ciudadano. Quedé impresionado. Si seguimos así -pensé-, tal vez en pocos años, como ahora se ruedan películas como Gitano, se llegue a rodar alguna titulada sencillamente Vasco, sin más argumento que la esencia legendaria de nuestra raza. El suceso, en todo caso, me empuja como proustiana magdalena por la cuesta de la rememoración.

Recuerdo, con incongruencia solo aparente, una serie de televisión, cutre y genial, de Adolfo Marsillach, en la que un autor presentaba a la censura una obra de teatro, La Honradez Recompensada, de muy alto vuelo moral, cuyo argumento resumo: un padre de familia numerosa encuentra un sobre con una gran suma de dinero, que le hace mucha falta. Tras una batalla interior solo comparable a la de Raskolnikov antes de matar a la vieja, el probo ciudadano devuelve la pasta. El dueño lo recompensa generosamente. Cantan querubines y siembran a voleo pétalos de rosa. Hasta aquí la obra. Pero las cosas se le tuercen un poco al autor: el censor, aunque alaba el mérito de la obra, pone peros al título: sugiere añadir el adverbio siempre, para que ya en el título quede claro que no se trata de una anécdota aislada y casual, que podría haber sucedido de otra forma, sino que el virtuoso indefectiblemente acaba por recibir su premio, si no en este mundo, en el otro: La Honradez Recompensada Siempre. A los días, asoma de nuevo el censor: se le ha ocurrido -dice- que para redondear la obra falta en el título algo que deje claro que estas cosas suceden muy especialmente en España, ya que todos sabemos cómo se las gastan los extranjeros. El título, así, sería inatacable: La Honradez Recompensada Siempre en España. Y nada: a los escenarios.

El caso es que ante el suceso de Donosti, donde se demuestra el santo celo de una ciudadanía ante la agresión de unos indeseables, yo, como el censor de Marsillach siento el deseo irrefrenable de ir un poco más allá de la anécdota y no perder la ocasión de sacar a lo sucedido todo su jugo y su ejemplaridad. El Punki Castigado; no está mal, desde luego, pero quizás se queda corto: habría que insistir en que nuestro país, tan vilipendiado por los extranjeros (los de fuera y los de dentro), es por regla general espejo de intachable rectitud moral; vean, si no, nuestras calles, más libres que ninguna de la lacra de estos piojosos. La ciudadanía vasca, sin que nadie se lo pida, simplemente llevada por su insobornable sentido de lo justo, coopera como un solo hombre con su policía en la persecución de los antisociales. ¿Miedo aquí? Los que tienen miedo son ellos, los de fuera, que allí te encuentras un punki cada diez metros, y si te pega, no esperes que nadie te defienda. Qué va. Campan por sus respetos. Aquí, tenemos unos ciudadanos con toda la barba y de pelo en pecho, que no son capaces de permanecer pasivos ante la agresión injustificada y saben cortar el mal de raíz. Que aprendan los que nos critican: no basta decir que para eso está la policía: una ciudadanía que no está dispuesta a poner nada de sí en la lucha contra la delincuencia, que delega absolutamente en la policía, es cobarde, pusilánime y egoísta, y cuando finalmente los piojosos se hacen con la calle, solo a sí misma puede reprochárselo. Esto, como bien claro lo proclama la noticia de San Sebastián, aquí no pasa: los antisociales han topado con los vascos. Se creerían que aquí iba a ser como en Valladolid o en Burgos. Pues no. Los Punkis Castigados Siempre en Euskadi, lo sabe todo el mundo.

Le sugiero al Gobierno vasco que encargue la obra a alguno de sus escritores prebendados, que son muchos y buenos. El estreno podría ser un acontecimiento; podría ser también -debería ser- un punto de inflexión en el rearme moral que tanto necesitamos ante el esfuerzo de tanto brunetista por presentarnos como unos pusilánimes y unos cómplices por pasividad en la intimidación general. Es mentira, lo hemos demostrado. Gora Euskadi, y que mueran los punkis.

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