Los hospitales palestinos, bloqueados y sin medios para atender a los cientos de heridos
No hay sitio para los heridos. Los hospitales palestinos están desbordados. Un puente humanitario comunica desde ayer Cisjordania con la capital jordana, Ammán, tratando de aliviar la critica situación sanitaria, que podría agravarse fatalmente en las próximas horas por falta de medicamentos, pero sobre todo de sangre. Los suministros médicos no pueden llegar a los centros hospitalarios por culpa del bloqueo de las carreteras impuesto desde hace dos días por el Ejército israelí. El personal médico también tiene dificultades para llegar a su trabajo y atender a los centenares de heridos.
"Se nos mueren en las manos", se lamenta el doctor Mohamed Jalil, especialista en cardiología, mientras permanece de pie en la unidad de cuidados intensivos del hospital central de Ramala, uno de los centros sanitarios más importantes administrados por la Autoridad Nacional Palestina. Le preocupa ese cuerpo inmóvil, el de uno de los últimos heridos por las refriegas con el Ejército israelí.Rani tiene 19 años. Una bala dum-dum de los israelíes, de las que explotan dentro del cuerpo y que están prohibidas por las convenciones internacionales, lo ha condenado a algo peor que la muerte. De ahora en adelante, este joven universitario no podrá moverse ni valerse por sí mismo; ni siquiera hablar. La carga mortífera le entró por el cuello y le salió por la espalda a la altura de la cintura. En su trayectoria, el explosivo le segó la vena aorta en el cuello y le ha roto prácticamente todas las vértebras de la columna. El diagnóstico es desesperado.
"No es el único. En el hospital tenemos otros muchos heridos como él destrozados por los disparos de las balas dum-dum", se queja el director clínico, Kayed Saadah, atento a la pantalla de un monitor donde una lucecita se desplaza permanentemente de izquierda a derecha confirmando que aún permanece con vida.
Rani será trasladado en las próximas horas a un centro sanitario de Jordania, en una expedición diseñada por las autoridades palestinas y el palacio real de Ammán que tiene como principal objetivo vaciar los hospitales de Cisjordania y Gaza, esencialmente las exiguas camas de las unidades de cuidados intensivos, que desde hace días se encuentran, como el resto del hospital, colapsadas. Rani no será el primero en llegar a Jordania; antes que él lo ha hecho Jamal al Durra, un vecino de Gaza tiroteado mientras trataba de proteger el cuerpo sin vida de su hijo Mohamed, de 12 años de edad y cuya muerte fue filmada por un cámara de la televisión francesa. Se espera que en las próximas horas un total de 30 palestinos más, entre ellos Rani, serán transportados en helicópteros militares jordanos a hospitales de Ammán.
"Lo peor no sólo es que no haya sitio. Lo más grave es que empiezan a faltar determinados medicamentos. Falta sangre. Estamos en una situación crítica. Nos estamos comiendo las reservas", continúa el doctor Saadah mientras ojea el informe de un penúltimo ingresado, también por una bala dum-dum israelí.
El Ejército y las autoridades israelíes han sometido este hospital a un hermético asedio. Los suministros y medicamentos no pueden llegar. Las carreteras están cortadas. La situación afecta también a numeroso personal médico, que vive fuera de la ciudad y que se ve incapaz de alcanzar su lugar de trabajo. El hospital funciona en muchos casos gracias al trabajo de los voluntarios.
La jornada en el hospital Central de Ramala no ha hecho más que empezar. En el exterior se oyen los primeros disparos. Una escuadrilla de helicópteros de combate israelí sobrevuela en incursiones rasantes los tejados de la ciudad. Desde el interior del aparato los soldados disparan de manera indiscriminada. Tratan de dispersar a los manifestantes que se concentran muy cerca del cuartel general de las tropas israelíes en Cisjordania y del asentamiento judío de Beit El, donde una comunidad ultraortodoxa protege la emisora de radio Aruz-7, la voz de los colonos, desde donde impartieron las consignas que acabaron con la vida del primer ministro Isaac Rabin.
"Tengo que volver al trabajo", se excusa el doctor Jalil con resignación. En el exterior se empiezan a sonar las sirenas de las primeras ambulancias. Detrás de ellas llegan los coches de los familiares. El dolor y las lágrimas invaden ya los pasillos del hospital Central de Ramala. Todos preguntan por sus hijos.
"He denunciado la situación ante la Cruz Roja Internacional. La comunidad occidental tiene que hacer algo para parar esto", anuncia con voz cansada el ministro de Sanidad palestino, Ryad al Zanoun. Sobre su mesa se amontonan las estadísticas, con una contabilidad macabra. Los heridos internados en hospitales superan el millar. Más del 50% son adolescentes menores de 18 años y el 77% tiene heridas en la parte superior del cuerpo, no se cansa de divulgar el ministro.
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