Escándalo en Las Ventas
Ni los más viejos del lugar recordaban algo semejante: siete sobreros en el redondel. No todos a montón, sino uno detrás de otro: siete. Los siete, sustitutos de otros tantos toros, inválidos. Y, por si fuera poco, los siete inválidos también. Toros no devueltos al corral padecían igual invalidez y sólo les salvó la campana. O sea que, oidos los clarines para cambio del primer tercio, parecía como si las invalideces quedaran condonadas.Pero qué va. Cambiado el tercio el toro salvado por la campana acentuaba su maluria pertinaz y se venía al suelo. Hubo uno al que ni la campana salvó. Llegaron a ponerle un par de banderillas en su asendereado lomo, lo cual causaba un efecto atroz viéndolo yacente (banderilleado y yacente: dios no nos lo perdonará). La protesta del público fue tremebunda y el presidente, que era el comisario Luis Torrente, lo devolvió al corral.
Ybargüen / Bote, Uceda, Dávila
Toros de Ramón Sánchez Ybargüen, con cuajo; cuatro devueltos por inválidos; se lidiaron dos titulares y los sobreros corridos en 1º y 6º lugar. Más sobreros (salieron siete): tres de Juan Albarrán: 3º, en sustitución de otro del mismo hierro y este de otro de Hermanos Astolfi, devueltos por inválidos. 5º se sentó en plena faena y fue apuntillado. 6º, de Benítez Cubero, devuelto por inválido. El público abroncó repetidas veces la escandalosa invalidez de los toros y lanzó almohadillas al ruedo.El comisario Luis Torrente presidió con ejemplar cumplimiento del reglamento. José Luis Bote: cinco pinchazos, estocada corta y dos descabellos (silencio); pinchazo -aviso-, dos pinchazos y metisaca muy bajo (silencio). Uceda Leal: pinchazo y estocada atravesada (silencio); se sienta el novillo y es apuntillado (gran bronca y almohadillas). Dávila Miura: pinchazo hondo atravesado trasero, dos descabellos y se echa el toro (silencio); pinchazo bajo y estocada caída (silencio). Plaza de Las Ventas, 1 de octubre. 3ª corrida de feria. Cerca del lleno.
La explicación de por qué se caen los toros nadie la da. Y aún menos explicación tiene que se caigan todos los toros de una corrida, más los sobreros hasta sumar 13, lo que equivale a dos corridas de toros enteras y uno más.
Todos inválidos. Bien presentados, con su cuajo, apenas aparecer en el redondel ya estaban hocicando o pegándose costaladas. Los que devolvieron y los que se lidiaron. Los 13.
De los lidiados, dos que constituyeron el lote de Uceda Leal producían vergüenza ajena. Por los propios toros y por el propio torero que con un descaro asombroso se ponía a hacer posturas delante de aquellos proyectos de cadáver, pretendiendo torearlos. El primero de ellos, a cada pase que daba se le desplomaba. El segundo se sentó de repente y mugió ahí me las den todas. Lo hizo tres veces y a la tercera ya no se quiso levantar. Hubieron de apuntillarlo y aquel acto constituía una vileza intolerable.
En la corrupción que domina la fiesta de los toros la vileza está a la orden del día. Dominan la fiesta unos mangantes sin escrúpulos de ningún tipo, desconocedores de la ética, autores del grosero deterioro que padece este espectáculo secular.
Son, si bien se mira, delincuentes.
Las protestas que provocó el escándalo sin precedentes de Las Ventas pudieron dar lugar a un serio conflicto de orden público. Hace años se habría producido, con balance de detenidos. Pero no entre los espectadores sino entre los responsables de esa estafa perpetrada en toda regla. El ganadero y la empresa por delante. Los coletudos beneficiarios de las invalideces, también.
José Luis Bote, bastante destemplado con el primer toro, se puso pesadísimo intentando sacarle derechazos al cuarto y llegada la hora del aviso, la emprendió con los naturales, de los que no logró dar ni uno. Acabó metiéndole al toro un metisaca alevoso por cerca del costillar. Este no es mi Bote, que me lo han cambiado.
De Uceda leal, el torero de las mil oportunidades (ningua aprovechada) ya se ha dicho: él y los inválidos. Dávila Miura aplicó a los de su lote trasteos voluntarioso sin despertar ningún interés salvo constatar lo ajeno que se siente para el arte, la mediocridad que le invade en la interpretación del toreo, sea el de gusto, sea al de técnica y recurso.
Lo importante, sin embargo, se deriva de los increíbles sucesos que se produjeron en el ruedo venteño con la tenaz invalidez de los toros. El público pedía la cabeza de alguien. Y antes que la cabeza, la devolución del importe de las localidades.
Hay una empresa arrendataria de la plaza a la que recientemente se ha renovado el contrato de explotación. Hay una Comunidad de Madrid que es el ente arrendador y renovador. Hay una autoridad competente que está obligada a investigar lo sucedido y poner en la picota a los implicados. Y hay unos ganaderos y unos toreros que tampoco de se deben ir de rositas.
En las plazas de por ahí no se crea que la fiesta es mejor. Antes al contrario es peor. En las plazas de por ahí salen los toros sin trapío, sospechosos de manipulación fraudulenta, igual de inválidos o más que en Las Ventas. La enorme diferencia estriba en que por esas plazas al público le dan igual los toros y a los toreros les conceden orejas, mientras en Madrid hay una afición alerta y (a veces) un presidente ejemplar que cumple y hace cumplir el reglamento.
Babelia
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