Una discoteca en Auschwitz
La prensa ha informado de la apertura de una discoteca en el almacén de ropa y cabello de los prisioneros de Auschwitz. Es una de las noticias más horrendas de que hemos tenido conocimiento en los últimos meses. Adorno dijo que después de Auschwitz no era posible escribir poesía: de tal relieve era lo sucedido en el campo terrible. (Brecht lo dijo de otro modo, con más confianza en la palabra: "¡Qué tiempos éstos en que / hablar sobre árboles es casi un crimen / porque supone callar sobre tantas alevosías!"). Pero no solo se ha seguido escribiendo poesía, lo que era previsible, porque, contra lo que significaba el atroz episodio, los hombres continuaron siendo criaturas capaces de alcanzar la plenitud del lenguaje, y las vilezas de algunos miembros de la especie no pudieron destruir la facultad de poetizar, incluso la de poetizar las horrísonas desdichas de los campos. El poeta Carlos Edmundo de Ory es autor de un poema breve, cuyo enunciado lo constituye solamente la enumeración de los nombres de los campos, que cierra, a modo de estribillo, el grito ritual "Heil Hitler!". Es decir "Treblinka Treblinka Treblinka / Heil Hitler". Y después siguen, en letanía, Büchenwald, Plotzensee y Auschwitz. Un poema de intelección universal, que puede ser español, pero también alemán, francés, inglés, etcétera. Un poema en el que el poeta se veda cualquier palabra propia para construir sus versos con los nombres que designan los campos de la muerte y el grito ritual de saludo a uno de los monstruos que más ha estigmatizado a la especie humana. Pero que hizo realidad -conviene no olvidarlo- el sueño de todo racista, sea de Múnich, de Alabama, de Martos o de El Ejido. La levedad y la frivolidad son signos de los tiempos. Adorno, que decretaba la muerte de la poesía porque ni era decente ni poético encontrar expresión adecuada para representar un universo dominado por la ignominia, no habría sabido qué decir, que más decir ante la reconversión de tan sórdido almacén de la muerte en una discoteca. El nazismo envileció a los verdugos, pero también envileció, ha envilecido, a quienes lo contemplaron con indiferencia -dicen que con ignorancia: mienten- y a quienes hoy tratan de revisar las magnitudes del genocidio, y no digamos a quienes, al cabo de los años, han resucitado los símbolos del espanto. Pero quisiera añadir que el nazismo también envilece a esos empresarios capaces de levantar una discoteca en Auschwitz, a ellos y a quienes les han dado los permisos correspondientes y a quienes asistan a tal antro, y envilece asimismo -sigue envileciendo- a todos aquellos que no tienen conciencia viva de lo ocurrido, y aún más: el espectral nazismo envilece a cuantos repiten las hazañas y actitudes de las camisas pardas, como ocurre hoy, por ejemplo, en las calles del País Vasco. Y envilece, en fin, a cuantos prefieren no mirar a ese pasado y considerarlo un triste episodio concluso, en cuyo nombre no podemos sacrificar, los burgueses europeos y americanos, nuestro derecho a ser felices. Generaciones enteras están creciendo en el desconocimiento de Auschwitz -y de Treblinka, y de Büchenwald, y de Plotzensee-; generaciones para las que el mundo parece reducirse a un puesto de trabajo lo mejor recompensado posible y aquí paz y después gloria. La desmemoria se viste de frivolidad y narcicismo, y a quienes no la suscriben les queda el dudoso honor de ser llamados antiguos, anacrónicos, aguafiestas, etcétera.
La discoteca de Auschwitz es una bofetada a la conciencia universal, una enorme defecación en la memoria de las víctimas. Pero la desmemoria que ha permitido diseñar el antro musical es, como mínimo, igualmente culpable. Esa desmemoria que da hoy alas a tantos individuos para ir por el mundo haciendo de su capa un sayo y conculcando día a día, de un modo u otro, los derechos humanos. Se dice que nuestro tiempo ha dejado de ser trágico para ser sólo dramático. ¿En quiénes se piensa cuando se hace esta afirmación? ¿En los africanos que tratan de cruzar el estrecho de Gibraltar para abandonar el hambre y la miseria de sus territorios nativos regidos por sátrapas inmisericordes? ¿En los europeos de los países del llamado socialismo real (donde el asesinato fue también ley) que alcanzan la Europa occidental escondidos en infames camiones peor que si fueran bestias de carga?
No; la tragedia, lo trágico sigue alentando en el mundo y también en España. Los horrores del País Vasco, donde se insulta a las víctimas después de matarlas y las penosas arribadas de náufragos a nuestras costas del Sur, aunque posean etiologías distintas, son la confirmación contundente -son sólo dos ejemplos, entre otros muchos- de que no es posible borrar la tragedia con los colorines de la televisión, el teléfono móvil, Internet, el cochecito, la blanca plenitud de los electrodomésticos y el bien cuidado pisito hogareño.
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