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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Algún día se recordarán estos días

En Euskadi se están viviendo jornadas decisivas; para los vascos y para todos los españoles. La masiva manifestación que ayer recorrió las calles de San Sebastián por la vida y la libertad, y en defensa de la Constitución y el estatuto, tuvo la emoción de la que se celebró en Madrid días después del intento de golpe del 23-F, hace casi 20 años. Como suele ocurrir en situaciones extremas, lo mejor y lo peor de la condición humana se están manifestando ahora en el País Vasco, y junto a expresiones muy visibles de cobardía moral aparecen admirables ejemplos de dignidad y valor cívico. La convivencia democrática de mañana se está construyendo, sin que apenas nos demos cuenta, sobre el heroísmo callado de los miles de ciudadanos directamente amenazados por ETA que resisten a los terroristas y a la tentación de la equidistancia.Nunca faltan pretextos para no enfrentarse a ETA. Que las consignas de la manifestación no son las más adecuadas, que alguien ha insultado a los nacionalistas, que lo va a capitalizar Aznar, que por qué tienen que participar gentes de fuera. Sin embargo, como dijo ayer el secretario general del partido comunista, Francisco Frutos, "frente al asesinato no valen los matices". Como no valían tras el 23-F, cuando la lucha por la libertad se identificaba con la defensa de la Constitución, incluso para quienes no la habían votado.

Desde diversos ámbitos, no sólo nacionalistas, se han criticado los lemas de la manifestación de ayer argumentando que la mención a la Constitución y al Estatuto impedía participar a los que se identifican con esa ideología. Aparte de lo ridículo que resulta que quienes llevan 20 años gobernando en el País Vasco merced a esas leyes las impugnen por razones que no saben explicar, el planteamiento es en sí mismo discutible. Destacados nacionalistas, como Emilio Guevara, expresaron su adhesión pública a la convocatoria, y sin duda muchos votantes del PNV y EA participaron en la manifestación.

Esos sectores se atienen a la que fue doctrina del nacionalismo democrático antes de la embarcada soberanista de Egibar y Arzalluz: que la aprobación del Estatuto permitió el reconocimiento retrospectivo de la Constitución de la que emanaba. No sería inteligente rebajar los principios por debajo de lo que esos sectores nacionalistas opuestos a los pactos con el mundo de ETA asumen como propios. Además, es falso que los vascos rechazaran la Constitución, como aseguró Ibarretxe en el pleno parlamentario del viernes. Sólo el 30% de los vascos votó en contra, y es deshonesto apropiarse de la abstención para que cuadre el argumento.

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Pero hay razones más inmediatas para defender la oportunidad de poner en primer plano, junto a la defensa de la vida y la libertad, la del marco constitucional y estatutario. Hoy existe un acuerdo general en considerar que dos motivos esenciales de la reproducción generacional de la violencia han sido la legitimación exterior, que considera a ETA expresión de un conflicto político, y la impunidad (psicológica y de hecho) en que se ha movido el radicalismo juvenil en el que recluta el terrorismo sus pistoleros. Pero cada día está más claro que un tercer motivo ha sido la permanente claudicación, en aras de la convivencia, de los ciudadanos vascos no nacionalistas. Incluso para hacer posible la recomposición un día de la hoy rota unidad democrática, parece lógico empezar por afirmar la presencia de esos ciudadanos, seguramente la mayoría, que identifican su libertad con la defensa del marco democrático vigente.

El repliegue de los no nacionalistas ha tenido, entre otros efectos perversos, el de equivocar a los nacionalistas más obtusos respecto al pluralismo realmente existente: se han creído con derecho a hacer pasar por el aro a quienes no compartían su fe. La manifestación de ayer, como en su día la movilización de Ermua, tiene el significado de un hasta aquí hemos llegado frente a quienes han utilizado como arma política el temor que siembra ETA. Hacerlo era condición necesaria para invertir el rumbo que ha llevado a Euskadi al borde del abismo.

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