Marruecos y España
El próximo lunes se iniciará la primera visita oficial del rey de Marruecos, Mohamed VI, a España, lo cual nos invita no sólo a hacer un balance sobre las relaciones entre ambos países, sino también a llamar la atención de nuestra opinión pública sobre la importancia de dichas relaciones y el gran avance que han experimentado en la última década. Cuestión ésta en absoluto baladí, porque se da el caso de que la mayoría de los españoles, a diferencia de lo que ocurre con Europa o América Latina, no tienen la percepción de que las relaciones con nuestro vecino del Sur constituyan un eje prioritario de la política exterior española y que, además, contengan un enorme potencial estratégico, sociopolítico y económico. Por el contrario, tanto por un imaginario histórico acumulado en el que ha predominado la visión belicosa entre los dos países, como por una presentación recurrente de las relaciones hispano-marroquíes contemporáneas en clave de problema, la percepción popular negativa ha prevalecido más allá de lo que podría considerarse razonable en las siempre complejas relaciones de vecindad.Esta situación, hay que decir, se acompaña también de un gran desconocimiento entre la opinión pública marroquí de la intensidad de dichas relaciones y del interés español por Marruecos. De hecho, la percepción social que de España existe en Marruecos tampoco parece ser muy real, porque o bien reposa en una mirada fija en el pasado que no se corresponde con el desarrollo y la modernización experimentados en las dos últimas décadas -situación ésta que se da, sobre todo, entre las élites marroquíes y que explica su escasa motivación hacia España-, o simplemente España está ausente de la realidad marroquí, salvo cuando un acontecimiento irrumpe con virulencia en el espacio mediático, como consecuencia de la inmigración, el tomate o la pesca. Y es que, en general, la creación de imagen sobre España en los medios de comunicación marroquíes es de carácter secundario, por su nivel episódico, y más bien negativo, por su concentración en informaciones beligerantes, transmitiendo con ello una gran sensación de inestabilidad en las relaciones entre los dos países.
Esta distancia entre la realidad diplomática y la percepción social es una asignatura pendiente de peso para unas relaciones hispano-marroquíes que desde mediados de los años ochenta han avanzado notablemente en estabilidad, dinamismo y racionalidad. Aspectos positivos que, sin embargo, luchan con un imaginario popular escéptico y reductor. La lamentable consecuencia de este desfase suele ser la de sobredimensionar la competencia (pesca, agricultura, deslocalización...) y no valorar los mucho más importantes intereses comunes (geopolítica, emigración, inversiones, intercambios culturales...).
Pero lo cierto es que, después de más de dos décadas en las que las relaciones entre España y Marruecos se caracterizaron por continuas tensiones y conflictos territoriales derivados de un incompleto proceso de descolonización en el Sáhara, la integración de España en la Comunidad Económica Europea en 1986 (que permitió a nuestro país encontrar su propia referencia, superar su pasado de aislamiento y, a continuación, dirigir con más sosiego su mirada hacia el Sur) y la evolución del conflicto del Sáhara en 1991 (cese del fuego, intermediación de la ONU y decisión de celebrar un referéndum), que permitió a España inhibirse y mantener un escrupuloso neutralismo, contribuyeron de manera definitiva a reorientar positivamente las relaciones entre los dos países. Así, España fue consolidando su condición de país miembro de la Europa del sur y, consciente de que la seguridad y estabilidad del sur del Mediterráneo garantizaban las nuestras, afirmó su política mediterránea y asumió la prioridad de las relaciones con Marruecos, lo que vino a significar convertirse en el defensor de este país en las instancias europeas e interiorizar la idea de que para garantizar la seguridad y estabilidad en nuestra frontera sur era necesario desarrollar la cooperación y los lazos económicos (y la España franquista, a diferencia de Francia, sólo supo establecer, con su protectorado en Marruecos, relaciones de tipo militar).
Toda esta evolución creó el ambiente necesario para que las relaciones políticas y económicas fructificasen. La firma del Tratado de Amistad y Cooperación en 1991, la institucionalización de una cumbre anual de alto nivel, la firma de un acuerdo de cooperación militar en 1989, el reforzamiento de la cooperación bilateral, el desarrollo de una diplomacia multidimensional orientada también hacia los operadores económicos, los líderes de opinión y, en general, los representantes de la sociedad civil marcarán los principales avances políticos. En la esfera económica, basta con señalar que, desde 1989, España es el segundo socio comercial de Marruecos, después de Francia, y que, con excepción de los países de la OCDE, Marruecos es el primer cliente de España; es decir, que España está presente en el proceso de desarrollo y de modernización de la economía marroquí, y que para Marruecos el mercado español es una salida necesaria para su crecimiento económico y su desarrollo social. Es más, el ritmo de los intercambios comerciales y las inversiones españolas en Marruecos, si bien es ascendente, le corresponde aún crecer mucho más, dadas las potencialidades que se abren en las relaciones entre ambos países.
Sin duda surgieron nuevas competencias en las relaciones hispano-marroquíes derivadas de la competitividad en los productos agrícolas mediterráneos desde la entrada de España en la UE, y continuó la disensión a la hora de renegociar los acuerdos de pesca, pero la dramatización que alcanza esa competencia económica no se corresponde con el resultado que finalmente se consigue; esto nos debería hacer pensar conjuntamente que lo emocional se injiere y el imaginario social agranda esos conflictos de interés, con el inconveniente de que dicha sobredimensión perjudica las relaciones políticas e impide la valoración social de las grandes oportunidades de cooperación económica que, sin embargo, existen entre los dos países; tanto en el campo energético, telecomunicaciones, turismo, sistema financiero, formación e, incluso, como han señalado brillantes expertos en la materia, en los propios productos que compiten (en el marco de la transferencia de tecnologías, en la gestión de la oferta, en estructuras de comercialización, en la política de desarrollo rural...).
La emigración marroquí en España, fenómeno también nuevo que prácticamente arranca a mediados de los años ochenta, es otro nexo más entre España y Marruecos que debe ser comprendido como un interés común y un elemento más de complementariedad entre los dos países. De hecho, la inmigración no es ni más ni menos que un factor de desarrollo recíproco entre España y Marruecos, y, por tanto, su percepción debe prescindir de paternalismo (visiones románticas o victimistas) y de sensacionalismo (como si se tratase de un fenómeno incontrolado que nos amenaza), entendiéndola simplemente como una necesaria dimensión hispano-marroquí de alcance económico, social y humano.
En realidad, lo que a las buenas relaciones hispano-marroquíes les falta es profundizar en la dimensión cultural y educativa. La falta de acicate y de instituciones de investigación que fomenten los estudios sobre España en Marruecos, y viceversa, es un lastre en esas relaciones, como lo es la ausencia de información y conocimiento sobre el otro país, su entorno geográfico, histórico y cultural-religioso que se observa en los respectivos sistemas de enseñanza. Difícilmente se podrá ampliar la cooperación y asociación hispano-marroquíes y superar los prejuicios entre ambas sociedades en tanto que nuestros respectivos sistemas educativos no dediquen a España y Marruecos una enseñanza más amplia, sosegada y objetiva, y en tanto que no se amplíe el papel del mundo universitario y los intercambios entre las élites. De ahí que en las relaciones hispano-marroquíes no se dé suficientemente una dinámica de cooperación directa y descentralizada entre ambas sociedades que surja de manera espontánea y autónoma.
Por ello, la visita de Mohamed VI a España es una excelente ocasión para fomentar esta reflexión. Y, lo que es muy importante, el monarca goza de buena imagen en España por sus iniciativas a favor de la democratización en Marruecos, lo cual es un factor de gran alcance -que esperamos sea sabiamente incentivado durante su visita- para afrontar ese reto fundamental de las florecientes relaciones hispano-marroquíes que es construir una percepción social positiva de las mismas.
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.
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