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Diálogos con el cabrero

EDUARDO URIARTE ROMERONeocatólicos, krausistas y liberales, angustiados a finales del siglo pasado por la idea de España, encontraban respuesta a su búsqueda en el diálogo con un cabrero en la Sierra de Guadarrama. Allí, en el filo de la realidad, en los restos de un país que desaparecía, en un insulto a la modernidad, alzando un altar a la idea, encontraban España. Tanta negación tenía que acabar en la Guerra Civil. Hasta que Maravall, después de la guerra, negara la idea para posibilitar el encuentro entre los españoles, hasta ese momento, no empezó a resquebrajarse la justificación del totalitarismo vencedor entre la intelectualidad superviviente. Hasta que no se pensó que la patria era voluntad de los ciudadanos, con sus problemas y retos ante la realidad, y no una idea preconcebida, la lógica de la violencia había estado garantizada en nuesto país.

Cuando el nacionalismo español empezaba a caer en una profunda crisis, el vasco se fue reactivando. Al vasco también le gusta las sierras y los aldeanos. Y así, al igual que a aquel, le cuesta encontrar Euskadi en la complejidad, pluralidad y modernidad de los centros urbanos. La encuentra en un mitin en un campa, con un discurso hecho desde la aldea, lo mismo que aquellos apasionados españoles con el cabrero, y desde la aldea, recreada en una falsa idea, interpreta la realidad. Luego, la distancia entre la realidad y la abstracción idealista se solventa, como en todo momento y lugar, con la necesidad de la violencia.

¡Cómo demostrar que es más Euskadi Bilbao que la romántica aldea! Es imposible. Con argumentaciones racionales es imposible, porque la aldea ya no es aldea, es un acumulador de emociones, de sentimientos, de negaciones, de tradiciones, crisol de valores eternos, inmutables y esenciales. Los ambientes urbanos, repudiados ya en su día por Nocedal, Sabino Arana o Menéndez Pelayo, por laicos, mestizos, mercantiles, complejos y pragmáticos, escapan a la redondez de la idea inventada por todo nacionalismo. En la actual sociedad semejante idea es difícil de encajar. En esa sociedad se decide lo que se quiere ser, y muchos deciden de forma contrapuesta; quieren ser diferentes seres, no ponen la idea carcelera y opresora por delante. Se decide para ser, y ser cosas diferentes: la libertad ciudadana no asume el "ser para decidir". La gente ha ido decidiendo lo que desea ser, lo hace desde la desaparición del Caudillo, aquel defensor de la España donde no cabían la mayoría de españoles de carne y hueso. Deciden aunque no guste al nacionalismo. Sea el nacionalismo que sea.

"Se sienten, ¡coño!". "Se sienten" hasta la llegada de la autoridad, "militar, por supuesto". Con Gobierno en minoría y posible prórroga de presupuestos, nos sentamos a esperar. La Euskal Herria ansiada por el nacionalismo no se ajusta a la del Estatuto, ni a la del Amejoramiento; es un sueño ideal que, por serlo, tiene que ser forzado, por supuesto. Aunque después muchos de buena fe no entiendan por qué tanta desgracia, por qué esa "cuestión de carácter".

Desde el empresario que cae abatido, al concejal acribillado en su tienda de caramelos, todos son demostración de la ansiedad, del conflicto -no entre unos y otros, que aquí solamente unos son los que cazan enemigos inventados. De la ansiedad que produce la distancia en otra dimensión entre la Euskal Herria imaginada por los nacionalistas y la real, del conflicto interno, íntimo, personal en todo nacionalista sólo superable con la redención de víctimas inocentes. Existirá la Euskal Herria soñada porque ahí están los muertos.

¿Cómo se argumenta contra eso? No hay forma razonable que tenga éxito. Sólo un shock personal y emocional, como el que produjo la entrada de los soviéticos hasta la Cancillería de Berlín, y entonces, ante ello, reaccionan los habitantes del país de los filósofos. O el shock por agotamiento, como en el IRA, al que no fue ninguna autoridad a decirle que compartía sus principios (lo contrario, rebajaron sus reivindicaciones todos). Argumentos, junto al padecimiento del dolor, se han dado hasta la saciedad; entrega de poder también, y como si lloviese. Nada.

Aquí no pasa nada. Demostraciones del conflicto en los cementerios, cuestiones de carácter hasta en el Alarde de Hondarrabia, el que se va al exilio se va y tiene más sitio el cabrero, y seguimos esperando sentados.

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