El agua es el puente
La lluvia es grata, gratis y no demanda esfuerzo alguno por nuestra parte, ni por la de ella. Fuerzas ajenas a cualquier economía o tecnología nos la traen para convertir el agua continental en el principio más dinámico, cohesionante y creativo de lo natural y de lo cultural. Pero se nos quiere olvidar que la mayor parte de lo que propone el agua, y que invariablemente nos beneficia, precisa los cauces y los caudales que ella misma forma y mantiene.Nada sería posible en el ciclo hidrológico sin la libertad, sin ese extraño comportamiento que es errar sin ser detenido. Los vagabundeos del agua no sólo son imprescindibles para ella misma; también para la vida cotidiana de cualquier sociedad, incluso las más avanzadas, resulta crucial que al menos una porción considerable de las aguas deambule sin más limitaciones que las de su propio lecho y su destino. Un destino que acaso sea uno de los más hermosos, desde el momento en que el agua siempre desemboca en un volver a empezar. Y al hacerlo hace posible la vida, la inteligencia, el desarrollo económico y hasta el superfluo abuso que de ella misma pretenden. Toda porción de agua no usada produce más que las atrapadas en las obsesiones productivistas de los humanos desinformados.
Viaja, limpia, vitaliza, parlotea, dibuja, esculpe, entusiasma y, a veces, incluso fascina; todo eso son condiciones inseparables del agua. Pero a uno lo que muchas veces le parece más sugestivo es su fluidez, esa forma de irse marchando con una suave cadencia, una característica que determina buena parte de lo que es el agua y la vida.
La misma inestabilidad de la molécula de agua, con un enlace tan flexible entre los dos átomos de hidrógeno y el solitario de oxígeno, parece querer evocar su necesidad de cambio, intercambio y desplazamiento. De ahí su salud y su capacidad de generarla a su vez en los seres vivos y en la totalidad del paisaje. Es tal su capacidad disolvente, que precisamente en ella radica su poder purificador. El agua limpia porque tiene una gran facilidad en mancharse. Por eso va haciendo transparente lo que deja tras de sí, en el caso de que no la emborrachemos de pestilencias. El agua es capaz de limpiarse a sí misma, pero eso no estimula nuestra obligación de limpiar a lo que nos limpia. Estas imprescindibles funciones resultan imposibles sin trasiegos, sin manipulación.
El agua es fugaz fragilidad, leve inconsistencia, inaprensible aleatoriedad; es muy poco, en sí misma, pero nada construye y vivifica tanto.
Como mantiene Ilya Prigogine: "El agua trasciende los opuestos de la permanencia y el movimiento". Lo que, para el que esto escribe, viene a ser equivalente a los primeros principios de lo viviente. Quiero sugerir que la fantástica rebeldía que supone la vida frente a las leyes generales del cosmos sólo es posible con la suprema ductilidad que nos presta el agua. Con ese escabullirse de las limitaciones a bordo de una frágil inestabilidad que paradójicamente alcanza un notable grado de estabilidad. Y que, por tanto, asegura el porvenir de los sucesores. El paralelismo de esta estrategia con las condiciones y cualidades básicas del agua no puede ser más cercano.
Porque el agua, y no el que para saltarla hacemos, es el puente que unifica la condición de la materia viva, ensayando a cada instante la eternidad. Y lo hace fundando junto con la luz, que también siempre es igual a sí misma, todas las diferencias sin las que no habría vida, y mucho menos tal y como la conocemos, es decir, múltiple. Acaso la primera sorpresa es que algo tan sencillo pero tan dúctil haya participado tan destacadamente en la incuantificable diversificación de lo quieto y de lo que se mueve.
Porque el agua ha organizado los territorios internos y externos a los seres vivos, nosotros incluidos.
Para lograr todo eso, infinitamente más imprescindible que aumentar su derroche, el agua no debe ser domesticada todavía más; sobre todo porque sabemos que los beneficios de no hacerlo superan a los pérfidos e innecesarios costes del empeño puesto en que sea derrochada todavía más.
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