Buenas formas
EDUARDO URIARTE ROMEROCuando Aznar habló la semana pasada sobre el País vasco, el terrorismo y el PNV, parecía inspirado en la tesis punto de tolerancia cero pensada por el ministro de Asuntos Exteriores alemán, de militancia verde, para responder a los neonazis. Parecía excesivo que se aplicara de tal manera sobre el PNV, porque este partido, salvo algún reciente titubeo basado en el esencialismo doctrinario, nunca había sido merecedor de este tratamiento. Y aunque algunos paralelismos entre el Gobierno vasco y la República de Weimar son posibles con su pasividad alentadora del nazismo, el estadista tiene el deber de fomentar las relaciones en la búsqueda de aliados para fortalecer el sistema. Lo contrario es jugar la peligrosa e irresponsable baza de expulsarlos fuera del redil democrático.
Aunque muchos vascos tengan ganas de escuchar a Aznar lo que dijo del PNV, tal como andan las cosas en ese partido es propinarle un descarado empujón hacia fuera del sistema, propiciando los gestos y el discurso de sus personajes más radicales, quizás con el objetivo de obtener mayor espacio electoral para el PP. Desde que este partido solicitara elecciones anticipadas, todo parece girar alrededor de ellas. Sin embargo, el sistema democrático no sólo vive de elecciones. Para hacerlas en un marco democrático es necesario la estabilidad y la fluidez en las relaciones entre los partidos. Las relaciones democráticas son previas a las elecciones, de lo contrario iríamos al modelo de Perú, que de democracia tiene poco, a pesar de las elecciones.
Algunos publicistas suelen comparar las campañas electorales con la guerra, en las que vale casi todo, pero tienen la responsabilidad de un cretino. La política basada en mera propaganda, en creación de enfrentamientos rotundos para su fácil entendimiento, en bipolarizaciones maniqueas, acaba hastiando a la ciudadanía y encabronando los ánimos. No está el PNV, después del adoctrinamiento en el esencialismo soberanista, como para hacerle titubear en su creencia hacia ese sistema extranjero, ideado por masones (por ende, excomulgados) que es la democracia liberal. Sin hacer favores gratuitos, porque tampoco eso es entendible, el PP tendría que comportarse con criterio de estadista, acceder a la cortesía política -qué menos- y acudir a la cita del lehendakari. Comportase como un estadista y no como un agente publicitario en campaña.
Empiezan a existir colectivos sociales que culpan de la existencia del terrorismo a la falta de entendimiento entre los partidos democráticos. No es cierto. Al menos no lo es de una forma importante, aunque efectivamente lo favorezca. Pero, en todo caso, la falta de entendimiento es una baza entregada al terrorismo. Ni es tibieza ni cobardía: e n democracia, el respeto por las relaciones entre los partidos es reforzamiento del sistema. La búsqueda del encontronazo lo desestabiliza. Puede ser voto para hoy y desnaturalización del sistema para mañana.
Aunque sea cierto que en muchas ocasiones el nacionalismo tradicional aparece legitimando la violencia -no pone la bandera española ni un día al año en muchos ayuntamientos, le hace feos a la Justicia (no digamos al Ejército), el lehendakari no acude al Senado, expresa en muchos casos una cierta simpatía o respeto por los gudaris de ETA (el decir "estos delincuentes", como hacía Atutxa siendo consejero, pasó a la historia), etc.-, el PP debe acudir a la cita con el lehendakari si no quiere empezar a comportarse como los nacionalistas; con malas formas, con poco aprecio a las reglas del juego y cortesía que exige la democracia.
Es legítimo que el PP quiera ganar las elecciones en Euskadi, pero no a cualquier precio. El PP sostiene al Gobierno español, que tiene la más alta responsabilidad a nivel del Estado, y la más alta responsabilidad a la hora de sostener el sistema democrático, y para ello las formas son fundamentales. Debería acudir a la cita con el lehendakari. Máxime cuando el resto de las fuerzas democráticas, empezando por el PSOE, se lo están pidiendo.
En política hay que adecuar el discurso a las formas. No vale si se contradicen.
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