Nueve años postrada en un sofá
En nueve años Montse Martínez, de 68 años, no se movió del sofá. Lo único que deseaba durante todo ese tiempo, que ahora recuerda como una pesadilla, era aletargarse y soñar. No quería despertarse, y cuando lo hacía, se limitaba a ver la televisión y a comer los yogures y las madalenas, que ahora aborrece, y el queso que le dejaban encima de una mesa, al lado del sofá.Comía caliente una sola vez a la semana, el día que iba a su casa la trabajadora social que le habían asignado. La inmovilidad, la falta de cuidados médicos y la mala dieta la llevaron hasta los 120 kilos de peso. La trabajadora social era prácticamente la única relación que tenía con el mundo exterior. Separada, con un hijo y una hija, explica que se sentía "abandonada". Su hijo no acudió nunca a verla; su hija, que reside en Valladolid, lo hacía una vez cada dos meses. Las visitas duraban una hora. Tiempo más que suficiente para su estado, a juicio de Montse Martínez. "Si venía alguien a verme me alegraba, pero al poco rato me molestaba porque me privaba de dormir".
Montserrat ha ganado una dura batalla contra la depresión que empezó cuando se vio condenada a la inmovilidad y a la soledad. Nunca padeció ningún tipo de demencia y sus problemas físicos no eran tan graves como para impedirle moverse. Fue una suma de factores la que le llevó a la postración absoluta tras un tormentoso periplo por los quirófanos.
Todo empezó cuando le operaron por "unos juanetes que tenía en los pies que degeneraron en cangrena", explica. Tras 15 intervenciones, que terminaron con la amputación de los 10 dedos de sus pies, Montserrat Martínez tuvo que traspasar el negocio que tenía de perfumería. Lo superó, y también la adicción a los fármacos que tuvo que tomar para amortiguar el dolor.
Durante un tiempo ayudó a su marido en la cafetería que éste tenía. Pero todo fue a peor. Se separó de su marido y su salud empeoró. Tras operarse de tiroides engordó y los dolores por la artrosis empezaron a ser cada vez más fuertes. Dos años después, aún podía desplazarse con la ayuda de un bastón. Pero las caídas eran cada vez más frecuentes y al final, se sentó en el sofá para no moverse en nueve años.
Dormir, ésa era su única obsesión. Los servicios sociales enviaron alguna vez una peluquera a su casa, que la animaba para que se mirara al espejo, pero Montserrat no accedió nunca porque "odiaba el espejo, me odiaba a mi misma", recuerda. Era consciente de que "lo que estaba haciendo no era bueno para mi, que seguramente existía una solución, pero no podía salir de ahí, no me apetecía hacer absolutamente nada". Los intentos de los servicios sociales para que ingresara en un centro eran vanos. Se negaba por completo. Pero cada vez estaba en una situación más degradada y al final, para poder ir al baño, tenía que llamar a la Cruz Roja.
Por fin, contra su voluntad, la sacaron de casa y la ingresaron en la Residencia Albada del complejo Parc Taulí. Ingresó con problemas respiratorios, sobrepeso e incontinencia. Pasó la primera noche en el centro llorando: era incapaz de dormir en una cama.
Ha pasado casi un año desde entonces y la noche del lunes fue la primera que, sin ayuda de nadie, se desvistió, se aseó y se durmió en una cama. Ha perdido casi 30 kilos y asegura que el beso que le da por la mañana una de las trabajadoras del centro, le da "marcha para todo el día". Acude mañana y tarde a sesiones de fisioterapia y cada día tiene una cita ineludible con el sol en la terraza. Ahora, Montserrat Martínez vuelve a ser una mujer vivaz que viste colores alegres y se ha puesto el pelo a la moda. Y es que la medicina que más necesitaba, según Rosa López, coordinadora asistencial del centro, era "afecto". Su recuperación ha sido difícil, pero "ella ha puesto mucha voluntad", dice.
Montserrat asegura que por nada del mundo volvería al piso en el que ha pasado el largo túnel de la depresión. Ahora la visitan sus dos hijos, ha hecho amistades y quiere quedarse definitivamente a vivir en la residencia.
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