Un serio error
El alza de tipos de ayer supone un frenazo a la economía de la eurozona, al llevar el coste real (restando la tasa de inflación esperada) del dinero para los mejores prestatarios por encima del 4%. Un gran banco central sólo debe hacer tal cosa cuando juzgue necesario ralentizar una demanda que crece de forma insostenible por encima de la producción en momentos en que la capacidad ociosa es reducida y por tanto se prevén tensiones inflacionistas por exceso de demanda a medio plazo. Nada de eso está ocurriendo: el crecimiento (3,5% en 2000) es bueno pero no excesivo y tiene lugar después de varios años muy débiles; la demanda crece menos que el PIB; hay indicios significativos de que su ritmo ya ha empezado a ralentizarse; la capacidad no utilizada es enorme -la proporción de personas entre 15 y 65 años que trabaja es del 60%, frente a un 75% en EE UU-; y las perspectivas de inflación a 12 meses son excelentes.
Es cierto que hay islotes de recalentamiento, pero se limitan a pocas áreas en países pequeños o medianos, y en su conjunto apenas superan el 2% de la economía total. Y también que el IPC en la eurozona excede del 2% por el petróleo, pero este alza es transitoria, externa, y tiene un efecto depresivo para muchos agentes económicos. ¿Por qué el BCE iría a adoptar medidas inapropiadas?
Quizás la fuerte caída del euro nos da una pista. Recordemos que nuestro banco central nació con grandes condicionantes políticos, al renunciar Alemania -contra el sentir de su opinión pública- a su querido Bundesbank, y que ello obligó a establecer precauciones extraordinarias para asegurar que el BCE jamás seguiría una política monetaria poco responsable.
Si bien la intención era loable, algunos de los instrumentos elegidos son inadecuados, exagerados o inoperantes, y lo que es peor, están totalmente sesgados en el sentido de minimizar riesgos de inflación a cualquier coste. En suma, hemos creado un cancerbero apropiado para una economía tercermundista cuando se necesita una institución que, como en EE UU, coopere con la Administración para maximizar el crecimiento sostenible. Paradójicamente, es el euro quien puede sacarnos del atolladero.
La evidencia de que su desplome se debe a la huida de capitales hacia áreas de mayor crecimiento -y que por tanto no se va a arreglar con alzas de tipos- está por fin empujando a los gobiernos europeos a reducir las trabas a la actividad productiva, recortar impuestos y subvenciones, y fomentar la tecnología. Con suerte, en 12 meses veremos al euro por encima de un dólar y el BCE se habrá visto obligado a bajar tipos.
Ignacio Gómez Montejo es director de Estrategia de Merrill Lynch.
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