Ni con borregos
Hay toreros que no son capaces de torear ni con borregos. ¿Cuántos toreros? Habría que buscar datos, echar cuentas, pero, así, a ojo de buen cubero, podría calcularse que es todo el escalafón, salvo dos. Y hay también novilleros empeñados en demostrar que no quieren ser toreros, ni con borregos ni sin ellos. Sin ir más lejos, los tres de la función colmenareña, que ya periclita.Ni con borregos, parece mentira. Les salieron novillos dóciles, en el fondo aborregados, y parecían incapaces de darles un solo pase con mediano decoro. No dice uno pases de parar, templar y mandar cargando la suerte, y ligándolos -que a eso nadie se atreve, las figuras menos- sino, simplemente, los de ir por casa, lo de cada día, la monserga de los derechazos de nunca acabar.
San Román / Romero, Vicente, Martín
Novillos de Antonio San Román, tres primeros chicos, resto bien presentados; flojos, varios inválidos; todos dóciles y 3º y 6º de encastada nobleza.Ángel Romero: dos pinchazos, otro hondo tendido y rueda de peones (silencio); estocada desprendida (silencio). Iván Vicente: dos pinchazos y descabello (silencio); pinchazo perdiendo la muleta, estocada trasera y descabello (silencio). Alberto Martín: pinchazo perdiendo la muleta, estocada trasera saliendo trompicado, rueda de peones y descabello (vuelta por su cuenta); tres pinchazos y otro hondo perdiendo la muleta en tres de ellos y descabello (silencio). Plaza de Colmenar Viejo, 31 de agosto. 6ª corrida de feria. Un tercio de entrada.
Los daban, sí, nadie lo niega; mas con un desaseo y una vaciedad que aburrían al personal, quitaban las ganas de aplaudir a la facción triunfalista, y la experta colegía de lo visto que ninguno de los tres ha sido llamado por las musas inspiradoras del arte de Cúchares.
Alguna excusa podría tener la actuación de Alberto Martín ya que le correspondieron los dos novillos encastados de la tarde. Con la diferencia, respecto a sus hermanos, de que desarrollaban la nobleza con el temperamento característico de la casta. Y los toros de esta especie, únicos que justifican el toreo verdadero, son difíciles de torear. No es una paradoja: es una cruda realidad.
Precisamente uno de esos novillos, que hizo tercero, zarandeó recrecido al caballo de picar en la suerte de varas, y en la de banderillas cogió al peón Antoñares justo cuando reunía un par. El percance fue espeluznante pues el derrote lo tiró el novillo al vientre del torero y le dio un tremebundo volteretón. Se temió que llevaba cornada grande y ante la general sorpresa resultó que sólo se había rasguñado una oreja y bastó que le colocaran un pequeño apósito. Hecho, Antoñares volvió a la liza, fijó al sexto novillo con apuros pues le embestía codicioso y luego lo bregó decidido. La facción experta de la plaza se quedó con él. Antoñares, un respeto.
Ninguno de los pases de Ángel Romero suscitó olés y sus trasteos, que incluían numerosos circulares de espaldas (al modo de las figuras) carecieron de interés. Iván Vicente, muy pinturero y sin perder nunca la compostura, únicamente toreaba por derechazos, que instrumentaba desligados y cortando las tandas. Alberto Martín intentó resolver con decisión y afanoso trajinar la nada fácil papeleta de las embestidas encastadas. Y acabó la corrida. Y si no llega a ser por el bullido festero del graderío y los mozos que le daban al bombo, aquello habría equivalido a un funeral de tercera.
La feria colmenareña, que termina hoy con una novillada sin picadores, ha sido de una espantosa vulgaridad. La nueva empresa que administra el coso, por desconocimiento de las raíces y las características de la afición de Colmenar o porque le traen sin cuidado, ha destruido el prestigio de plaza y feria; y a ver quién restituye ese valor tan difícil de cimentar.
Se habla de que hay crisis de ganaderías y de toreros, pero quizá aún sea peor la actual crisis de empresarios, la mayoría de los cuales en cualquier otro sector no valdrían ni para chico de los recados. Nunca los hubo peores. Si serán malos que no son capaces de montar una función -¡es que ni una!- con tres diestros dotados de torería y seis toros íntegros. Es decir, lo normal.
Se viven en la fiesta lances rocambolescos en los que impera la desvergüenza. Los veterinarios de la plaza de Colmenar, que trabajan con profesionalidad, han detectado sospechas de fraude en algunos toros de la feria y -según uno de ellos- tienen dificultades para enviar las pruebas a análisis de laboratorio pues se lo impide la autoridad.
Dicen que el alcalde, del PP, está en contra. ¿Y qué tendrá que ver el alcalde con estas interioridades de las corridas de toros? Claro que el Gobierno regional, asimismo del PP, tampoco da curso (que se sepa) a los expedientes que le remiten por afeitado y otras corruptelas.
El día que los tribunales de justicia entren de lleno en el mundillo taurino y sus conexiones mafiosas se va a armar la de dios.
Babelia
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