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Entrevista:HECHOS A SÍ MISMOS / 5

ANDREU ALFARO - ESCULTOR "Ahora hay más censura que nunca"

Miquel Alberola

Sus dibujos y esculturas han sido uno de los platos fuertes de la celebración del 250º aniversario de Johann Wolfgang Goethe en Alemania, donde ha realizado tres exposiciones con este motivo. Parte de este material viajará ahora hasta Holanda, mientras en muchos parques y jardines de Europa los adolescentes juegan por primera vez al amor bajo sus generatrices y los novios se fotografían con su vegetación metálica de fondo. Su obra es ya paisaje.Pregunta. ¿Siempre veranea en Suiza?

Respuesta. Veraneo en Suiza desde que tengo dinero. Suiza es un país caro. Mi marchante en Alemania me descubrió un lugar bellísimo en ese país, que es adonde voy desde entonces. Se trata de uno de los lugares más bellos que conozco. Es que los ricos lo tienen todo, incluso los lugares más fantásticos.

P. ¿Estos veraneos suizos son un homenaje a su tío Vicente Alfaro, el ex alcalde republicano de Valencia?

R. Mi tío fue a Suiza a morir, quizá porque estaba desengañado del país. Estuvo condenado a muerte por el franquismo y, aunque salvó la vida, quedó muy hastiado de la gente en la que había confiado. Pero no es éste mi caso.

P. ¿Hasta qué punto fue él quien le desvió hacia el arte?

R. Mi tío era el intelectual de la familia, y en ese sentido pudo encarrilarme en cierto modo, pero no del todo. Me dio libros y cosas que me hicieron tener una cierta estima por la inteligencia. Aunque esto también me lo daba la Institución Libre de Enseñanza, en cuyo entorno había una enorme admiración por la inteligencia. Tuve la suerte de vivir una infancia bastante buena, pese a que trabajé muy duro. Yo tenía mis inquietudes y mi padre tenía el trabajo.

P. ¿Eran incompatibles?

R. La educación de los años veinte y treinta era diferente. Las cosas que hoy se consideran normales, entonces no lo eran. Por ejemplo, yo estaba loco por ir a la piscina, y mi padre pensaba que eso era de maricones. Me gustaba nadar, leer y hacer cosas que no encajaban.P. ¿A qué edad empezó a trabajar?

R. Desde siempre. Mi padre tenía la idea de que el trabajo era lo que educaba. No había asimilado que podía haber gente que no trabajaba con las manos y ganaba más dinero. No había conocido la estandarización de la producción ni intuía que el cambio podía venir por ahí. Me hacía levantar a las cuatro de la mañana y me llevaba a la carnicería para afilar los cuchillos y preparar la carne. A partir de ahí me mandaba a dar de comer a los cerdos que teníamos en Tavernes Blanques, para lo cual tenía que atravesar media ciudad andando y coger un tranvía. Luego volvía y me iba al colegio. Sinceramente, creo que no me hacía falta este aprendizaje tan fuerte. Puede que mi padre pensara que así lo habían hecho a él un hombre y que así nos tenía que hacer a los demás. Y de aquí pasé al Matadero General de Valencia.

P. ¿Fue su universidad?

R. Fue una universidad sin catedráticos, pero con personas que necesitaban todos los días ganarse la vida y algo más para poder vivir. Había gente que tenía que hacer cosas que quizá no hubiese hecho de no ser porque tenían que ganarse la vida.

P. No tuvo catedráticos, pero sí buenos maestros.

R. Sobre todo, entre los corredores con los que iba a comprar ganado. Uno de estos tipos se llamaba Ricardo, El Bobo, y entre otras cosas le pegaba a la morfina. A menudo me hacía pasar por sobrino del industrial zapatero Segarra para comprar los terneros más baratos. Y yo tenía que tomar las medidas de los pies a toda la familia para que mi tío enviara los pares correspondientes de zapatos. Otras veces se inventaba enfermedades para sacar el ganado a precio de derribo. Lo único que pretendía era comprar muy barato y vender caro. Son los fundamentos de la economía liberal.

P. ¿Qué aprendió en ese entorno?

R. Que el egoísmo era interclasista. En el fondo, todos perseguían lo mismo, y cuanto peor era la situación social, mayor era la intensidad del egoísmo. Es que los ideales sólo los tienen los ricos. Fíjese y verá que no hay ningún idealista, sea del signo que sea, que sea pobre.

P. ¿En su familia había algún ambiente artístico?

R. Mi padre tenía una pequeña colección de pintura, que en parte la había cambiado a pintores por paquetes de carne. También mi abuelo había respetado mucho a los artistas y había sido amigo de Blasco Ibáñez. Mi abuelo fue el primer carnicero de Valencia que se puso una chaqueta blanca para vender carne, que entonces era una cosa de médicos, por eso enseguida le llamaron El Farmacéutico. El concepto de la higiene lo tenía muy desarrollado.

P. ¿Cómo pasó del matadero a los museos?

R. Este cambio se produjo lentamente. Mi afición al arte me llevó a tener muchos amigos en el mundo de la cultura. Eso me metió en este mundo. Me resultó sencillo porque tenía una cierta facilidad para dibujar. No es un paso fácil a no ser que uno lo esté dando desde hace años, como fue mi caso.

P. ¿Su padre lo entendió?

R. No lo entendió muy bien, pero se dio cuenta de que era inevitable. Me preguntó si no me arrepentiría de dejar la seguridad que había conseguido en la carne, y le contesté que quizá llegara ese momento, pero que estaba seguro de que me arrepentiría si no lo hacía. Y lo hice.

P. Pero a su padre lo había preparado antes Joan Fuster.

R. ¡Qué va! Mi padre se encontró un día a Fuster por la calle y le dijo de todo: "¿Usted qué se cree? Está mareando a mi hijo por escribir que es más importante que Benlliure. Mi hijo es carnicero y nada más". Le echó una bronca impresionante.

P. ¿Ha sido un hombre de acción dentro del arte o tuvo que refinarse?

R. Realmente, no me he visto obligado en el mundo del arte a ser nada: he ido haciendo. En los años setenta llegué a la conclusión de que las cosas que hacía tendrían interés o no al margen mío. Tenía que dejar que mi mundo apareciese como lo iba viviendo. Y eso hice.

P. Ha sido más vehemente que la media.

R. Pero lo he sido más como ciudadano que como artista. Como artista intento ser muy racional. Creo que me sobra romanticismo, sentimiento y sensibilidad. Lo que no tengo tan claro es que sea capaz de dominar ese potencial. Y eso me obliga a estar más cerca de la razón. Pero como ciudadano, no. Incluso me gusta ser un poco vehemente, porque me doy cuenta de que no hay nadie que lo sea. Y yo puedo serlo.

P. ¿Por qué no hay nadie que lo sea?

R. Porque ahora hay más censura que nunca. Hoy, la mayoría se piensa las cosas antes de decirlas, y no por si le vendrá bien o mal al amo, sino además por si les vendrá bien o no a ellos mismos. Y yo me preocupo menos de las consecuencias que pueda tener lo que digo, porque no dependo de nadie. No entiendo que se tenga que estar bien con el sistema político para aprovechar tu carrera personal. Es un error tener que sonreírle a Aznar o a Zaplana y decirle que es el más guapo del mundo y que se hace las chaquetas más elegantes para que te dé la posibilidad de hacer esto o lo otro.

P. ¿Ha soltado mucho lastre ideológico?

R. Estoy más o menos donde estaba. No he sido nunca nacionalista y sí que soy antinacionalista. Porque el peor nacionalismo que hay en este país es el español. El resto de nacionalismos que se han producido en España sólo han surgido como reacción al nacionalismo español, que ahora saca más pecho que nunca. Aznar ha llevado fatal el tema de ETA, a no ser que piense que de lo que se trata es de acabar con todos. Pero si de lo que se trata es de que no se mate a gente, que es lo único que me interesa, parece que se ha hecho fatal.

P. ¿Es de los que cree que la derecha y la izquierda ya no existen?

R. Tengo mis dudas, porque veo que ahora de lo que se trata es de pagar más o menos impuestos y de que haya más servicios públicos o menos. Hace unos años, la izquierda atacaba a muerte al thatcherismo, pero hoy ya no lo atacaría tanto. Han dejado a Thatcher casi al borde de la socialdemocracia.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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