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ASTE NAGUSIA

Hay vida más allá de 'La bomba'

Lo cierto es que no se puede decir que La bomba del orondo King Africa haya sido derrotada en el transcurso de esta Aste Nagusia, ya que seguramente sí ha sido la canción más difundida y cantada en el recinto festivo. Pero no es menos cierto que se esperaba una mayor presencia de la indudable canción del verano. El temor generalizado era ser perseguido día y noche por ella en cada rincón de la ciudad, pero no ha sido para tanto. Ése era el presagio más extendido dada su incordiante presencia en otras fiestas y en muchísimos bares, pero quien ha querido ha podido darle esquinazo. La bomba se ha impuesto, pero no por goleada.De hecho, en determinados espacios se ha convertido incluso en una pieza cara de escuchar. No ha sucedido así en el Ensanche y en txosnas como la instalada por Moskotarrak al pie del puente del Arenal, donde es habitual y su inicio es celebrado con alborozo, prueba evidente de que a esta fauna nocturna le encanta que le den las cosas bien mascaditas para no tener que aprenderse retorcidos pasos de baile. Lo que le va es el abecé que proponen La bomba y el Levantando las manos de El Símbolo, otro tema que habla de lo mismo, una especie de sutil plagio que invita a ponerse una mano en la cabeza, otra en la cintura y hacer un movimiento sexy. Parte ésta última de libre interpretación, por lo visto, ya que bilbaínos y forasteros han caído en coreografías que van de lo erótico, en los menos casos, a la vulgaridad y obviedad a las que abocan los vapores etílicos.

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Ellos dos, King Africa y El Símbolo, encabezan una lista de canciones más machacadas en la que también encuentran su hueco el Sueño su boca del vitoriano Raúl, el single de José El Francés, el Por la raja de tu falda de Estopa o, por supuesto, el himno dedicado a Marijaia creado por el trikitilari bilbaíno Kepa Junkera, que lleva camino de convertirse en un clásico de la Aste Nagusia. Como ya lo son el himno del Athletic y el You can leave your hat on de Joe Cocker, invitación al strip tease y al recuerdo del sensual contoneo de Kim Bassinger en Nueve semanas y media.

Eso es lo más uniforme, el repertorio que tienen en común muchos pinchas que tiran sin rubor de recopilaciones del tipo Disco Estrella, El Monstruo del Verano y Caribe 2.000. Una socorrida manera de simplificar el trabajo. Pero luego hay muchos que se atreven con rockeros con caché como AC/DC, Ramones y hasta David Bowie, representantes de música de baile añeja como Village People y Abba y éxitos pasados que hoy día rozan lo casposo (El probe Miguel, El camaleón, Follow the leader). Aunque para sorpresa, la afición por los ritmos electrónicos que les ha entrado a los más comprometidos y reivindicativos (también conocidos como borrokas), instalados tras el Arriaga y en determinadas zonas del Arenal. Vanguardia bien aderezada, eso sí, con arengas agitadoras.

Todo eso, y más, constituye un amplio surtido seleccionado por dee jays de todo tipo, desde profesionales a simples comparseros. Un ancho de banda en el que caben tanto aquellos que jalean al público, incitándole a dar palmas y cediéndole el protagonismo en los estribillos, como los que se comen el marrón y se pasan la velada deseando que acabe su turno. En dicha disposición al trabajo también juega un papel importante la ubicación, ya que los hay que están escondidos, mientras otros se sitúan en una especie de pedestal, como todo buen maestro de ceremonias merece.

Extrovertidos e introvertidos son pues quienes están detrás de un refrito de músicas, servido este año en menor cantidad (muchas txosnas compartían discos) y volumen que otros años, del que los más esquivos suelen ser, paradójicamente, los propios músicos autóctonos, sobre todo, aquellos que conforman la escena llamada alternativa o underground. En muchos casos, auténticos especialistas en dar esquinazo a la canción del verano.

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