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Versión matinal de la fiesta

Incluso después de una noche francamente dura, hay que reunir los arrestos suficientes para sobrellevar con compostura un paseo matinal. Se trata de una de tantas obligaciones que desencadena en el que escribe la paternidad, esa condición natural en otros siglos y que, en nuestro tiempo, adquiere connotaciones de disciplina heroica.Por las mañanas, el parque de Doña Casilda, como tantos otros parques de la villa, revela una vertiente distinta de la fiesta. Las bilbainadas cantadas desde la pérgola, los niños paseando de la mano de sus padres y ejércitos de personas mayores que toman en los bancos el sol del mediodía. Hay una rara placidez en las versiones matutinas de la Aste Nagusia: niños (muy pequeños) y adultos (muy mayores) conciertan una extraña alianza, un espacio propio en el que escasean las edades intermedias. Las edades intermedias, de existir en esos ámbitos, es cumpliendo funciones de guardia y custodia.

Los que tienen toda una vida por delante y los que ya han tenido lo suyo se encuentran en medio de la luz municipal, pública, serena, que el día les regala con justicia, porque durante la noche ya han dormido lo suficiente. Hay, por otro lado, una notable diferencia económica en esta otra parte de la fiesta. Si las noches festivas son caras y deben sobrellevarse con el continuo recurso a la cartera para financiar teatros, cenas y copas; las mañanas festivas, los espacios reservados para mayores y pequeños, resultan, por el contrario, de una conmovedora gratuidad.

Las fiestas durante el día son gratuitas (porque la tarde, con sus entradas para los toros, configuran la primera amenaza de gasto y a partir de esa difícil frontera todo empieza a costar lo suyo), aunque quizás el concepto de lo que es gratis en fiestas está mal aplicado. La administración municipal, después de todo, acostumbra a enfatizar la organización de muchas actividades que no precisan ningún desembolso, pero habría que recordar de dónde sale el presupuesto público, que al fin y al cabo siempre es de nuestros bolsillos. Incluso en eso aún nos hace falta cierta conciencia ciudadana, cierto orgullo de contribuyentes.

Todo el agradecimiento que merezcan las instituciones por lo que hagan o hacen por nosotros sólo puede referirse a la gestión, pero no a la munificencia de un dinero que a todos nos pertenece. Contemplando a los venerables ancianos que toman el sol en el parque y que acaso no gastarán una sola peseta en estas fiestas, habría que recordar sus indudables merecimientos: incluso esos bancos municipales donde descansan, donde charlan, donde dormitan, se los han ganado a base de trabajo, a base de muchos años de esfuerzo. Los bancos municipales son suyos por derecho, pero también por haberlos pagado sobradamente a lo largo de la vida.

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