Acuerdo cero
Por una vez hay acuerdo en el diagnóstico sobre la situación en Oriente Próximo. Muchos esfuerzos pero ningún resultado. Los esfuerzos diplomáticos se multiplican. El ministro interino de Asuntos Exteriores de Israel, Shlomo Ben Amí, se entrevistó el jueves con el presidente Hosni Mubarak, y éste lo hizo ayer con el líder palestino, Yasir Arafat. El joven rey de Jordania, Abdalá II, realizó una visita a Israel pese al exabrupto del nuevo presidente israelí, Moshé Katsav, que se negó a recibirlo por el rechazo del monarca a mantener el encuentro en Jerusalén. Porque la ciudad santa es el mayor escollo a cualquier acuerdo de paz duradero en una región con tendencia a vivir la religión como política y la política como religión. Un acuerdo entre Israel y Siria sobre el Golán sigue siendo clave para encarrilar la paz, pero el mayor de los problemas sigue siendo el de esa capital de las tres grandes religiones monoteístas nacidas en esa parte del mundo. Un acuerdo sobre el estatuto final de la ciudad debe vencer la intransigencia no sólo de los sectores más radicales de los Estados interesados, sino también de las iglesias respectivas, siempre tan influyentes y con tendencia a traducir la fe en guerra.
Pero es que coincide que es precisamente en torno a la cuestión de Jerusalén donde más manifiestos y graves han sido los errores del primer ministro, Ehud Barak. Si sus negociaciones en Estados Unidos con Arafat acabaron para él con un fiasco político de inmensas proporciones hace unas semanas, y hoy tiene que escuchar virulentas críticas hasta de allegados políticos como el ex primer ministro Simon Peres, es porque Barak ha vuelto a caer en la espiral de confundir intenciones con realidades políticas. Pero también porque la política interna israelí hace casi imposible hoy la consumación de decisiones que no se lleven por delante como primeras víctimas a sus protagonistas. La situación es muy difícil, pero en realidad jamás ha dejado de serlo.
Para que la esperanza no sucumba ante un escenario tan desalentador sólo puede recurrirse a lo que parece ya la aceptación por parte de Arafat de que su anunciada proclamación unilateral del Estado palestino, el próximo 13 de septiembre, únicamente aceleraría la carrera hacia el desastre. Tanto los países árabes como Europa y Estados Unidos, Japón, Rusia y hasta China han pedido a Arafat que no recurra a este acto irreversible que no añade nada a la fuerza negociadora palestina y dinamita puentes como pocos otros. Arafat parece haber hecho caso. Pero el líder palestino no puede quemar sus naves continuamente sin compensación alguna. Barak lo sabe. Lo que nadie sabe es si Barak tiene poder para ofrecer dichas compensaciones.
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