También vimos a...PEDRO UGARTE
El día comenzó con la llamada del escritor que acaba de publicar un libro de relatos. Decidimos ir a tomar el aperitivo. De camino recibimos la llamada del poeta y traductor que está a punto de publicar su segundo poemario, de modo que pasamos la mañana entre vermús, hablando de literatura y, al final, discutiendo de política.Tuve la oportunidad de saludar al concejal del Ayuntamiento (uno de los mejores concejales de este Ayuntamiento) en uno de los bares que configuró el itinerario, y después se unió a nosotros la novia del poeta y traductor (tan guapa como siempre) que trabaja en uno de los renombrados museos de la villa.
Después de comer en casa, hubo cita con el alto cargo académico (por fin emplazado en unos escasos, pero merecidos días de descanso) y su esposa (encantadora, elegantísima) con los que mi mujer y yo ("la reina y yo" de los discursos oficiales, ya saben) nos dirigimos a la plaza de toros. Y qué decir de ese centro neurálgico de la fiesta, de ese espeso caldo social donde se arremolinan todo tipo de cargos y gerencias.
Aquí y allá, las sonrisas, los saludos, las manitas agitándose en busca de algo o alguien. Un saludo, como de pasada, al diputado foral cuando todos íbamos poseídos por la agitación de encontrar al fin nuestros asientos. Poco después saludos en el palco que tocaba. En efecto, allí se encontraban la directora de la oficina de turismo (siempre cordial, siempre atenta, siempre elegante), la pregonera del año en curso (un alma blanca y generosa) y el célebre entrenador que acaba de hacerse con las riendas de un equipo de fútbol que nunca gana.
Desde lejos, divisé a mi entrañable prima, ya saben, la cirujano, con un exquisito vestido verde, y a la alta funcionaria del Ayuntamiento, siempre atractiva en su madura y serena lozanía. A la salida, nos habíamos citado con el director administrativo de la empresa de ingeniería y con su esposa, también ejecutiva, pero no pudimos encontrarnos, a pesar de tan reiteradas llamadas al móvil. Al menos nos encontramos con la concejala del Ayuntamiento, esposa de uno de nuestros amigos, madre vasta y responsable, una mujer con fundamento, vaya, y nos dirigimos a encontrar a su marido, director administrativo de la empresa financiera. A partir de entonces unas copas aquí y allá, con la noche echándose sobre la ciudad. También oportunidad para saludos varios. Por ejemplo, al célebre notario, recién venido de la costa, a juzgar por su tono bronceado. Claro, uno saludaba de vez en cuando, pero la concejala no daba abasto.
En las corridas de Semana Grande la batidora social se electriza y los cronistas sociales, los rastreadores de apellidos ilustres que insertar en negrita, otean el horizonte, sin descanso, aturdidos, conmovidos, obnubilados ante semejante explosión de excelencia y talento.
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