En la boca de la caverna
EDUARDO URIARTE ROMEROEs merecedor de aplauso el llamamiento del portavoz del Gobierno vasco a la creación de un foro de encuentro entre las fuerzas políticas que tenga como condición "el respeto al derecho a la vida". Resulta necesario, elemental, puede resultar prometedor, pero demuestra en qué fase de primitivismo político nos encontramos los vascos. "El respeto al derecho a la vida" aparece como la clave para que el Gobierno vasco, sustentado en el PNV, tras una apasionada apuesta por Lizarra, ahora quiera sobrevivirse a sí mismo proponiendo un foro donde el elemento aglutinante sea eso, "el respeto al derecho a la vida". ¡En qué etapa de la humanidad estamos para plantear lo básico, a qué nivel de acrática desaparición del Estado de Derecho nos llevó Lizarra¡ Y nos sorprendemos aplaudiendo tan básica propuesta digna de la boca de la caverna, cuando los humanos empezaban a organizarse políticamente. No matarás.
Pero es tan básico, desencajado del resto de la concepción política del nacionalismo, forzado por el nivel de violencia existente, forzado ante la crisis del Gobierno vasco, que no es de extrañar que haya detractores en el nacionalismo, primero los de EA, y que acabe por salir Egibar poniendo una condición política al no matarás, y que se tambalee. Porque los nacionalistas democráticos creen que la condena ética y moral del asesinato político es suficiente, y les convierte por ello en demócratas, sin ser conscientes que hasta en el despotismo se puede compartir ese posicionamiento sin ser por ello demócrata. Se puede apreciar que el nacionalismo vigente en Euskadi rechaza las normas liberales que erigen el Estado democrático y así contraponen a la represión del delito la necesidad de diálogo, deslegitimando el Estado de Derecho. No acaba de ver que la falta del aislamiento de los violentos legitima el asesinato y la extorsión como práctica política, y presentan, como en Durango, en igual nivel a los que mueren con su propia bomba y a las víctimas. Para ser demócrata hay que defender la democracia. Y es tan primitivo y tan básico, aunque sea tan esencial, "el respeto al derecho a la vida" que las altisonantes reivindicaciones nacionalistas a lo largo de la historia, su exaltación idealista, lo han dejado como un derecho supeditado cuando no lo han hecho desaparecer.
Se equivocan el Gobierno y el lehendakari cuando basan la convivencia en una actitud virtuosa y voluntariosa de la sociedad y los políticos. Eso está muy bien, pero no es suficiente, porque si alguien no asume tan bondadosa actitud acaba dominando a la mayoría a través de un feudo de poder cada vez mayor basado en la violencia. El Gobierno vasco no es una ONG, la convivencia se garantiza, además, y esto debe entenderlo especialmente el que gobierna, por la delegación constitucional del monopolio de la violencia que realiza la ciudadanía en el Estado (con la matización de que sea proporcionado, razonable y bajo control). Sin esta segunda consideración en el discurso, ser poseedor del monopolio de la violencia para garantizar la libertad de todos, la parte bienintencionada y virtuosa se convierte en acrática. Esto debería quedar claro si se desea superar la condena, el lamento, el enunciado de buenas voluntades, las lágrimas en los funerales, y, sobre todo, la incomprensión de por qué a nosotros, los vascos, nos pasan estas desgracias, creyendo que es una maldición divina lo que es el resultado de una reacción cavernícola de abandono del Estado liberal realizada en estos años. Ninguna fuerza democrática debiera apoyar a un Gobierno que no defienda la legalidad y se reduzca a discursos bien intencionados. Nuestra asignatura pendiente, de ahí todas las desgracias, a diferencia de Cataluña y Galicia, donde no hay violencia política, es que el nacionalismo vasco no legitima el Estado de Derecho. Resulta demasiado fuerte decir que no es democrático.
Sin embargo, el nacionalismo vasco bienintencionado no puede ser consciente, es de esperar fervientemente que no lo sea, de la grave situación en la que vive cuyas consecuencias traslada a todos. Para mucha gente cuando sus portavoces insisten en la necesidad de negociar mirando hacia los violentos dignificando con esa insistencia la importancia de la violencia, creyendo compartir, además, aunque sea en parte, las reivindicaciones de los violentos, y defendiendo con energía que tienen derecho a que las sostengan, se descubre la ética del comerciante de mercancías robadas que, si no fuera por la violencia, no las tendría a la venta. Hágase un intento de comprender la indignación de los que no comparten el nacionalismo y esperaban, por el contrario, la necesaria presencia y aportación del nacionalismo democrático como en Cataluña y en Galicia. Mientras que el nacionalismo vasco y su Gobierno no legitimen el Estado de Derecho es una estupidez acudir a sus convocatorias por los muertos.
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