Schröder mira al Este
El canciller alemán, Gerhard Schröder, ha iniciado una gira sin precedentes por los Estados que pertenecieron a la difunta República Democrática Alemana. Su apoyo procedía sustancialmente del oeste de la Alemania unificada, y en esa parte del territorio ha concentrado sus principales iniciativas reformistas. Ahora, con la economía en orden y sin grandes conflictos en el ámbito sociolaboral, ha considerado llegado el momento de hacer una ofensiva en el Este, tanto por razones electorales como políticas de fondo.Datos supuestamente negativos aireados por el empresariado alemán no pueden ocultar que en los últimos meses el Gobierno federal ha logrado victorias legislativas que eran imprescindibles para la buena marcha de la economía alemana y europea. Schröder va a intentar convencer a los alemanes orientales de que es hora -y existen las condiciones para ello- de romper el círculo vicioso de victimismo, pesimismo, falta de iniciativa en que germina el odio y el clima de violencia social o racial que caracteriza desde hace años a esa parte del territorio. La ex RDA es una de las escasas -aunque no la única- partes de la Europa comunitaria en las que los ciudadanos tienen miedo a salir de casa. El Gobierno ha lanzado un órdago contra quienes pretenden intimidar a la población por medio de la violencia con los más diversos pretextos.
Tres son las grandes cuestiones que dominan la política y el ánimo de los alemanes orientales: el paro, el agravio comparativo con los occidentales y, posiblemente y al menos en parte como consecuencia de las dos anteriores, el auge del neonazismo y la violencia racista. Por eso Schröder va a cumplir un calendario en el que se reúne sobre todo con aquellos que han logrado romper el espíritu fatalista de una sociedad intimidada y disuadida de toda iniciativa durante cuarenta años. Schröder verá a empresarios y a sociedades que han surgido gracias a la superación por parte de sus miembros de los mensajes destructivos que se les habían inculcado, como son el miedo, la resignación o el fácil recurso de acusar a los demás de la suerte propia.
Pero más allá de impulsar el ánimo de estos ciudadanos, Schröder ha viajado al Este para dar un aviso a quienes siembran el miedo o la desesperanza. El comienzo del viaje coincide con la apertura del juicio contra tres cabezas rapadas que de una forma infame acabaron con la vida de un padre de familia mozambiqueño en la localidad de Halle, en el Este. Dos de los tres acusados son menores de edad y sólo pueden ser condenados a diez años de prisión; otro podría acabar en la cárcel con cadena perpetua. Sería la señal que muchos desean para dejar claro que se acabaron los tiempos de la confusión y la impunidad.
Ayer, el canciller Schröder estuvo en los restos de una fábrica subterránea nazi en Mittelsberg-Dora en la que murió un tercio de los 60.000 trabajadores forzosos que allí ensamblaban las armas milagrosas de Hitler, el V1 y el V2. En estos días va a tener ocasión de ver muchos escenarios de la barbarie más próxima en el tiempo. Y desde un principio ha querido dar a este viaje un marcado carácter político. El Estado democrático de derecho se defenderá sin complejos de las agresiones de lo peor que surge de su sociedad. Ha llegado la hora, en Halle como en Lille, en Milán o en Durango, de defender la vida y las libertades sin ambigüedades y salvedades perversas. Schröder quiere dejar claro el mensaje en todas y cada una de sus etapas orientales. Es de esperar que sea entendido.
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