EL PENÚLTIMO IDEALISTA
Tras fracasar un proyecto sobre gas limpio en Cuba, el joven ingeniero fue al empobrecido norte de Argentina para extraer agua con energía fotovoltaica.
L as empresas, pobres, enseñándose mutuamente los dientes a la caza y captura de ingenieros en sequía relativa. Y mientras, junto a una estación de ferrocarril, desternillándose de ellas, el ingeniero industrial Jordi Cipriano, apoyado en su bicicleta, cartera oscura cruzada sobre el pecho en forma de banda y los dedos de los pies asomando por el extremo de unas sandalias negras, soltando: "No quiero saber nada de multinacionales. Mi objetivo en la vida es tener tiempo libre".Ah, el valor del tiempo. La voz suave de Jordi, de 26 años, natural de Olesa de Montserrat (Barcelona), asegura que su dueño dio media vuelta en un camino gris, fácil y previsible por culpa de un cartel. El cartel decía: "Brigadas a Cuba". Lo vio en la facultad, colgado en una puerta. Un poco harto del "autismo" al que una carrera universitaria densa le había condenado durante un primer trienio de codos sobre la mesa, "tuvo que" abrirla. Y al otro lado, un grupo algo caótico de profesores y estudiantes borrachos de ideas le habló de las energías renovables. El ingeniero Jordi lo ignoraba todo sobre el asunto, pero lo cierto es que sintió cómo se renovaban sus propias energías al imaginarse volando hacia un enorme cocodrilo flotante en pleno Caribe llamado Cuba. Habla otra generación: "Sabía, casi de milagro, que en la isla gobernaba Fidel Castro".
Además de caña de azúcar, ron y ritos de santería, por el destino de su naciente viaje interior campaba a sus anchas la escasez de recursos energéticos. Así que Jordi se dejó embarcar en el proyecto de sus nuevos compañeros, agrupados en torno a una organización sin ánimo de lucro bautizada con un nombre intolerable para cualquier guru de la mercadotecnia (Grupo de Cooperación del Campus de Terrassa, GCCT). El proyecto consistía en reemplazar el gas butano de unos comedores universitarios por el gas limpio procedente de una depuradora.
Pero los comedores universitarios cubanos nunca cambiarían de gas. "Cuando el proyecto no se lleva a cabo, te quedas frustrado si no sabes por qué haces lo que haces. Pero pese a las horas invertidas , no te frustras si lo tomas como una forma de aprendizaje, de abrir los ojos". En su piso desangelado y algo caótico, repleto de fotografías de campesinos en la Argentina o de un grupo de sin Tierra brasileños, Jordi suspira y se tumba sobre el sofá. Lo recubre una funda del color de los neuróticos, un naranja estridente que chilla entre mesas, zapatos, pósteres, libros, colchones en pleno pasillo. Todo un paisaje que se desdibuja por la avalancha de luz que castiga el piso desde su flanco abierto al balcón.
El calor aturde y el ingeniero desclasado no parece reparar en la carga de su última frase. Lo que ha dicho resume el gusanillo que la organización GCCT ha metido en su cerebro de ingeniero: los proyectos para promover las energías renovables, pese a su utilidad y necesidad para el futuro, no dejan de ser un cebo, un gancho, una excusa. Tirando del cebo, "cualquier joven con dos dedos de frente por fuerza acaba descubriendo que vive en una burbujita de privilegiado". Como darle de bofetadas a la apatía.
La burbujita de Jordi acabó de hacer pluff el verano pasado, en el empobrecido norte de Argentina. El cebo, el gancho, la excusa era un proyecto de extracción de agua mediante energía fotovoltaica y de electrificación rural, que al grupo le ha valido el Premio Internacional a la Creatividad del Colegio de Ingenieros de Cataluña. La bofetada fue el impacto de descubrir el movimiento campesino Mocase. "¿Qué hacíamos? Pues estar allí. Sólo por el hecho de estar ya les das apoyo. Sin presencia en Chiapas, adiós a los zapatistas".
¿Qué le importa a un joven amontonarse en unos pocos metros cuadrados con una decena de jóvenes más y unas cuantas pulgas? "Nunca pensé en volverme a casa corriendo, pese a las duras condiciones de vida. Si eres joven y no aguantas estas cosas, eres de los que ya no vas allí. Yo incluso le di vueltas a la idea de instalarme en Argentina. Pero luego llegué a la conclusión de que el lugar no es lo importante, lo importante eres tú. Busco ser útil aquí".
Este verano, Jordi vuelve a cruzar el charco. Esta vez, de vacaciones, a explorar el país con la inagotable curiosidad que irradian sus ojos pequeños.
Su ONG también es pequeña. "Y que lo siga siendo. Las grandes no me gustan. Crecen y se acaban institucionalizando y burocratizando. No creo en las grandes campañas por la deuda externa. No son efectivas. No creo en reunir grandes masas alrededor de una idea. No creo en las grandes ONG que hablan siempre de solidaridad a miles de kilómetros de distancia".
¿En qué cree entonces Jordi? "Si todos hiciéramos algo aquí, algo cambiaría. Sólo espero verme dentro de 10 años viviendo con coherencia". Ahora, Jordi simpatiza con el movimiento okupa, se interesa por cualquier sistema de organización social alternativo e, inevitablemente, se ha politizado. "No significa que sea partidista, aunque aún voto".
Dice que los viajes han cambiado su vida: ha descubierto el oro del tiempo. Cuando el reloj marca su sexta hora laboral en el Ayuntamiento de Terrassa (su trabajo actual, por el que apenas cobra 150.000 pesetas, Jordi se va directamente a la sede de su ONG. "Estoy metido hasta el cuello". Comparte piso con otros colegas del grupo. Hasta su hermano gemelo, Xavier, está en las mismas. Eso sí. De viajar juntos, nada. "Dos gemelos por ahí... uy, sería demasiado".
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