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Tribuna:SOBREVIVIR EN EL ASFALTO
Tribuna
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El mirón de obras AGUSTÍ FANCELLI

Ayer caí en la cuenta de que pertenezco a otra especie en vías de extinción: la del mirón de obras. Se trata de una especie que hace tiempo había gozado de una cierta fortuna. Incluso llegó a cuajar como género literario en los tebeos, donde eran frecuentes los chistes de ciudadanos ociosos dedicados a importunar con comentarios de sobremesa a peones de pico y pala, camiseta imperio y boina fija. Me constaba que estos obreros a lo Gila ya no existían en un país que, en opinión de Mercedes Milá, madre mía lo que ha llegado a cambiar en los últimos 20 años. Lo que no sabía es que con ellos habían desaparecido también los mirones de obras.Emprendí mi visita a los socavones de Barcelona por un clásico contemporáneo: el túnel de Mitre. En el cruce de esta avenida con la Diagonal -piadosamente llamado plaza de la Reina María Cristina- divisé a un tipo hojeando mortadelos sentado bajo una generosa sombrilla playera mientras a su alrededor una cuadrilla se afanaba en reventar la calzada con una poderosa taladradora neumática. Tomándolo por un espécimen evolucionado de voyeurista urbano, me llegué hasta él para comentar la jugada. Resultó ser el vigilante de la obra. Un descreído, por cierto. "¿Qué hacemos? Pues ampliar en un carril la rotonda, porque aquí se van a juntar los que salgan del túnel con los que bajen por el lateral y por Capitán Arenas. O sea, que este parterre va a quedar en nada. Por cuatro palomas que van a aprovechar el césped, yo lo suprimía". Dispuesto a no dejarme vencer por el desaliento, trepé hasta Manuel Girona para pegar la hebra con otro operario que en aquellos momentos se tomaba un asueto. El hombre había participado un par de años atrás en la construcción del infausto paso soterrado que costó al erario municipal 3.500 millones de pesetas, circunstancia que había dejado secuelas evidentes en su amor propio. "De haber construido esta salida entonces, hubiera costado la mitad de lo que va a costar ahora, aparte del lío que va a producir en el tráfico en los próximos cuatro meses". Un asalariado con conciencia cívica a quien no le traen al pairo las decisiones equivocadas de sus superiores: adiós, Gila, adiós.

Un poco mustio porque mi vicio solitario no me estaba produciendo el solaz que me había prometido al salir de casa, me dirigí en busca de ánimos a la Gran Via, donde sabía que el Ayuntamiento había montado una fiesta de las buenas. Restos de esa fiesta encontré a partir de la calle de Vilamarí: dos carriles menos en la calzada central, los paseos bajo los plátanos vallados y con el pavimento arrancado... pero ni un solo trabajador a la vista con el cual departir amigablemente. Entença, Rocafort, Calàbria, Viladomat: nadie a la vista, tan sólo algunos partes de guerra aislados, como "el quiosco ha sido trasladado a la esquina de Entenza" o "disculpin les molèsties". Por fin, a la vuelta de Borrell, divisé a una brigadilla manos a la obra. Lamentablemente, el vallado me impedía aproximarme a ellos para obtener algunos detalles de interés sobre la excavadora JCB 3CX, "la turbo combi", que estaban utilizando en aquellos momentos. A la altura de Urgell la fiesta se hallaba en plena efervescencia: los carriles para circular habían quedado reducido a dos, mientras una New Holland TB 115 destrozaba estruendosamente el asfalto. Un par de urbanos le daban obsesivamente a sus respectivos pitos como convencidos de que de tales estridencias el paso de los coches se ensancharía. Imposible hablar con nadie con semejante jaleo. Una publicidad que leí al punto me sonó a sombría profecía de Nostradamus: "Va a disfrutar también en septiembre".

En busca de mayor recogimiento, marché entonces a la calle de Pelai. El cableado óptico, me dije, exige menos parafernalia, tal vez ahí encuentre a algún incauto con quien comentar el asunto. La vistosa zanja ocupaba dos carriles, pero nadie le prestaba la menor atención. Nadie reparaba tampoco en la belleza salvaje de la Caterpillar de ruedas artilladas que descansaba como un bisonte herido en el cruce con Balmes. Me sentí el último mohicano de los mirones de obras. Madre mía lo que ha cambiado este país, Mercedes.

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