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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pájaro herido

Nadie sabe si se tratará de un caso de muerte lenta o de eutanasia, si se recurrirá o no a la cirugía, pero todo el mundo comprende que el Concorde es un enorme pájaro herido. La decisión de las autoridades francesas y británicas de retirarle el permiso para volar es un síntoma inequívoco. El aparato ha volado durante treinta años, ha sido el primero y único avión comercial supersónico de la historia, el único capaz de transportar a un centenar de personas de París a Nueva York en menos de tres horas y media.El Concorde tuvo que superar el alza de los precios del petróleo de los setenta, la concurrencia desleal de su mala copia soviética Tupolev, las malas jugadas de la Administración estadounidense prohibiéndole posarse en su territorio por ser demasiado ruidoso y, también, errores de estrategia, como no prever que el futuro pasaba por la democratización del turismo y del espacio aéreo. El Concorde es hijo del orgullo franco-británico, de un desafío lanzado por los dos países a los técnicos y la industria de la URSS y EE UU. Éstos renunciaron a su avión después de gastar en el proyecto lo mismo que franceses e ingleses.

Durante esos treinta años, el Concorde ha sido la meterialización de un sueño. Era el emblema del progreso, una imagen de la modernidad, y lo era porque iba más deprisa que los demás, porque reducía las dimensiones de nuestro planeta. La velocidad ha sido y es uno de los parámetros del progreso. El Concorde volaba a 2.000 km/h, y ahora, por primera vez en la historia de la humanidad, parece que optaremos por echar el freno, por cambiar ese vértigo por un simple ir deprisa. El fenómeno es raro, pero sintomático. Son muchas las voces que hablan del camino equivocado seguido por nuestro progreso, y que ven en esta retirada provisional del Concorde, fruto del azar, un adelanto de su triunfo.

La aviación civil francesa y su homóloga británica han tardado 21 días en ponerse de acuerdo. Está claro que los pasajeros de British Airways deben estar preguntándose si no se ha jugado con su seguridad durante, como mínimo, estas tres semanas. Las diferencias entre uno y otro lado del canal de la Mancha en lo que se refiere a criterios de seguridad son notorias, como se ha comprobado con el caso de las vacas locas, por ejemplo. El estado del tendido ferroviario británico despierta entre los franceses tanta desconfianza como la eficacia de la policía gala entre los insulares.

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El accidente de París, con sus 113 muertos, no sólo transformó las microgrietas de las alas del Concorde en arrugas; vino a recordarnos que son muchas las cosas en nuestra sociedad, tan tecnificada, que dependen del azar. Ha bastado con que las ruedas del Concorde pisaran una pieza metálica de 40 centímetros para que este símbolo de la precisión tecnológica revelase su vulnerabilidad. El gigantesco pájaro, orgullo de la aviación europea, en cuyo interior bebían champaña los privilegiados que lo elegían para sus vuelos transoceánicos, se ha revelado tan poderoso y tan invulnerable como el Titanic. Ni más ni menos.

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