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El largo viaje

Josep Ramoneda

1. Para afrontar la cuestión terrorista hay que empezar por combatir un error intelectual muy extendido: la creencia de que hay una solución -única y definitiva- y de que es posible encontrarla porque está escondida en el laberinto vasco. Sobre esta falsa idea se han hecho infinitas disquisiciones y se han querido construir soluciones imaginativas que se han estrellado siempre contra el mismo muro: el muro de la violencia etarra, que acude a truncar sistemáticamente cualquier expectativa. De modo que estas iniciativas, por bien intencionadas que hayan sido, sólo han servido para dar legitimidad a ETA. Hay que empezar, pues, por el principio: no hay una solución. Los problemas políticos se metamorfosean, no se resuelven con fórmulas milagrosas. Y éste es un problema político. Las políticas antiterroristas deben construir caminos que agrupen y que permitan avanzar. Desde que ETA anunció su tregua ha habido mucha involución.No es una solución, como se ha visto, arriesgarse a descender, como ha hecho el PNV, por el barranco de las concesiones a ETA. El PNV ha acabado despeñándose como no podía ser de otra manera. Y ETA ha salido reforzada en legitimidad y en capacidad de actuación. Tampoco es una solución -en este sentido mágico de acabar con el problema- la política de firmeza del Gobierno, que, en cualquier caso, no ahorrará un largo proceso que sólo conducirá a alguna parte si va acompañado de una verdadera deslegitimación del terrorismo, tarea en la que el PNV tiene una responsabilidad básica. Ni siquiera el escenario favorito del Gobierno -elecciones y alternancia en Euskadi- sería una solución, a lo sumo sería un paso hacia adelante. El PNV ha dado oxígeno a los terroristas, al PNV corresponde quitárselo. Y para recordárselo ahí está la figura patética de Arnaldo Otegi emplazándoles a cerrar filas entre nacionalistas. Cuando la tregua, algunos se precipitaron a presentarlo como el Gerry Adams vasco, el hombre que arrastraría a ETA a la política institucional y al abandono de las armas. Ha resultado ser un camaleón cuyos colores cambian al ritmo que ETA impone. José María Korta, probablemente hubiera podido explicar las mentiras que Otegi contó a algunos empresarios durante la tregua. Tenía que ser el líder pacificador y resulta que no tiene siquiera palabra propia.

2. Nos preguntamos a menudo qué pretende ETA con tal o cual acción. En realidad, uno tiene la impresión de que ETA está esperando que se lo contemos nosotros. Porque ETA no tiene ideología en el sentido político de la palabra, la ideología de ETA es la violencia. La violencia es su fuerza, la violencia es su forma de presencia, la violencia es lo que la legitima en el mundo abertzale, la violencia es su estrategia. Cuanto más mata, más cohesión consigue entre los suyos. Conjugando algunos mensajes de ETA con los aspavientos de Otegi podríamos pensar que el objetivo principal es atar en corto al PNV, impedir que se salga de los acuerdos de Lizarra, para, a partir de ahí, buscar la confrontación civil en un país dividido en dos bandos. El asesinato de Korta podría, en este sentido, significar que no hay límites: que el PNV también es objetivo si no se adapta. Probablemente los etarras se han pasado en la dosis. Difícil le han puesto al PNV seguir con tan incómoda compañía. Ibarretxe pensó siempre que tenía una puerta abierta para la retirada: el pacto de Gobierno con el PSOE. La incapacidad del PNV para romper a tiempo sus pactos con el mundo abertzale le ha cerrado la salida. El PSOE no puede, en las circunstancias actuales, actuar como salvavidas del Gobierno Ibarretxe. El PNV sólo tiene dos opciones: enrocarse en la estrategia de confluencia soberanista con HB o decidirse a romper definitivamente con el mundo abertzale. Si optara por lo último, si asumiera su responsabilidad de deslegitimar a ETA dejando claro que el nacionalismo democrático y el nacionalismo violento no pueden converger siquiera en los fines, obviamente no le quedaría otra opción que convocar elecciones, por elemental coherencia democrática.

Se dice que se está satanizando al nacionalismo vasco. Él mismo se deslegitima buscando un espacio compartido con el terrorismo. Un espacio en el que ellos también sobrarían, como demuestra el asesinato de José María Korta. El PNV se está jugando su propia legitimidad para defender su ideología constitutiva: el soberanismo. "Han matado a uno de los nuestros", dijo el diputado general Sudupe. La intensidad sentimental del momento puede hacer excusable esta expresión. Pero es esta lógica del nosotros -que podría inducir a pensar que matar a los "otros" no tiene la misma gravedad- la que impide al PNV estar a la altura de las exigencias de una sociedad plural como la vasca. Hay "ideas incurables". Ésta lo es y determina estructuralmente la ideología nacionalista. En el largo proceso de la lucha contra ETA, cada cual tiene su papel. El del PNV es especialmente importante. Porque es él el que pone y quita legitimidad a ETA más allá de la violencia, que es la única forma de legitimidad (para conciencias sumisas) que ETA genera por sí misma.

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3. El asesinato de Miguel Ángel Blanco tenía todos los indicios de una acción desesperada y de final de trayecto. ETA llegó a estar en verdaderas dificultades técnicas y en fase de creciente aislamiento social, jurídico y político. De esta debilidad surgió la tregua. Ahora, nueva gente, muy joven en algunos casos, ha pasado a asumir puestos de responsabilidad en ETA, abriendo un nuevo periodo del que de momento sólo conocemos la crueldad. Cuando Mayor Oreja habla de resistencia democrática está dando a entender que queda mucho por aguantar. El énfasis en la acción policial como prioridad estratégica tiene el inconveniente de que en los momentos de mayor agresividad terrorista se produce cierta crisis de confianza y desánimo. La lucha policial contra el terrorismo está sometida a muchos altibajos: la organización se renueva y la policía pasa periodos de perfecto desconcierto informativo. Todo hace indicar que estamos en uno de ellos. Con una importante novedad: dicen los expertos que la retaguardia francesa es cada vez menos determinante. Que en ETA, actualmente, casi todo se decide y se cocina en el propio País Vasco. Muchos ovillos se habían desmadejado a partir de hilos estirados desde Francia. Y ahora parece que los cabos de las madejas son más cortos.

El Gobierno de Aznar se encuentra ante un desafío que probablemente no esperaba. Vivió una primera legislatura con el viento de cara en todos los frentes, de pronto la ruta se ha empinado abruptamente. Es en estas circunstancias en las que se pone a prueba la capacidad de los gobernantes de aparcar el cálculo de rendimientos a corto plazo. La ciudadanía apoya la firmeza, pero quiere ver que se avanza. Toda estrategia, la de firmeza también, requiere explicación política. Y esto es lo que entiendo que Rodríguez Zapatero ofrece al PP al invitar al Gobierno a retomar una iniciativa democrática común: legitimar políticamente una estrategia asumida del modo más amplio posible, que más allá de la necesaria acción policial, debe tener el objetivo básico del aislamiento de ETA y su entorno. Es necesario interpelar directamente al PNV, cuya aportación sigue siendo indispensable si se quiere evitar que ETA consiga lo que la lógica de la violencia como ideología demanda: el enfrentamiento civil. Interpelar no significa amenazar ni excluir. En democracia, un "nosotros" no se debe combatir desde la lógica excluyente de otro "nosotros".

España está de vacaciones. Los atentados de ETA son un sobresalto momentáneo que se propaga a través de los receptores de radio sin llegar a alterar la vida de la playa. Probablemente, esta normalidad sea un buen signo. Pero resulta terrible el contraste entre tanto cuerpo alegre y confiado tendido al sol y la sensación de absurdo y de desconsuelo en que está sumido el entorno de las víctimas. Sería horroroso que acabáramos aceptando como una fatalidad estadística (más gente muere en accidentes de tráfico, dicen los más cínicos) el goteo de crímenes etarras. Porque pese al escenario de normalidad de las ciudades vacías y las playas llenas de un mes de agosto hay en este país unas tierras en las que no se dan las condiciones para vivir libremente. Y en cualquier lugar de España se puede morir simplemente por capricho de los terroristas. El largo viaje contra ETA nos concierne a todos por elemental solidaridad, pero también para defendernos de las dos enfermedades con las que el terrorismo contamina la democracia: el miedo y la indiferencia.

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