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Entrevista:LA MEMORIA DEL FUTURO/2

Rafael Azcona, escritor y guionista "La marea se lo llevará todo"

Juan Cruz

Rafael Azcona tiene 73 años y acaba de estrenar Adiós con el corazón, una película de la que es guionista, coproductor, espectador... "Ni soy el único productor, ni el único guionista, ni mucho menos el único espectador: no lo hemos coproducido ni para hacernos ricos, ni para sentirnos más autores ni siquiera para mirarnos el ombligo: la hemos hecho para contar una historia que nos gustaba a todos y quizá no tanto a la gran industria".Pregunta. ¿Cuál es la pregunta que más le ha incomodado en la vida?

Respuesta. ¿Qué coño hacemos aquí? Preguntarme qué sentido tiene la vida me produce un desasosiego tremendo, porque no sé qué responder, y para escapar de ese desasosiego recurro a soluciones muy poco airosas, incluso vergonzosas, pues me conformo con decirme que el único sentido que tiene la vida, al menos la mía, es descubrir por la mañana, cuando me despierto, que sigo vivo.

P. Pero hay preguntas que la edad resuelve, ¿no? Por ejemplo, el amor.

R. ¿Qué amor? ¿El amor basado en el sexo, el amor al prójimo, el amor propio, el amor... ¿Qué amor?

P. El amor que al principio pensábamos que era el amor; en fin, algo platónico y perfecto...

R. Ya. Bueno, pues sí, ahí tienes razón, porque hay que ver en lo que se queda aquello conocido por "primer amor", que casi siempre o siempre es un amor fantaseado. Cuando uno es joven quiere sentirse protagonista de una vida novelesca -Juventud, egolatría, tituló certeramente Baroja-, y para escapar de la vulgaridad, lo más socorrido es convertir una pulsión fisiológica, la de reproducirse, en un sentimiento sublime, el amor platónico ése al que te referías. Mira, cuando yo era joven tuve la suerte de conocer y tratar a una de las pocas personas que he visto pensar por su cuenta, Godofredo Bergasa se llamaba, un amigo de mi familia. Pues bien: ese señor, cuando se enteró de que yo escribía versos porque estaba enamorado y no era corrrespondido, me dijo: "No te preocupes, eso se te quita yéndote a París". Ahora yo veo que tenía toda la razón, pero entonces le retiré el saludo.

P. ¿Qué es lo que más le inquieta del futuro?

R. Hay un cuento de ciencia-ficción, creo que es de Bradbury, en el que un norteamericano de vacaciones en la Costa Azul se tropieza con Picasso en una playa invernal, solitaria; Picasso va haciendo dibujos con un palo en la arena, y el americano, cuando el pintor se aleja, trata de idear con urgencia un sistema para llevarse aquellos dibujos; desgraciadamente, la marea sube y se los lleva antes de que al americano se le ocurra nada. A mí, el futuro a largo plazo, la verdad, es que no me inquieta demasiado, porque visto que la marea se lo llevará todo... En cuanto al inmediato, el interés lo tengo tan mermado que no va más allá del día a día.

P. ¿Y la muerte? La muerte está en el futuro.

R. Pues, mira, tampoco me preocupa demasiado. Mi muerte no será cosa mía, será cosa de los demás, será a ellos a quienes les ocasionará molestias y trastornos... Con lo limpio y lo práctico que sería volatilizar los cadáveres apenas certificado el óbito, en lugar de andar con los restos de un lado para otro, incluso enseñándolos, como si tuvieran algún interés. Y luego, las esquelas, las necrológicas; Juan Belmonte, cuando vino de Sevilla al entierro de Julio Camba, se hizo la reflexión de que su vida ya casi se reducía a ir a enterrar a los amigos. A mí, lo que sí me preocupa es la enfermedad: lo desvalido, lo vulnerable, lo asqueroso, lo obsceno que te hace.

P. ¿Qué cree usted que caracteriza la actitud del hombre en este tiempo, con respecto a la vida? ¿La obsesión por la salud?

R. No; yo creo que lo que ahora obsesiona al personal, y no descubro nada, es demostrar el dinero que se gana. Fíjate: hay gente que tiene un coche con una calefacción, un aire acondicionado, unos sillones y un aparato de sonido mejor que los que tiene en casa. ¿Por qué? Porque en el coche se lucen más y mejor que en casa... El coche, la segunda residencia, las etiquetas que se llevan en la ropa, eso sirve para que los demás sepan el tren de vida que se puede pagar uno.

P. ¿Cuáles eran las apariencias de su época juvenil?

R. Una manera de demostrar lo bien que vivía uno era no madrugar. Se decía, de ciertos afortunados: "Ése no se levanta antes de las dos de la tarde". Otra, más modesta, era hacerse un traje a medida. "Las cosas le van bien; se ha hecho ropa", se decía de algunos. Pero, claro, ahora la gente tiene que madrugar para comprarse cosas que demuestren lo mucho que gana, y en la ropa, lo que importa es tirarla cuanto antes para estrenar otra.

P. ¿Qué le hubiera gustado aparentar?

R. Me hubiera gustado ser, pero aparentar, ¿para qué?

P. ¿Qué le hubiera gustado ser?

R. Perdona, debo decir que sí que intento aparentar: la verdad es que me restauro la fachada todos los días antes de salir a la calle. En cuanto a lo de ser, nunca he tenido grandes ambiciones; imagínate, en mi adolescencia soñé con llegar a ser catedrático en un instituto de segunda enseñanza, ni siquiera me atrevía con una universidad. Eso sí, el instituto lo veía en San Sebastián, La Coruña, Sevilla, Palma de Mallorca... Una ciudad ni grande ni pequeña, tranquila y hermosa; unas largas vacaciones, unos pupitres en los que cada año se renovaba el alumnado e idealmente las alumnas... Un sueño modesto, pero absolutamente irrealizable si se tiene en cuenta que yo no hice ni el bachillerato.

P. ¿Qué no se esperaba que ocurriera en la vida?

R. Bueno, la verdad es que, como llegué a dudar de que Franco se muriera alguna vez, pasar de súbdito a ciudadano fue para mí una verdadera sorpresa. Muy agradable, por cierto.

P. Pasó un tiempo muy largo en un país que era una dictadura. ¿Cómo marca eso a las personas?

R. Yo hubiera preferido no escribir algo de lo que he escrito con tal de no haberla vivido. A mí, lo que me marcó fue el nacionalcatolicismo, aquel código moral especializado en la represión del conocimiento, de la belleza, del placer, y sospecho que Franco, sin el apoyo de la Iglesia, no hubiera durado tanto.

P. ¿Nos hemos recuperado?

R. Creo que sí, aunque quizá, más que una opinión, lo que estoy expresando es un deseo. No, yo creo que de la dictadura no quedan secuelas; hombre, ¡si hasta parece que se ha civilizado la derecha!

P. ¿Nosotros nos estamos aprovechando de lo que es la democracia?

R. Con sus vicios, con sus defectos, con todos los problemas que puede tener, yo, al menos, estoy encantado en vivir en democracia.

P. ¿Qué caracteriza el tiempo que estamos viviendo?

R. Lo que no se acaba de comprender es la inmoderada vocación de servicio de la clase política. Yo creía que aquello de sacrificarse por España había pasado a la historia. Pero no: hay gente que sigue empecinada en sacrificarse, si no por España, sí por el Senado, el Congreso de Diputados, la Autonomía o el Municipio, con lo aburrido que debe ser asistir a los desfiles militares, a las misas mayores y las reuniones del partido.

P. ¿Qué opina ahora del dinero, que todo vale más de diez mil millones?

R. Todo lo que pase de una cantidad que yo pueda tactar resulta para mí inimaginable. En cuanto hay muchos ceros siento vértigo e igual me dan cien que doscientos. Pero claro, me voy haciendo a la macroeconomía a fuerza de oír a unos tíos comiendo porras en una cafetería y hablando, seriecísimos, de operaciones de 150.000 millones... Hombre, volviendo al pasado: entonces en las cafeterías, o mejor dicho, en las tabernas, de dinero no se hablaba, se hablaba de necesidades, y siempre había algún cándido que se consolaba diciendo que por lo menos había orden.

P. ¿Le hace feliz el cine?

R. Hombre... Feliz no. Pero el cine lo que me ha dado no podía haberlo conseguido por ningún otro camino, eso desde luego. Me ha dado estabilidad, la familia, una vida donde no he tenido graves problemas económicos. Pero hacerme feliz, no. Ni el cine, ni nada. Oye, pero tú, ¿dónde has leído que el hombre tenga derecho a ser feliz, donde lo pone?

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