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Cosecha de sangre

Antonio Elorza

En Los hundidos y los salvados, Primo Levi, uno de los más lúcidos supervivientes del Holocausto, dirigía una advertencia a las generaciones venideras. Resultaba erróneo creer que la aberrración nacionalsocialista se había extinguido en 1945. "Sucedió, y, por consiguiente, puede suceder de nuevo: esto es lo fundamental que tenemos que decir". Y tampoco existen sociedades vacunadas para evitar que se reproduzcan frente al orden democrático, de respeto de los derechos humanos, la irracionalidad y el ejercicio de la violencia que patentaron los nazis. Todo problema puede ser resuelto mediante el diálogo y los procediemientos democráticos, de modo que quienes optan por la violencia están creando un nuevo escenario en que sólo cabe esperar más violencia. Las ideologías que predican objetivos inalcanzables salvo por medios violentos, como la Gran Alemania o el País Vasco desde Bayona hasta el Ebro de Arzalluz, Egibar y Otegi, la Euskal Herria de ETA, en una palabra, dan forma a una línea espiral de la que solamente pueden esperarse catástrofes, ya que para resolver tales "contenciosos" la vía democrática no sirve por algo bien simple: los electores rechazan tales metas. Los firmantes del pacto de Lizarrra saben que sus objetivos, sin ETA detrás, son papel mojado. Éste es el núcleo del problema vasco en la actualidad. ETA vio que los partidos nacionalistas democráticos firmantes de Lizarra titubeaban ante los resultados electorales desfavorables y optó por un empleo desesperado del lenguaje de la muerte. No es nada nuevo en la historia, y Primo Levi nos lo recuerda: el nombre es lo de menos; la lógica de exterminio del otro a quien no es posible imponerse por medios democráticos constituye la esencia, tanto del nacionalsocialismo como de otros movimientos políticos, ente los cuales cabe incluir a ETA y a su constelación de organizaciones legales.De ahí que no quepa, por desgracia, pensar en un compromiso político razonable, salvo que a la rendición se le llame pacto. Conviene recordar que ETA rechaza de antemano que las instituciones democráticas actuales puedan satisfacer las exigencias de lo que ella llama "el pueblo vasco", es decir, los vascos que respaldan su estrategia independentista e irredentista. Y mata a quienes opinan tal cosa (empresarios vascos). Sería estupendo que lo que sugiere Margarita Robles, o lo que dibuja hasta el hastío Máximo fuera realizable, y que existiera la posibilidad de un debate con máximos y mínimos, para reformar si es preciso la autonomía vasca, de acuerdo con los planteamientos formulados por la mayoría parlamentaria nacionalista. Pero es ETA, aquí con el respaldo del vértice PNV y de EA, la que se sitúa en el todo o nada, exigiendo por encima de lo que opina, elección tras elección, la sociedad vasca que sea creado del Adur al Ebro un territorio independiente, unificado y euskaldún: de paz por presos, como se vio en la fugaz relación con el Gobierno, ni hablar.

De ahí que las voces más agresivas de la equidistancia tengan que recurrir al falseamiento de la realidad para mantener el tipo. Es lo que sucede entre nosotros una y otra vez con Haro Tecglen, fiel al planteamiento de Casandra escapista que ya exhibiera hace veinte años al enjuiciar el fenómeno de las Brigadas Rojas en Italia. Entonces, las BR secuestraban y mataban a Aldo Moro, pero el blanco político era el PCI por su rígido espíritu de resistencia contra los terroristas. Ahora, ETA asesina, luego es delincuente, y, una vez hecha esta imaginativa constatación, todo se reduce a martillear con fuerza sobre el tópico de que la culpa es del Gobierno, y de Mayor Oreja en particular. Para sostener tal desviación de responsabilidad, Haro se ve obligado a escribir que ETA rompió la tregua porque ese Gobierno no le propuso contactos: ¿es que se encuentra tan ocupado que ni lee el diario en que colabora? Y, por supuesto, la unanimidad debe existir en el tema ETA, en contra de lo que él escribe, como la hubo en Timor o debió haberla sobre el genocidio de Chechenia: unanimidad en la condena del terror, y en la formación contra sus aspiraciones y métodos de una alianza al modo de los viejos frentes populares, por encima de otras diferencias políticas. A continuación podrán ser criticados cuanto se quiera Aznar y Mayor Oreja, pero siempre de acuerdo con una ponderación que deje claro quién es el responsable del crimen y quién el que no consigue resolver suficientemente su esclarecimiento. De otro modo, estamos, y vergonzantemente, en el lugar de las plañideras cómplices de EH. Aplíquese la burla, o la triste constatación, a MVM, como hubiera escrito Samaniego.

Nos encontramos en tiempos trágicos, en los cuales, siguiendo el consejo de Ortega, resulta imprescindible buscar la claridad en la visión. Y lo primero, de nuevo frente a quienes argumentan al estilo Haro, es tomar nota de una evidencia: la tregua de ETA no fue tal tregua, como la propia banda explicó para el plano político, sino una reorganización, en el curso de la cual se repusieron comandos, fueron robados explosivos y los chicos de la información elaboraron los informes de los que surgen los muertos de cada día. Basta comparar la situación de la ETA rejuvenecida de hoy con la de 1998 para darse cuenta de cuáles eran los respectivos estados de la cuestión, y del rendimiento que la organización terrorista ha sacado de ese descanso reparador. Aquí la demagogia se convierte en pura inconsecuencia si tenemos en cuenta que la preparación de un crimen forma parte de ese mismo crimen. Y sería preciso tomar en consideración también qué hizo, si es que hizo algo, para impedir tal reorganización de ETA, el consejero de Interior del Gobierno vasco, un hombre que hace un año protestaba contra la detención en Francia de una etarra, por otra parte cargada de información sobre futuros atentados. Todavía Balza no se ha disculpado y posiblemente no tiene por qué hacerlo: cada uno, a lo suyo. Su conducta fue fiel a Lizarra y lo que sucede es estricta consecuencia de lo que ETA entiende por Lizarra. Otra cosa es lo que un observador exterior tenga derecho a pensar de semejante actitud.

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Ésta es una de las tragedias de la actual situación: que los partidos nacionaistas democráticos sigan, como en el chiste del baturro, pase lo que pase, encerrados con el juguete de Lizarra sin detenerse siquiera un momento a medir las consecuencias de su alianza blindada con los cómplices de unos criminales, que por lo mismo son tan criminales como los terroristas. Ibarretxe y otros miembros del Gobierno vasco han condenado a ETA, pero ¿qué han dicho de EH y otros satélites? ¿No conocen a estas alturas el organigrama político de ETA? Entre txakoli y funeral, ¿todavía no se han dado cuenta de que EH/HB es una formación política de estricta obediencia a ETA y que, por lo tanto, seguir en Lizarra con EH supone compartir el objetivo político de ETA? ¿No alcanzan a percibir todavía que ETA carece de razones para replantearse su táctica asesina si en medio de la sangre el PNV sigue en Lizarra? En el caso concreto de Ibarretxe, cuando habla de que el conflicto vasco tiene

160 años de antigüedad (lo que, por otra parte, es prueba de ignorancia o de fe en el mito sabiniano) y ETA, dentro de aquél, 40, ¿desconoce que está otorgando a ETA la justificación para insistir en su reguero de muertes, hasta que se resuelva el imaginario contencioso montado en cartón piedra por Sabino Arana hace un siglo?

Vista la docilidad del nacionalismo democrático, así como su lealtad a toda prueba a Lizarra, ETA puede permitirse el lujo de golpear a personas cercanas al nacionalismo, como el presidente de Adegi. PNV y EA lo aguantan todo; para ellos, Aznar y Mayor son los malos de la película. La desviación de responsabilidad opera a pleno rendimiento. Y una vez puesta a prueba esta válvula de seguridad, cuanto ocurra en el resto de España no le interesa a ETA, salvo para medir el efecto de desmoralización que busca con sus crímenes, juiciosamente repartidos por la geografía nacional. Mientras no cambien, el PNV en primer término, la respuesta oficial y el coro de equidistantes, los etarras pueden seguir matando al por mayor sin coste político alguno, ya que los asesinatos rebotan hacia terceros del mismo modo que lo hace la pelota al percutir sobre el frontón con una trayectoria que la lleva contra el público.

De momento, en un plano estrictamente técnico, ETA está ganando la batalla que ha planteado a favor de su reorganización y constituye un error por parte del ministro Mayor Oreja no haber explicado la situación al definirse ésta hace un mes. No son coletazos de una agonía; ETA se encuentra fuerte en términos de capacidad de acción y políticos al mantenerse Lizarra. Lo que importa es que no gane una guerra donde está en juego no la independencia de la Gran Euskal Herria, sino la vida democrática en Euskadi. La última de las estupideces sería pensar que los agentes de este ejercicio bien meditado de terror político van a transformarse en honrados y tolerantes gestores de una democracia si alcanzan su meta y comparten el poder con personajes del tipo hoy imperante en la cúpula del PNV.

Por otra parte, ya es hora de que el Gobierno Aznar salga del círculo de las imprescindibles condenas y olvide para siempre el lenguaje de las descalificaciones, que son cosa bien distinta de las críticas. Es preciso abordar el tema con una amplitud de horizontes que hasta ahora han faltado por entero, tomando la iniciativa de una recomposición del tejido democrático por medio de una convocatoria que se olvide del objetivo a corto plazo de reemplazar a Ibarretxe y tienda sinceramente la mano al PNV. Me atrevo a augurar que éste la rechazará, poniendo su precio soberanista de siempre, pero entonces las responsabilidades políticas quedarían definitivamente claras para quien quiera verlo. Y debe también, sin bravatas, crear las condiciones para que el Estado de derecho no se convierta en un Estado de impunidad. La precisión a la hora de aplicar la ley no ha de seguir siendo incompatible con la utilización de unos métodos de lectura e interpretación de textos y declaraciones sobre los que la lingüística tiene ya acumulado bastante bagaje científico. Cargar sobre "la clase política" o sobre el PP -alcaldes de Berriozar y de Guecho- la responsabilidad de un atentado supone pura y simplemnte legitimar de modo indirecto, pero también inequívoco, la actuación de ETA, amén de exculparla. Si Otegi juzga compañeros suyos a unos etarras cargados de explosivos y ratifica la necesidad de proseguir la lucha, nos encontramos estrictamente ante un discurso terrorista, y como tal debe ser tratado. Parece que sólo el juez Garzón sabe leer entre nosostros determinadas cosas. En España, por iniciativa de Violeta Friedmann frente a Leon Degrelle, es delito poner en tela de juicio el Holocausto; parece absurdo que la asociación explícita con ETA no merezca igual tratamiento.

En suma, ante una crisis como la presente, resulta necesario insistir en la reflexión y en el rigor, evitando que impere el sentimiento de impotencia. Resulta peligroso olvidar la advertencia de Tocqueville: la democracia sirve antes para un gobierno apacible o para exigir del pueblo un esfuerzo vigoroso que para afrontar una prolongada tormenta.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.

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