Traslación perfecta
JOSÉ LUIS MERINOPara muchos ha podido pasar desapercibida la muerte de un bilbaíno, llamado Guillermo Waköning, acaecida hace apenas una semana. Murió a la edad de 85 años. Guillermo Waköning había nacido en Durango, el 15 de agosto de 1914, mas a todos los efectos era bilbaíno, y no un bilbaíno cualquiera. Fue el alma viva de la empresa de telas, alfombras, estampados, moquetas y papeles Gastón y Daniela, con 54 concesionarios, además de tiendas propias repartidas por Madrid (3), Barcelona (2), Palma de Mallorca, Valencia, La Coruña, Málaga, Marbella, Zaragoza, Alicante, Ibiza, Sevilla, Granada y un largo etcétera.
Sin embargo, no es por su carácter empresarial por lo que cabe destacar su valía, sino por su pasión y entrega hacia la belleza de los diseños. Iniciado desde muy joven en el negocio familiar, puso todo su empeño y energía en llevar a las telas las más bellas imágenes, fueran realistas o abstractas. Los resultados son notables. La gama amplísima, en la que se inscriben iconografías de final del siglo XIX, hasta el Equipo Crónica, pasando por la espléndida colección Gaudí -diseños tomados de la arquitectura de Gaudí, que llevan por títulos, a Tesela, Ojo Mágico, Rosa Mística, Parque Güell-, además de fragmentos de obras de Henri Matisse y de otros consagrados artistas...
Para dar mayor relieve y potencia a los diseños, Waköning tomó la iniciativa, en los años cincuenta, de invitar a artistas y arquitectos para que presentaran sus creaciones libres, que luego serían estampadas en telas. Un buen racimo de artistas, famosos más tarde, aunque apenas conocidos entonces, participaron en ese proyecto. Ellos son César Manrique, Rafael Canogar, José Vento, Luis Feito, junto al arquitecto Sota, entre otros.
No sólo estuvo atento Waköning en conseguir la traslación del mejor arte al diseño de sus telas, sino que buscó adentrarse en apoyo del arte mismo. En 1948 creó, junto a un grupo de amigos, una galería de arte en Bilbao. Se llamó Galería Studio. Además de presentar exposiciones de vanguardia, instauraron un premio para promocionar a jóvenes pintores vascos. En la primera convocatoria (1949) figuraban los José Barceló, Fidalgo, Murga, Pérez Díez, Agustín Ibarrola y más. A esto se añade, como complemento histórico relevante, que en Studio presentaron a Jorge Oteiza, recién llegado de su larga estancia en América Latina.
Mi primer contacto con Guillermo Waköning lo tuve en la primera quincena de noviembre de 1964. Fue a raíz de haber inaugurado la Galería Grises de Bilbao, con una exposición de Manolo Millares, con obras de pintura sobre papel. La única obra que se vendió la compró Waköning, quien una vez más percibía como nadie dónde estaba la palpitante vanguardia. Pagó por ella 12.000 pesetas. Me aseguran que esa obra ahora costaría doce millones. Pero no cuenta el dinero en alguien que vivía rodeado de obras de arte. Importaba su pasión por la belleza, la atención ardorosa que prestaba a todo lo que se saliera de la ruta trillada de los hombres.
Unos meses atrás me llamó. Supe por él que la empresa de sus amorosos desvelos le tenía un tanto apartado. Asistía perplejo al rechazo de no pocos de sus proyectos...
Me propuso escribir un libro sobre una selección de sus mejores diseños. Acepté encantado. Tomé las primeras notas. Quedamos en seguir hablando. Lamentablemente, llegó la triste noticia: Guillermo Waköning Poirier había muerto en un hotel de Pancorbo (Burgos) de noche, con las gafas puestas, mientras leía un libro...
Ese fin de semana se había trasladado a Pancorbo. Llegó, como otras veces, lleno de proyectos. Atrás quedaba una semana trabajada sobre 16 horas diarias, pese a su anchurosa edad. Después de cenar subió a su habitación. Tomó un libro. Por aquello de sentirse incomprendido, deberíamos pensar que lo último que hubiera leído esa noche última, sería un pasaje de Hugo von Hofmannsthal. Aquel que dice: "Cuando un hombre abandona este mundo, se lleva un secreto consigo: cómo le ha sido posible la supervivencia espiritual".
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