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Reportaje:PANEL DE AGOSTO

Un rotundo suspenso en idiomas

Muchos turistas extranjeros se pierden en el metro al haber sólo carteles en español y tienen dificultades para tratar con taxistas o ser atendidos en los bares

Mike Salter, californiano de 25 años, ha cambiado su tabla de surf por una mochila embarazada de ropa. Viene desde la parada de Sol con intención de llegar al Retiro, pero el metro se niega a ir más lejos de la estación de Banco de España. Sale del vagón con su melena rubia, piernas cansadas de tanto paseo y cara de despistado. Consulta en su guía de viajero el plano del metro, pero allí no va a encontrar que la línea 2 se halla cortada por obras.En las 201 estaciones, los 107 kilómetros de túneles y los 235 trenes que tiene el metro de Madrid no hay una sola indicación en inglés. "Hubiera sido un detalle que en algún cartel o por megafonía usaran los dos idiomas", explica Mike mientras busca la salida hacia el autobús que finalmente le lleve a su deseado descanso en el césped del parque del Retiro, aunque también muestra comprensión: "Es lógico, estamos en España, ¿no?".

Amador García, empleado del Metro, explica que por cada tren que llega a Banco de España "tres o cuatro guiris se quedan colgados". Julián Gil, guardia de seguridad de esta estación, va avisando a los despistados y les explica el problema: "Yo les traigo hasta este plano y les digo unas palabrejas que me he aprendido. Closed, closed [cerrado, en inglés] y bus, bus, mientras les señalo la dirección... y arreglado. Pero claro, no puedo avisar a todos. Muchos se quedan en el vagón y se vuelven hasta Cuatro Caminos sin enterarse de nada; sobre todo los japoneses, que van hacia Las Ventas a ver las corridas de toros".

Esta es una de las muchas barreras idiomáticas que los turistas tienen que saltar y en las que a menudo tropiezan. El año pasado llegaron a la capital 5.439.774 turistas, y en los últimos cuatro la cifra ha crecido casi medio millón por año, con una media de algo más de dos días de estancia en Madrid.

Uno de ellos es H. J. Janssen, un belga que acompañado de su esposa se baja de uno de los 16.629 taxis que hay en Madrid: "Yo no cojo el metro, que es un lío. Con los taxistas me entiendo más fácil, aunque no hablan idiomas", explica.

En una encuesta improvisada entre los 12 taxistas que hacen cola a la caza de turistas cerca del Palacio Real, ocho afirman no hablar "ni papa de idiomas", tres dicen "chapurrear el inglés" y el último presume de saber algo de francés, "pero poco, ¿eh?".

La Comunidad de Madrid montó en 1992 unos cursos de inglés para taxistas con motivo de la capitalidad europea.Se apuntaron 200, pero la cifra se ha ido desinflando. "Los taxistas trabajamos entre 10 y 12 horas al día. No está el asunto como para apuntarse a clases de inglés", explica Eladio Núñez, presidente de la asociación gremial del taxi.

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Otro taxista, Eugenio Colmenares, avisa de otro problema: "En muchas guías dicen que los taxistas engañamos. Es culpa de los cuatro mal nacidos de Barajas. Al final resulta que los pocos extranjeros que se montan no se fían ni un pelo".

Pero la principal barrera a la que se enfrentan los forasteros es a la hora de pedir comida. De los 12.250 establecimientos que hay en la capital pocos tienen menús en varios idiomas o personal preparado para atender a los extranjeros. Aunque en las zonas turísticas los locales están más preparados. En el restaurante pastelería Yenes, en plena Puerta del Sol, se puede leer la carta en español, inglés e incluso tienen unas recomendaciones en japonés.

Laura Mink y Bon Jensen, dos jóvenes rubias que llegan desde Inglaterra, disfrutan de una cerveza mientras toman el sol en la plaza Mayor. "Lo mejor de no entender nada es que pides cosas que nunca te atreverías a probar", dice Laura. "Eso, eso, di lo bueno que está el gazpacho", le arenga su amiga.

Onésimo Moreira, un camarero cubano de un bar-cafetería en la calle Arenal, afirma que habla francés, italiano e inglés, pero que cuando él no está trabajando "la gente se entiende de mala manera". Alfredo Fernández, camarero del restaurante gallego A Esquiniña, en Puerta Cerrada, aplica una receta más pragmática: "Qué mas da los idiomas si luego nos entendemos señalando con los dedos".

Pero hay algunos, como Carlos García, camarero de una de las terrazas de la Puerta del Sol, que encuentran ventajas en la barrera de los idiomas: "Aunque me manejo con el inglés, lo que no hago nunca es explicar a los guiris de qué está hecha la morcilla porque no creo que ninguno la pidiera".

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