Coraje para la Universidad
Analizado, con la urgencia que el periodismo impone, el proceso de preinscripción de las cinco universidades de la Comunidad Valenciana, se llega a la conclusión que para afrontar el futuro con responsabilidad, necesitamos que tres agentes sociales (el Gobierno valenciano, los rectores y sus equipos y los profesionales de la Universidad) hagan un ejercicio de coraje para enfrentar la nueva situación que vive esta vieja institución. Hay que revisar sin acritud decisiones y talantes con los datos de demanda de los jóvenes valencianos, (los clientes).1) Nuestro Ejecutivo debe tener el coraje de volver atrás, en la medida que ello sea posible, su decisión de impulsar la Universidad Miguel Hernández y las inversiones allí previstas. Los números publicados el martes por EL PAÍS, son explícitos: esta nueva universidad no cubre ninguna demanda que no cubriera la de Alicante, una provincia que no está en condiciones de mantener dos universidades solventes. Ningún argumento de rentabilidad social, ni cualitativo ni cuantitativo, soporta la continuidad de este proyecto. ¿Se imaginan lo que haría la iniciativa privada si tras cuatro años y con las inversiones hechas, no se llegara a cubrir el 60% de las plazas ofertadas? Si rectificar es de sabios, tener el coraje de hacerlo en este caso tendrá, además, el valor de actuar de bálsamo en una situación que necesita coherencia, generosidad y perspectiva de futuro.
2) Los rectores están en condiciones de hacer balance de su política de gestión de oferta de títulos y de colaboración mutua entre las universidades, dentro de una sana competencia. La coordinación e incluso las relaciones institucionales interuniversitarias se ha demostrado que no funcionan correctamente y sería bueno que la consejería y los rectorados trabajaran en mejorarlas, ya que el balance del mapa de titulaciones y sus demandas presenta un panorama que los ciudadanos valencianos no pueden aceptar.
Es evidente que ni el mercado ni las modas más o menos duraderas, deben ser el único baremo por el que se deben regir las decisiones relativas a qué títulos deben ser impartidos desde las universidades públicas. Sin embargo, no puede hacerse un año más un espeso silencio, cuando los datos de la preinscripción hablan de titulaciones tradicionales que han dejado de ser atrayentes, de la demanda de otras nuevas y de la necesidad de preguntarse acerca de si los títulos que en su momento se impulsaron, han cubierto o no las expectativas que dieron lugar a su aparición. Los rectores deben saber que es mucho más fácil poner a rodar un título, que hacerlo desaparecer de la oferta de su universidad y ello exige prudencia y buena prospectiva. Basta ver cómo actúan las universidades más competitivas del mundo, donde los estudios -además de aparecer empujados por demandas más o menos coyunturales- también desaparecen o cuando menos se achican al mismo ritmo. Ésta es una tarea difícil que requiere coraje por parte de los rectores, ya que se enfrentan a derechos adquiridos y a situaciones funcionariales poco compatibles con una sociedad con conocimientos dinámicos. Pero si uno reclama autonomía para la Universidad debe tener el coraje de ejercerla en todos sus aspectos, incluso en la autocrítica, en no alimentar titulaciones poco defendibles fuera de intereses gremiales y en coordinarse con el resto de colegas con un plan estratégico propio.
3) La última prueba de coraje corresponde a los que viven de y para la universidad. En abril pasado, Josep M. Bricall declaró a este periódico: "La Universidad ha perdido el monopolio de la enseñanza superior y, si no se renueva, una parte de la sociedad enviará a sus hijos a otra parte. A partir de la Ley de Reforma Universitaria, la universidad se ha tenido que modernizar haciendo camino al andar, pero dándose cuenta de que ya no debe andar por ese mismo camino. La gente ya no acude a la universidad para aprender una disciplina, sino para ejercer una profesión. Y hay que darle lo que busca, no lo que la universidad decida por su cuenta". Demografia aparte, la pérdida de demanda, registrada en esta preinscripción, nos dicen que el autor de Universidad 2000 no andaba desencaminado. Parece como si la sociedad cada vez justificara menos una profesión, por el solo hecho de transmitir no importa que tipo de conocimiento, hay que tener el coraje de asumir que los campus virtuales ya son algo más que una promesa y que el e-learning va a acabar con la clase tradicional. Alguien decía que la universidad será investigadora o no será, y en esta línea habrá que moverse.
No es fácil, pero sí urgente, asumir el reto profesional de poner en marcha mecanismos de evaluación que permitan que quien no cumpla determinados criterios de eficiencia y eficacia, vaya pensando en cambiar de profesión, ya que si no cambiamos la universidad la cambiará el mercado y esto es algo que no parece aconsejable. Cambiar desde dentro nunca es fácil, pero requiere como condición previa una alta dosis de coraje. De esto se trata.
Gregorio Martín es director del Instituto de Robótica.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.