_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los Vigilantes de la Playa

JAVIER MINAVerano se viene escribiendo con uve, con uve de mal tiempo, por eso, a nada que haya una nube de menos nos lanzamos a la caza del Uva como si no quedara otro rayo en el mundo. Caminos, carreteras, y helipuertos se colapsan de amantes de la playa bien provistos de tumbonas, empanadillas y radiocasés colmatando los accesos de chapas recalentadas, chillidos nenes, rugidos apremiantes y vaharadas de sudor. Pero, tranquilos, ahora podremos conseguir nuestro lugar al sol e incluso arrimarnos al sol que más calienta sin necesidad de embadurnarnos varices, michelines y pelarras con mejunjes sospechosamente extranjeros, porque contamos con los Vigilantes de la Playa.

Podremos, también, estar en la cresta de la ola o con el viento que más sopla, meternos en aguas profundas, desafiar las corrientes más desviadas y arriesgarnos a la hidrocución tras haber mal devorado la tortilla, la carne fiambre o el grasiento embutido cañí, pero es lo que tiene la bellota, que no sirve para los cerdos ni tampoco -seamos apolíticamente correctos pues tenemos vacación- para las cerdas de aquí. ¿Que deseamos disfrutar de un entorno exclusivo con esas vistas que como las nuestras no hay ni en las postales, que preferimos arriesgarnos a las arenas movedizas, que nos gusta construir castillos en el aire y abandonarnos a magníficos sueños? Ahora es perfectamente posible, porque nos vigilan los Vigilantes de la Playa.

Tampoco debe cortarnos visitar ese chiringuito construido en pimiento de Gernika y espárrago de Tierra Estella para degustar ora el txakolí ora el kalimotxo arrullados por raras bilbainadas y estentóreos do de pecho de la comarca jesuita ejecutados por el mariachi de las Voces Ancestrales. Animémonos a disfrutar bajo su cubierta de paja del maravilloso recital de cuentos sin cuento, de consejas de la vieja y del show de los hombres duros, que nunca han tenido más que una palabra aunque presuman de haberla contravenido sólo por fuerza mayor, como lo es mantener tiesa la cabaña y monolítico el corazón. Vayamos, pues, y disfrutemos por agua, mar, aire y chiringuito, ¿acaso no nos vigilan los Vigilantes de la Playa?

Y démonos con un canto en los morros, como vulgarmente se dice, por contar con tan aguerrida muchachada a nuestro único servicio. Da gusto verlos con el impoluto verdugo que tal vez les bordó la novia o la amatxo, bien encajados los puños (revestidos del cuero negro antihuella obsequio quizá del aitatxo) en la cadera, rozando sugestivamente el cinturón de canana donde brilla de oro pálido la munición y de azul bruñido el hierro, esa nueve milímetros especializada en despachar orgullosamente a quien no se defiende. Qué gusto da ver cómo les cuelga del pecho la carga de dinamita que pone ese toque bananero tan anacrónico, y cómo les remata, me refiero a la apostura, esa txapela con la que quieren hacer pasar por criolla y jatorra la mera y general ansia de poder.

Pero eso no es nada comparado a verlos en acción. Luchando, por ejemplo, contra los tiburones de todo pelo y raza, torciendo las corrientes, doblegando voluntades, imponiendo pareceres, volando por los aires cualquier vehículo por pesado que sea sin temor a que la sobrecarga despache a un vecino o a un indigente ni así sea israelí -¿será por el internacionalismo?- y reuniendo tras su sombra a un coro de exégetas expertos en lavar sangres e inmunes al dolor ajeno. Qué gozada contemplar a nuestros Vigilantes de la Playa pegando todos los tiros que haga falta a un maldito concejal que además de intentar huir -única forma que se le ocurrió al desgraciado de repeler la agresión- tuvo la indelicadeza de ser, en vida, competente y bastante buena persona, por no mencionar que le sobró mal gusto para presentarse a su cita con la muerte acompañado por su esposa y por su hija. Si a eso le añadimos que residía en un territorio tan asqueroso como Málaga y que le bautizaron José María Martín Carpena está dicho todo. ¿Para qué queremos ahogarnos teniendo semejante Vigilancia?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_