Mastodontes
El proyectado vertedero de residuos industriales de la localidad madrileña de Torrejón de Velasco se ve seriamente amenazado por la inoportuna aparición en la zona de dos mastodontes, antepasados del elefante actual que triscaron por esos cerros hace diez millones de años. El término mastodonte, que se traduce en lengua vulgar como persona, animal o cosa de gran tamaño, viene de mastos, pezón, y dontes, dientes; los mastodontes tenían, al parecer, dobles colmillos, imponentes defensas que no les preservaron de la extinción porque, pese a su formidable aspecto, eran pacíficos herbívoros, apacibles vegetarianos sin instintos agresivos.La agresividad, al fin y al cabo, tampoco daba muchas garantías de supervivencia por entonces; en el nominalmente belicoso cerro de Batallones, presunta sede del vertedero, junto a los mastodontes, los paleontólogos han encontrado el esqueleto bien conservado de un tigre dientes de sable, cuya proverbial ferocidad tampoco le libró de la extinción.
Los dos mastodontes y el colmilludo tigre son, según los expertos, un atisbo, una muestra mínima de los ancestrales tesoros enterrados en este cerro, destinado a ser necrópolis industrial pese a la oposición de los habitantes de la zona, que no se dejaron impresionar por el paradójico, aunque políticamente correcto, nombre de la empresa concesionaria de la obra, Cartera Ambiental.
Si hay vertidos tendrá que haber vertederos, pero nadie quiere la basura, ni la propia, ni mucho menos la ajena, apestando a la puerta de su casa. Acumular los residuos industriales en zonas rurales que nunca gozaron de los beneficios de la industrialización es una iniciativa muy difícil de vender, condenada a la incomprensión y germen de conflictos.
Como los mastodontes y los dientes de sable, hace no tanto tiempo, hace muy poco, se extinguieron, desaparecieron los rústicos ingenuos, los paletos fáciles de engañar, los pueblerinos incautos, víctimas predilectas y perfectas de las estampitas y los tocomochos.
Hoy, los habitantes de la aldea más minúscula y peor comunicada de la comunidad han aprendido a leer entre líneas y a descifrar los eufemismos y los jeroglíficos de los que usa y abusa la Administración para maquillar y enmascarar sus intenciones. Un basurero es un basurero aunque le llamen centro de recuperación de residuos sólidos industriales o instituto de reciclaje de materiales de desecho.
Los dos mastodontes y el dientes de sable defienden con uñas y dientes fosilizados su territorio, y a los vecinos de Torrejón de Velasco opuestos a la ubicación del vertedero en sus proximidades, un ejército de paleontólogos y arqueólogos en nombre del pasado remoto alteran los planes del presente para preservar el futuro de los habitantes de la zona.
No es la primera vez; los arqueólogos, por ejemplo, vienen siendo desde hace tiempo una amenaza para los constructores de edificios y aparcamientos en las urbes históricas, donde a poco que excaves salta un fragmento de muralla, aparece una cripta o emerge un capitel que obliga a paralizar la obra.
Cuando no había arqueólogos ni paleontólogos rondando por los alrededores, los constructores echaban tierra y cemento al asunto y cerraban la boca, pero en los últimos años la cosa se está poniendo más difícil.
Recuerden la polémica excavación de la plaza de Oriente y la que armaron los defensores del Arte, de la Historia y de la Cultura, paradójicos progresistas, partidarios de la conservación del Patrimonio frente a un Gobierno municipal conservador dispuesto a arramblar con lo que fuera en aras del progreso.
Tras una larga guerra en los medios de comunicación, cruce de informes y contrainformes, valoraciones y peritajes sobre el auténtico valor de los restos arqueológicos a enterrar y desenterrar, el Ayuntamiento optó por una solución aparentemente salomónica: primero que pasen los arqueólogos y desentierren algunos recuerdos que puedan llevarse a sus casas y museos y luego el cemento, mucho cemento para que a nadie se le ocurra remover de nuevo el asunto.
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