Camp David y después
Ehud Barak ha dado grandes pasos para aproximarse a los palestinos, ya antes de que comenzara la cumbre de Camp David; ha ido más allá de lo que cualquiera de sus predecesores soñó jamás; más allá de lo que es previsible que vaya cualquier otro dirigente israelí en un futuro próximo. Cuando estaba a punto de partir hacia Camp David, Barak proclamó su postura conciliadora, que le ha costado perder la mayoría parlamentaria, el Gobierno de coalición e incluso a parte de su electorado. Aun así, la paloma Barak, pese a perder las alas, el cuerpo y la cola por el camino, siguió adelante, como una cabina de avión que siguiera volando sola.Aparentemente, Arafat no dio unos pasos tan largos ni tan solitarios hacia los israelíes. Tal vez no podía o carecía del empeño feroz en lograr la paz. La cumbre de Camp David corre el peligro de fracasar, lo cual no significa, en absoluto, que se acabe la lucha por esa paz. Al fin y al cabo, hemos visto muchas veces a israelíes y palestinos salir de salas de reuniones con gesto de desesperación, mientras lamentan la imposibilidad de llegar a un acuerdo con sus terribles homólogos. Después de cierto tiempo, siempre vuelven a reunirse y preparan juntos la siguiente crisis; y el proceso de paz continúa renqueando en su frustrante camino hacia una solución de dos Estados. (Oriente Próximo parece pertenecer a una película de Fellini, y no de Ingmar Bergman: siempre hay ruido y fragor de fondo).
Y así, entre una y otra crisis, van surgiendo los perfiles del futuro mapa de la paz entre el hollín y la pantalla de humo de las diferencias actuales. En este momento, a israelíes y palestinos sólo les separan unos cuantos kilómetros en disputa en Cisjordania y, tal vez, unos cuantos cientos de metros en disputa en Jerusalén.
Desde luego, esos últimos trozos de tierra están llenos de ira, dolor, miedo y frustración. Pero no hay que olvidar que, durante casi cien años -cien años de soledad y baños de sangre-, el desacuerdo entre las dos partes no se refería a quién se quedaba con cuánta tierra, sino a quién debía irse y cederla por completo. Ahora, a pesar de los puntos muertos y las peleas diplomáticas, el conflicto está en sus últimas etapas. La paz es inminente. Incluso los extremistas de los dos bandos, que odian la idea de ceder sus "sagrados derechos ancestrales", saben que el país va camino de convertirse en una casa bifamiliar, un chalé adosado. ¿Quién se queda con cuánta tierra? ¿Quién se queda con cuánta parte de Jerusalén? Barak y Arafat, o sus sucesores, tendrán que acabar por ponerse de acuerdo, aunque la actual cumbre de Camp David termine saltando por los aires.
Los israelíes y palestinos que se oponen a un acuerdo de paz basado en un compromiso doloroso se sienten claramente invadidos por la inseguridad, la feroz sensación de injusticia y las dudas teológicas y éticas sobre la renuncia a los "derechos sagrados". Pero la paz no puede basarse nunca -ni siquiera la paz doméstica- en la noción de "todos los derechos reservados". Entre los derechos fundamentales que toda persona y toda nación merecen ejercer con libertad debería figurar el de ceder algunos de esos derechos, cuando les convenga, para satisfacer y garantizar el más esencial, que es el de seguir con vida, el de vivir en paz y libertad.
Amos Oz es escritor israelí. © Amos Oz 2000.
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