El largo camino hasta Compay
La noticia surgió en el recoleto teatro Principal. Habemus cantante o, mejor, músico a secas, porque Patricia Barber contraviene el orden habitual y parece más una pianista-cantante que una cantante-pianista. Irreprimible, Barber debutó en España causando la misma impresión que ya han experimentado en EE UU y otros lugares más rápidos de reflejos.Nada en ella es convencional. Salió vestida de negro mate, seguramente con lo primero que encontró por casa, sin disimular que hace meses que no la ven en la peluquería. Poco después demostró que su música es presente juiciosamente rabioso, promesa cumplida cada día a golpe de imaginación.
Abrió con una canción de los Beatles, Blackbird, que adelantó su capacidad para crear atmósferas de serenidad interiorizada, y continuó con una espléndida introducción barroquizante al piano de All the things you are. Esas fueron sus armas durante toda la sesión: voz enigmática, introspectiva y remansada, y estimulantes improvisaciones al teclado repletas de hallazgos. Sus excelentes acompañantes, el contrabajista Michael Arnopol y el batería Eric Montzka, ayudaron a mantener el tono de nostalgia inquieta y experimental que presidió el concierto.
Patricia Barber / Gonzalo Rubalcaba Trío / Compay Segundo
Teatro Principal Antzokia y polideportivo de Mendizorrotza. Vitoria. 20 de julio.
Con Patricia Barber incorporada a la colección de nombres a retener, el festival se desplazó a su escenario principal. Allí se produjo una situación parecida a la del día anterior, y cierto sector del público barruntó que Gonzalo Rubalcaba estaba allí de relleno, casi a modo de molesto obstáculo para llegar al deseado Compay Segundo. Pero el pianista se hizo cargo de la situación.
Su tarjeta de presentación consistió en una nana serena y arrullante, expuesta con escrupulosa meticulosidad y admirable tensión emocional. Fue el principio de un Rubalcaba renovado y limpio de retórica, entregado a la construcción de frases netas y concluyentes, muy alejadas de los desarrollos dispersos y algo farragosos que hasta ahora le habían definido. Las miradas empezaron a dirigirse hacia el escenario con menos desconfianza, y quien no había previsto disfrutar con los prolegómenos se encontró con una feliz sorpresa. Cuando el pianista, soberbiamente acompañado por Ignacio Berroa a la batería y Carlos Henriquez al contrabajo, dio por concluido su trabajo se había ganado a la concurrencia con las mejores artes.
¿Y Compay Segundo, qué tal? Pues Compay Segundo, muy bien, gracias a Dios. A los 93 años la salud es lo que importa, porque si es propicia puedes seguir viajando por el mundo como un mozo divulgando la música y otros rasgos de esa idiosincrasia cubana que todo el mundo parece empeñado en conocer tan de cerca y tan a fondo. Compay es el embajador ideal, una verdadera institución que se ha ganado a pulso la inmortalidad. Su imponente voz de barítono mantiene una firmeza envidiable, al menos en las presentaciones de las canciones, y la emplea con un gracejo desarmante. Cuando suena la música, sabe parapetarla muy bien detrás de la de su socio en funciones de cantante, Hugo Garzón, dosificándola con mimo para que llegue sana y salva a la siguiente cita.
La relativa novedad en la actuación vitoriana del abuelo de oro consistió en la inclusión de un trío de clarinetes, no siempre bien avenidos, que dio a los arreglos cierto aire de atractiva decadencia. Por lo demás, desfilaron buena parte de sus temas más conocidos, esos que no hace falta citar porque ya se saben de memoria en cualquier hogar español mínimamente moderno. Tampoco tiene mucho sentido extenderse en juicios musicales, porque a esta clase de espectáculos la gente acude a bailar y a darse un homenaje, de modo que sólo resta comentar de pasada que el éxito fue rotundo, aunque la percusión estuvo un pelín anémica, y que no hubo propina, porque Compay tenía que viajar a Vigo temprano a la mañana siguiente. La vida del misionero musical cubano es francamente dura en estos días.
Babelia
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