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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arresto domiciliario

El presidente norteamericano, Bill Clinton, ha recurrido a las vías de hecho para que no se le escape el acuerdo entre palestinos e israelíes, decretando el arresto domiciliario del primer ministro israelí, Ehud Barak, y del presidente palestino, Yasir Arafat, en Camp David hasta que regrese de la cumbre del G-8 en Okinawa. Los dos negociadores, que llevan ya más de una semana en el retiro de Maryland, seguirán forcejeando, pero nadie duda de que ambos esperan a que vuelva el carcelero para ver qué sacan en limpio.Después de desenredar algunas marañas en torno a fronteras y refugiados palestinos, Barak y Arafat se centran en mucho más que una simple manzana de la discordia: Jerusalén. La posición de Barak, aunque expresada en términos más técnicos, es que las victorias militares han de tener alguna recompensa, como es la de mantener bajo soberanía israelí la totalidad de la Ciudad Santa, cuya parte árabe conquistó su ejército en 1967; la de Arafat es que, como establece la resolución 242 de la ONU, Israel ha de evacuar todo lo ocupado como consecuencia de aquella guerra, de forma que los palestinos puedan alzar la capital de su futuro Estado en la ciudad. Y ni uno ni otro parecen tener mucho margen de maniobra ante sus audiencias.

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Para Barak es mejor regresar mostrando que no ha cedido a las presiones de nadie, y que Jerusalén sigue indivisa como capital eterna de Israel, que hacer marcha atrás en lo que todos los dirigentes israelíes han considerado irrenunciable desde 1967. Arafat, aunque hace algunos meses parecía casi resignado a conformarse a llamar Jerusalén a dos o tres barrios periféricos que serían formalmente anexionados a la ciudad, para asentar en ellos su capital, parece haber endurecido su posición. Probablemente porque ha auscultado a su pueblo y, en general, a la opinión pública mundial, excepto la norteamericana, para llegar a la conclusión de que el árabe-palestino que renuncie a Jerusalén Este será tachado de vendepatrias por siempre jamás.

¿Qué puede ocurrir al regreso de Clinton? Al menos algún tipo de declaración que aproxime las posiciones, dando un margen de negociación ante el repetido anuncio palestino de que, si no hay acuerdo, Arafat proclamará el Estado palestino el 13 de septiembre, aniversario de los acuerdos de Washington. Si esto llegara a suceder, Israel tomaría medidas lo suficientemente expeditivas como para que el anuncio quedara en pura retórica, y ésa es una perspectiva que horroriza a todos. ¿Existen fórmulas semánticas aceptables para las partes? ¿Cabe una teórica soberanía compartida, que ejercería cada parte sobre las zonas que considera más inviolables? Sería un desatino que esa solución se escapara de las manos de los negociadores.

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