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Feria de Valencia

Salió la cabra

Tal como venían presentando los toros de la feria se esperaba que tarde o temprano soltarían la cabra.Y salió.Pobre cabra. Están más cerca las navidades, y alguien se la lleva para el Nacimiento.

Venía la cabra de sobrera, marcada con el hierro de Badía (muy conocido en su casa a la hora de comer) y, lo que son las casualidades de la vida, le correspondió a Enrique Ponce.

Enrique Ponce, cabecera del cartel, era sujeto pasivo de las casualidades de la vida y quisieron que le correspondiera el toro más chico de la corrida, que hizo cuarto -luego devuelto por inválido- y uno de los más chatobrochos que habrán de verse en la temporada, y abrió plaza.

No se fio Enrique Ponce del chatobrocho. Que lo sería -los cuernos curvándose hacia adentro hasta casi cerrarse en círculo- pero sacó cierta casta, y Ponce se pegó la sudada.

Flores / Ponce, Morante, Abellán

Cinco toros de Samuel Flores con peso pero sin trapío, con leña pero brochos, flojos, varios inválidos, mansos, manejables. 4º de Manuela Agustina López Flores, sin presencia e inválido, devuelto. Sobrero de Badía hermanos, chico impresentable e inválido, protestado de salida; manso y manejable.Enrique Ponce: pinchazo perdiendo la muleta, metisaca y rueda de peones (silencio); pinchazo -aviso con mucho retraso-, otro princhazo, estocada y rueda de peones (silencio). Morante de la Puebla: estocada atravesadísima echándose fuera, rueda de peones y descabello (silencio); pinchazo lateral echándose fuera, media y rueda insistente de peones (algunos pitos). Miguel Abellán: estocada trasera perdiendo la muleta, ruedas insistentes de peones -aviso- y dos descabellos (insignificante petición y vuelta); estocada perdiendo la muleta (palmas). Al terminar parte del público arrojó almohadillas al ruedo en protesta por el mal espectáculo visto. Plaza de Valencia, 20 de julio. 6ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

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Correr tras cada pase es habitual en Enrique Ponce y añadió el ardid de iniciárselos al chatobrocho pegando un zapatillazo.

Al toreo de mucho zapatillear y luego correr, tiempo atrás lo llamaban ratonero; y desmerecía a ojos de los aficionados, que menospreciaban a sus artífices y los relegaban al montón. Hoy al zapatillear le llaman magisterio, y a quien lo perpetra, figura.

Menudo chuleo.

A la cabra le hizo Ponce larga faena desde el alivio, por derechazos, por naturales, por pases de pecho dobles o sencillos, por trincherillas, por molinetes en producción seriada y no acababa nunca. Le enviaron el habitual aviso (por cierto con retraso) y se retiró congestionado al burladero de capotes. Misión cumplida.

Dícese de Enrique Ponce lo de correr, y no sería justo olvidarse de Morante de la Puebla que le supera en todas las modalidades: el sprint, la montaña y la contrareloj. Le ponen una bicleta y gana el tour.

Quién le ha visto y quién le ve a este torero que irrumpió dotado de maneras exquisitas y la afición lo clasificó entre los del arte y del pellizco. Hecho el nombre, sin embargo, ha trocado el arte por la vulgaridad y el pellizco por la paliza.

Qué modos los de Morante: trapacero con el capote e incapaz de cuajar ni una sola verónica; inseguro y astroso con la muleta, e incapaz de ligar dos pases seguidos.

Los toros no tenían culpa. Le correspondieron uno probón, al que no supo aplicar ningún recurso lidiador, y en segundo lugar una especie de novillejo cargado de leña, inválido y dócil colaborador, y fue incapaz de sacarle faena. A este torucho le instrumentó unos ayudados marcando estilo y cadera. Y de ahí en adelante pegó derechazos apretando a correr, un solo intento de natural le afligió y abandonó rápido la idea, vinieron los enganchones, trasteó a la deriva... Quién le ha visto y quién le ve a este Morante, convertido en un adocenado y pusilánime pegapases.

Destacó la voluntad de agradar que se traía Miguel Abellán. El público necesitaba emociones fuertes y Abellán se las dio recibiendo a sus toros con la larga cambiada de rodillas, ¡toma ya!

La larga cambiada de rodillas tiene efectos energéticos pues levanta el ánimo de los públicos y los predispone a favor del autor.De manera que los capotazos siguientes siempre los coreará gritando olé.

La verdad es que la larga cambiada sí, pero la verónica no le acababa de salir a Miguel Abellán. A la verónica le pasa lo que a la paella: que es difícil que te la saquen buena.

Afanosa faena realizó Abellán al tercer toro, casi toda por derechazos de discreta factura (los naturales se quedaron en una tanda sin fundamento), y pues la voluntad debe ser recompensada, estuvo a punto de recibir una oreja, finalmente no concedida ya que se demoró la muerte del toro y oyó un aviso.

El sexto era un manso integral que se desentendía de los engaños para amagar desplazamientos al abrigo de las tablas.No llegaba a consumarlos, porque los puyazos carniceros que le metió el individuo del castoreño con total desvergüenza le dejaron roto y no estaba para trotes. Y volvía a embestir un par de veces a la bien presentada muleta de Abellán, para marcharse otra vez hundido en la miseria. Luego no pudo haber faena.

¿Quiere creerse que el picador ese fue ovacionado? Tapando la salida del toro le clavó puyazo corrido, lo llevó castigado hasta el platillo, volvió al tercio sin dejar de meterle hierro y cuando lo soltó, le pegaron la ovación.

Cuando el público es de un trinfalismo desaforado y hasta aplaude las tropelías, ya pueden soltar cabras que no pasa absolutamente nada. En Valencia, por lo menos, da igual.

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