Lo que se hizo y lo que no se hizo
La intervención, recuerda Pierre Hassner, ha reemplazado a la disuasión en su función de concepto estructurante de la guerra como continuación de la política por otros medios. Pero, para echar un jarro de agua fría sobre los comportamientos occidentales, ha llegado el informe del panel internacional de personalidades eminentes encargado por la Organización para la Unidad Africana (OUA) sobre el genocidio de Ruanda en 1994. Su lectura (www.oau-oua.org) produce escalofríos. Mas no sólo por los horrores que ya conocíamos, sino por la conclusión general del informe: con una fuerza de intervención internacional modesta, pero suficiente, y con un mandato fuerte, el genocidio se podía haber evitado, y, una vez comenzado, podría haberse "plenamente" reducido en escala.El genocidio produjo entre 500.000 y 800.000 muertos, tutsis en su mayoría, además de miles de torturados y mutilados, dos millones de refugiados fuera de Ruanda y otros dos millones de desplazados en el interior del país; es decir, en total, tres cuartas partes de la población. El dedo acusador del informe apunta al llamado Hutu Power (poder hutu), pero, hacia fuera, principalmente a Francia y Estados Unidos -enzarzados en su propia competencia-, además de a Bélgica, la Iglesia católica, la ONU o la inoperante OUA. Tan irresponsable fue lo que, desde fuera, se hizo como lo que no se hizo.
Cuando estalló la crisis ruandesa, EE UU estaba plenamente informado de lo que se avecinaba, pero se encontraba aún bajo el choque psicopolítico de su fiasco en Somalia, con 18 marines muertos en octubre de 1993 y las imágenes televisadas de sus cadáveres arrastrados. Pero este estado no debía haberle llevado a impedir que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tomara una posición clara y firme y ordenara una misión de paz. Ahí está uno de los orígenes del declive de la ONU en misiones humanitarias, pues la propia ONU, con Butros Gali a la cabeza, se paralizó. La crisis regional en los Grandes Lagos prosigue, cruelmente, hasta hoy.
Washington llegó a pedir disculpas; París, nunca. Francia no sólo apoyó al régimen corrupto del presidente Habyarimana, cuyo avión fue abatido el 6 de abril de 1994 disparando el genocidio, sino que, según éste y anteriores informes, conocía perfectamente lo que se estaba fraguando y dio la impresión a los tutsis de que "podían permitirse cualquier cosa". Facilitó así el Hutu Power, y por el pasillo humanitario que abrieron las fuerzas francesas en la tristemente famosa Operación Turquesa, pasaron no sólo los refugiados, sino los soldados y milicianos genocidas que regresaron por otro camino, a través de Zaire, para completar su terrible labor.
El Tribunal Penal Internacional que se creó a posteriori para juzgar a las decenas de miles de genocidas nunca podrá compensar lo que ocurrió, en parte por desidia de las potencias occidentales que no reconocieron el genocidio hasta después de ocurrido. Ha juzgado a 2.000 personas, pero aún quedan otras 120.000 en cárceles inmundas esperando que su causa sea vista. Como ya señaló un anterior informe de Naciones Unidas, "la comunidad internacional tenía las manos manchadas de sangre" y ha dejado a Ruanda convertida en un país de "muertos vivientes".
Lo ocurrido -como con la tragedia de Srebrenica, o incluso el caso de Kosovo- refleja que falta cultura (y medios) de prevención de conflictos en la comunidad internacional. Se prefiere curar. Luego se acaba reconstruyendo, pero el mundo, como ha señalado el canadiense Stephen Lewis al presentar el informe sobre Ruanda, "no ha vuelto a ser el mismo". Aunque algo se ha hecho posteriormente -y, de nuevo, cualquier solución duradera deberá ser regional-, "en el mejor de los casos, Ruanda ha recuperado su status de país desesperadamente pobre y subdesarrollado".
aortega@elpais.es
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.