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Reportaje:

L'Aplec: oración y cierre

En marzo próximo hará 25 años que el pintor Paco Munyoç desertó del arte y alumbró L'Aplec en la calle Santo Tomás, junto a la Plaça de l'Arbre, corazón del valenciano barrio de El Carme. Pero la efeméride no podrá celebrarse en su día. La piqueta municipal no puede esperar y apremia para acometer la demolición del vetusto inmueble, arteramente abandonado por los propietarios al acoso del tiempo y de los meteoros. Hoy es ciertamente una ruina destinada al escombro y esperamos vivir lo bastante para ver cumplido el proyecto rehabilitador de ese paraje urbano, tan largamente demorado.El próximo lunes, pues, cerrará definitivamente sus puertas este espacio cívico que ha venido siendo desde su origen y simultáneamente lugar de copas, referente nacionalista, ateneo de izquierdas, parnaso y foro de debates, sala de exposiciones, escuela de convivencia y amparo de nocherniegos. Unos años con más brillantez, otros con menos, pero nunca ha faltado la componente cultural que ahormó su nacimiento y que ha constituido su singularidad, incluso en esta su hora crepuscular. Baste anotar que nunca dispuso de teléfono -"¿Y para qué quieres que te localicen?", justifica cazurramente el patrón- y el receptor de televisión tan solo se entronizó cuando el Dream theam del Barça forzó la claudicación. Eso sí, admitido como un pecado con su penitencia: siempre la han faltado líneas a la definición de la imagen.

Está previsto que para las exequias acudan los incondicionales residuales y también muchos de cuantos pertenecieron a las levas pioneras, aquellos y aquellas jóvenes que, a la caída de la tarde, se agolpaban esperando la apertura del local para respirar a pulmón tendido las primeras ventadas democráticas amenizadas por Raimón, Pi de la Serra, Lluis Llach y los cantautores que abonaban las libertades apenas degustadas.

Estos fieles de otrora advertirán que poco o nada ha cambiado en el marco que conocieron. Siguen intactos los altos zócalos de listones machihembrados, sólo que ennegrecidos por el barniz de la historia y del humo; y el piano que jamás desgranó una nota afinada; y la vieja estufa de leña que permanece en su rincón, y la sólida barra de pino, con las vetustas jarras de cerveza arracimadas y casi inéditas, sin faltar un toque floral -yedra, jazmín, adelfas- prodigiosamente fresco.

Echarán en falta las ausencias, entrañables todas, ilustres no pocas. En el capítulo de las añoranzas será difícil no evocar las ya lejanas, o no tanto, copas compartidas con Joan Fuster, Vicent Andrés Estellés y Vicent Ventura que, con mayor o menor frecuentación, gozaron de la calidez de la casa. O las pérdidas más recientes de Valerià Miralles y Pepe Aibar, animadores de tantas veladas. Acudirá a la memoria el tránsito de escritores, artistas y políticos de campanillas indígenas y foráneos que se sintieron seducidos por esta rareza de gusto por la disputa y de quienes queda constancia de una que otra agudeza o disparate.

Cierto es que, tanto como el atrezo y el estilo de la casa, se mantiene intacto el apego por el coloquio acerca de los asuntos públicos que a menudo alcanza cotas insólitas para los tiempos que corren y esta clase de lares. Debe ser por la insondable fuerza de la inercia. Pero, asimismo, se percibe que es muy otro el tono y el ardimiento. La fogosidad ha cedido en beneficio de la agudeza del mismo modo que aquellos jóvenes encrespados están pisando hoy la edad jubilar y el jazz que ameniza el ambiente ha desplazado a la música y letra del país.

A fuer de sinceros es posible que la piqueta municipal, burocrática e insensible, no sea otra cosa que el oportuno certificado de defunción, antes de que la vetustez y los cascotes acabasen con esta bella historia. No ha de ser casual, o tal se nos antoja, que simultáneamente con L'Aplec, desaparezca un lugar tan homólogo como Cervecería Madrid, que el café Malvarrosa haya emplazado ya su inminente clausura, aunque sea para renacer de sus cenizas, y Records de l'Avenir se reconvierta en ni se sabe qué. Las noches de Valencia ya no serán lo mismo, como en realidad tampoco lo es la bohemia que las habita. Este fleco de la transición ha tocado fondo. Lo celebraremos con cava y con la dosis justa de melancolía.

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