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San Millán, el castellano y la Historia.

Hace ya casi cincuenta años que el escritor Ramón J. Sender construyó su versión poética de la derrota republicana en la guerra civil frente a la historia inventada, sagrada y triunfalista que habían impuesto los franquistas tras su inmisericorde victoria en 1939. Se publicó primero como Mosén Millán (1953) y después con el título con el que se la conoce: Réquiem por un campesino español (1960). Millán, el nombre que Sender dio al cura en la narración, trae a la memoria, como han recordado algunos estudiosos de su obra, al patrón medieval de Castilla que intervino de forma sobrenatural al lado de Santiago frente a los moros, y al general Millán Astray, el fundador de la Legión Extranjera, siniestro dirigente de aquella cruzada de 1936, el de "¡Mueran los intelectuales!" y "¡Viva la muerte!". Para Sender, del Millán medieval al Millán de la última guerra civil habían pasado siglos, pero nada se había movido. Millán, el cura, representaba la inercia de esa historia de alianzas entre la espada y la cruz, sustancia de la historia de España.Todo esto viene a cuento porque varias docenas de diputados del Partido Popular se han juntado en San Millán de la Cogolla, cuna del castellano y, por lo que parece, de la historia de España, para tratar de encontrar, a finales del siglo XX y ante los peligros disgregadores de las historias nacionalistas, el tronco de nuestra historia común. Una "historia de consenso", se dice, hallar de nuevo la verdad y enderezar el rumbo equivocado.

El evento coincide con una leve polvareda levantada por un informe de la Real Academia de la Historia sobre los nacionalismos y la enseñanza de la Historia. Y ha coincidido también, aunque ignoro si eso preocupa a los académicos de la Historia, con los exámenes de selectividad, donde hay una asignatura obligatoria denominada Comentario de Texto Histórico. En mi universidad, con sede en Zaragoza, tierra fronteriza y de nadie, los estudiantes se examinan de Historia Contemporánea de España. Y lo que contestan muchos estudiantes en esa prueba, dicho sea de paso, nada tiene que ver con los "excesos" de las historias nacionalistas que pueden enseñarse, por ejemplo, en el País Vasco o en Cataluña y sí, y mucho, con la historieta simple y mediocre que en nombre del nacionalismo español nos hicieron engullir a muchos. Ya sé que es pura anécdota para una antología del disparate, pero un estudiante escribió hace diez días que Franco fue "un político dictador que logró imponer durante el reinado de Felipe II un régimen dictatorial". San Millán y Millán Astray; Franco y Felipe II.

La "historia de consenso" significaría subrayar lo que nos une por encima de lo que nos separa. Es decir, recordar la Reconquista, los Reyes Católicos, el descubrimiento de América, la grandeza de la monarquía imperial, hasta llegar al actual momento de felicidad en que nos encontramos. Y pasar a notas a pie de página los conflictos sociales, las crisis, las guerras civiles y, por supuesto, la dictadura de Franco, personaje al que a algunos les encanta recordar como el anterior jefe de Estado, dictador pero jefe de Estado, y no como a un general que, en vez de mantener la lealtad a la República, se alzó en armas contra ella y, junto con otros generales, Millán Astray, por ejemplo, llevó a la tumba a decenas de miles de españoles y levantó, la frase es suya, "un edificio hecho de cruces y de espadas". Nuestra historia común.

En todos los países capitalistas avanzados se ha intentado en la segunda mitad del siglo XX construir de una u otra forma una "historia de consenso", una "gran historia" que sirviera para reorientar las tradiciones que, a través de un proceso evolutivo y uniformador, vincularan al pasado con el presente. Nadie lo ha logrado. A las historias triunfalistas construidas desde arriba, con reyes, batallas, "tambores y trompetas", siempre le salían desde abajo las divisiones sociales, étnicas, lingüísticas, nacionales, religiosas y de sexo. Frente a la historia apologética del poder, utilizada y manipulada para generar una mayor lealtad de los ciudadanos a los dirigentes del Estado, surgió una historia social, enriquecida con los hallazgos de antropólogos, economistas y sociólogos, que escuchaba los ecos de todas las voces marginadas por la historia política tradicional.

La llegada de la "normalidad" a España, con una democracia estable presidida por una monarquía "normal" y democrática y una derecha "centrada", nos ha metido de lleno en esa búsqueda de la historia común que ya tuvimos por la fuerza de las armas y que ahora hallaríamos por consenso. El lado bueno, en fin, de la historia de la construcción del Estado español, con castellanos, andaluces, vascos, catalanes, gallegos y demás pueblos -murcianos y aragoneses también- contribuyendo a la gloria y grandeza de nuestro reino. Y dejando de lado la parte salvaje de esa historia, la de la secular alianza entre la espada y la cruz, tan lejana con la Reconquista y tan cercana con la Cruzada de 1936 y el salvador Franco.

Y mientras andan algunos preocupados por los "excesos" nacionalistas en la enseñanza de la historia y ansiosos de encontrar el consenso, nos topamos los historiadores-enseñantes con estudiantes que en el examen de acceso a la Universidad escriben que Hitler quiso crear una raza "aérea" o que Largo Caballero murió asesinado por ETA. Pura anécdota, como anécdotas son las abundantes faltas de ortografía que se observan de forma creciente en los últimos años.

El asunto es muy complicado y nadie parece tener la receta. Porque hay profesores de enseñanza secundaria y de bachillerato que bastante tarea tienen con mantener la disciplina en las aulas y cientos de estudiantes universitarios de Historia con 12 asignaturas al año, sin tiempo para detenerse en cosas tan elementales como la ortografía, la precisión de conceptos o la correcta escritura. Y los académicos tratando de corregir el rumbo desviado por los nacionalismos. Y la derecha centrada buscando un consenso, con reformas en la selectividad, en la enseñanza de las "humanidades" o en lo que se tercie. Cosas de académicos y gobernantes. Cosas de nuestra historia.

Julián Casanova es historiador.JULIÁN CASANOVA

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