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Un tratamiento sesgado

JOSU BILBAO FULLAONDOLa sociedad estatal España Nuevo Milenio participa en PH00 con una exposición desde el siempre acogedor Museo Nacional Reina Sofía. Bajo el titulo España ayer y hoy. Escenarios, costumbres y protagonistas de un siglo se busca establecer una comparación entre el pasado y el presente a partir de una interesante colección de fotografías. Inevitablemente, se han dejado muchas cosas en el trastero. Abarcar un siglo de fotografía requiere más de una edición de lo que, hasta el mes de septiembre, podemos ver en Madrid y cuando llegue el otoño, en Vitoria. Solo bajo esta perspectiva de futuro puede entenderse lo que se ha llevado a cabo. De otra manera es difícil explicar que, bajo la tutela de tres comisarios y un comité asesor de renombrados profesionales y especialistas, se estuviese ofreciendo una síntesis tan imprecisa. Se notan ausencias notables de las vanguardias, del pictorialismo e incluso del reportaje. Faltan además ámbitos geográficos significativos que terminan restando altura a una iniciativa de verdadero interés.

Tal y como queda patente en el voluminoso catálogo de la exposición, la narración se plantea de manera cronológica. Inexplicadamente, se divide el siglo en cuatro etapas iguales de veinticinco años. Según Miguel Urabayen, uno de los comisarios, es con objeto de "visualizar el pasado y comparar el presente a través de rupturas y saltos en el tiempo". Pero ¿qué rupturas?, ¿qué saltos? Si se trata de innovar la periodificación histórica, se requeriría una matización adecuada sobre estilos, corrientes y acontecimientos que aconsejen mojones a cada tramo. Temo mucho que no resulte fácil ofrecer una explicación razonada de este alegre reparto del siglo en cuarterones.

Aunque el método empleado presente ciertas aristas, las fotografías elegidas para la ocasión no desmerecen. La vida cotidiana, el costumbrismo, nos devuelve escenarios entrañables que reavivan emociones melancólicas. Los niños desnudos bañándose en la bahía de Cádiz, de Ramón Muñoz, la lectura del cuento o el pavero, de Miguel Goicoechea, son latidos íntimos de unos paisajes humanos inolvidables. El interior del comercio, de Ca Martiño, y el concurso de bolos en Asturias, de Modesto Montoto, además de su evidente valor documental, resultan igual de entrañable. La segunda parte se abre con un encierro de San Fermín, de Videgain. No tienen desperdició el baldeo del barco en Pontevedra, de José Manuel Castuera, un suave contraluz en el momento preciso en que el marinero se inclina en la borda para recoger el balde de agua con el que deja limpia la cubierta. Detrás llegan procesiones y ciclistas, un campo de aviación y la estación de tren en Lugo, prostitutas sonriendo y vendedores callejeros, pero ceden relevancia ante la triste escena de un niño recogiendo colillas del suelo. En este periodo de 1926 a 1950, también están varias imágenes del incomparable reportero de guerra Agusti Centelles.

En el tercer apartado domina un documentalismo estricto que pretende dejar atrás criterios pictorialistas muy arraigados hasta entonces. Las fotos de Catala Roca en la Plaza Mayor de Madrid, las de Xavier Mixerachs, Oriol Maspons o Gerardo Vielba, entre otros, arrancan un camino de innovación plástica. Son el preámbulo del último capitulo, donde estalla una fotografía cargada de reflexión e intenciones. Los contrastes de Xurxo Lobato en Galicia así lo ratifican. Los paisajes de Carlos Cánovas, los retratos de Rick Dávila o García Alix buscan un impacto premeditado. Lo mismo ocurre con las impecables imágenes de Koldo Chamorro o la máquina caliente de Cristina García Rodero, volcados los dos hacia una vertiente imprevista del reportaje en profundidad, un estilo que dentro de su espectacularidad modernista recuerda partituras del pasado.

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