Interrogantes genómicos
Parece que existe plena unanimidad en admitir que el desciframiento del genoma abre una nueva era para la humanidad. Y no sólo por lo que éste pueda representar para abordar terapias contra enfermedades hoy consideradas como incurables, los transplantes de órganos o el envejecimiento; también puede ayudarnos a desvelar los principios clave de la evolución de las especies y el carácter de las escasísimas diferencias genéticas que, al parecer, tenemos con otras que considerábamos, hasta hoy, muy distantes, como la mosca del vinagre.Quién nos iba a decir hace tan sólo unos años que lo que separa a este inmundo insecto de Katherine Zeta-Jones, Nicole Kidman o Nacho Duato, por poner algunos ejemplos ilustrativos, no era más que un insignificante porcentaje de genes. Pues así es, y me temo que asistiremos en los próximos tiempos a una avalancha de informaciones de similar cariz que pueden hacer temblar los cimientos del sistema, tal como hoy lo conocemos. Atención, porque el mundo feliz de Huxley puede estar mucho más a la vuelta de la esquina de lo que pensamos; incluso algunas historias de nuestra infancia, que parecían salidas de la desbordante imaginación de los escritores, como aquella de la rana que se convertía en príncipe, con un simple beso de la amada, podrían hacerse realidad. Tal vez ahora, más de una que yo me sé, harta ya de la adicción patológica de su marido por el fútbol, se atreva a intentarlo; y ello a pesar de que el escenario en el que tenga lugar tan agradable evento no sea ya la bucólica charca del cuento, sino un frío y aséptico laboratorio de biología molecular; uno de ésos que la ministra Birulés todavía no sabe ni que existen.
Por supuesto, la otra cara del genoma, la que se refiere a los peligros derivados del mal uso de la información, también existe: desde la posibilidad de crear clónicos humanos donantes de órganos en talleres clandestinos, hasta la proclividad, por parte de las empresas, para discriminar a sus empleados, en función de su predisposición, o no, a contraer determinadas enfermedades; pasando por la ampliación de la brecha que el descubrimiento del genoma puede provocar entre países ricos y pobres. Son asuntos todos ellos, como puede verse, de notable enjundia y para cuya adecuada respuesta se necesitarán grandes dosis de sentido común, convicciones éticas fuera de toda duda y una actuación decidida por parte de los poderes públicos. Sería, pues, harto pretencioso, y, seguramente, inútil, que un lego, como yo, intentara mediar en polémica de tanta altura.
No es ésta mi intención, desde luego, pero convendrán conmigo que existen, junto a estos grandes temas, otros que, sin serlo tanto, pueden alcanzar gran relevancia para el apacible discurrir de nuestra vida cotidiana, a poco que el genoma proporcione ahora respuestas plausibles. Veamos algunos de ellos (escogidos al azar, sobra decirlo). En el terreno político general, tomemos un guerrista, por ejemplo, ¿lo es, en realidad, por razones genéticas?; ¿será X. Paniagua ciscarista, por lo mismo? La marea neoliberal que últimamente invade la moderna España ¿arraiga aquí, más que en Francia, a causa de una predisposición especial a ello, grabada en el ADN de R. Rato y Cristóbal Montoro? El político corrupto, ¿nace o se hace? ¿Es Pedro J. malo por naturaleza, o se trata, sencillamente, de un problema de dinero y poder, como ahora piensan los amigos de Villalonga? Autonómico: ¿es posible que el poder valenciano en realidad nunca existiera, a causa de una alteración cromosómica propiciada por los mercenarios que acompañaban a El Cid? De no ser cierto esto, ¿cuál es el auténtico origen del meninfotismo local? ¿Y si, al final, resulta que Arzalluz no es vasco? Deportivo: ¿por qué la selección española siempre falla los penaltis en el último minuto, cuando los demás (a excepción de Holanda) no lo hacen? El hecho de que Mendieta no se canse nunca, y Raúl, sí, ¿puede tener ahora una explicación precisa? Sociológico: ¿se descubrirá al fin, para sorpresa de algunos, y desgracia de muchos, que el cromosoma femenino no guarda relación con ningún gen referido a las labores del hogar, y que la habilidad para planchar camisas, programar lavadoras y tender la ropa es algo que puede adquirir cualquiera, si está debidamente entrenado, independientemente de su sexo? Psicológico: esos personajes que, nada más verlos, percibes que son jilipollas, y luego, efectivamente, lo son ¿lo serán sólo por razones culturales?
Sí, ya sé que muchos se sonreirán ante cuestiones tan aparentemente baladíes, pero piensen seriamente: si, por una de ésas, averiguamos que, tras algunos de estos casos, lo que existe en realidad es una ligera dislocación del ADN, y que con una sencilla operación podría resultar suficiente, ¿cree realmente que el mundo, y usted mismo, será igual a partir de entonces? Por lo que a mí respecta, ayer me enteré de que la culpa de que no tenga aquella cabellera insultante que exhibía en mi juventud, y de la que ya sólo queda constancia en las fotografías de la época, es del gen SRD51A, que está en el cromosoma 5, justo en la parte de arriba. Ya sé que puede resultar un poco frívolo por mi parte, pero rogaría a los científicos que se dieran algo de prisa en acelerar sus investigaciones sobre el asunto. No creo que sea mucho pedir en un país que tanto presupuesto destina, y de manera tan eficaz, al desarrollo de la ciencia contemporánea mundial, como es por todos conocido.
Ciertamente, en el caso del genoma, no ha sido así, pero es porque estamos ocupados en cosas mucho más importantes; el avance científico no puede depender, como casi todo en estos últimos años, exclusivamente de nosotros. Esto es, seguro, lo que va a decir Aznar, de un momento a otro, como le sigan presionando sobre el asunto. Algunos se van a enterar.
Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.