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Baleares: el año que vivimos peligrosamente MIQUEL ROCA BENNASAR

La sociedad mallorquina cambia de casa, de consorte o de trabajo antes que de voto. El paso de cuatro victorias del PP al denominado pacte de progrés fue un leve movimiento de votantes, amplificado gracias al mecanismo poselectoral del todos contra uno. El despiece de las urnas de 1999 deja un margen de error muy reducido al actual Gobierno. Quizá dentro de tres años, ante el pelotón de ejecución de los votos, recordará siempre el hechizo de la toma de posesión: un Consolat de Mar, sede autonómica, atiborrado de gentes cansadas de una derecha que durante 16 años no tuvo otro objetivo que el de ir tirando, apenas resolviendo el día a día de una tierra con problemas complejos a los que no podía, no quería o no sabía hincar el diente. Seguramente no quería.En la política, como en casi todo, los augurios más hermosos se escriben durante la víspera. Un año más tarde, la pregunta es qué ha sido de quienes llegaron al poder desde las barricadas del nacionalismo o la ecología, algunos como personajes mal dibujados por un aprendiz local de Faulkner. En el reducido espacio de 12 meses, han intentado ocupar el centro del terreno, plantar la defensa y ver si por los extremos pueden llegar al área de los grandes nudos sin deshacer, siempre mirando de reojo al árbitro y a los jueces de línea de la contienda. La mayor tajada la ha conseguido Maria Antònia Munar, la presidenta del Consell de Mallorca, convertida en valija diplomática que va recogiendo todo cuanto los vasos comunicantes del pacto le entregan por la vía del traspaso de competencias a los entes insulares. Con 3 diputados de 59 parecía imposible que Munar y su grupo, Unió Mallorquina, gobernaran una institución: lo que no puede ser, puede ser, y además es posible en Mallorca. Aquel presidente del PP y de Baleares -Gabriel Cañellas- engullido por las oscuridades del túnel de Sóller no tuvo en cuenta ante Munar la vieja máxima: a los enemigos, no les toques salvo que sea para cortarles la cabeza.

La política balear, hasta Cañellas, parecía tener unas reglas estrictas e inmutables. Era como releer una novela, pero una mala novela de detectives. El pacte de progrés trata de alterar dichas reglas, lastrado por un precario equilibrio de fuerzas centrípetas. Ha sido un año lleno de riesgos, trampas y temores. Ciertos simpatizantes del pacto creyeron que un gobierno autoproclamado de izquierdas debía plantear de inmediato, nada más llegar al poder, algunas acciones que apuntaran otro ritmo de baile. La ecotasa, el impuesto sobre alojamientos turísticos, ha sido largamente consultado por un Gobierno de izquierdas nada más y nada menos que con la patronal, con tiempo suficiente para que los hoteleros pudieran rearmarse y cerrar filas. El tira y afloja gubernamental frente al millar de hoteleros tiene todas las de ganar, sobre todo por la composición política del Parlamento autónomo, pero también por los ecos de la polémica entre la población, contraria a unos empresarios de quejoso talante histórico.

La derecha intentaba deshacer en minúsculas migas el neonato pacto de progreso y, de golpe, los hoteleros han proporcionado al Gobierno una consistencia que sólo ofrecen en política los enemigos comunes. Pero muy pronto este Gobierno necesitará más madera para convencer de su bondad a los votantes de centro, centro izquierda, izquierda, nacionalismo y verdes. El impuesto turístico, en absoluto argumento estrella de los programas electorales del pacto, no será capaz de eternizarse. La tabla de multiplicar no puede ser durante mucho tiempo el libro de cabecera de Baleares.

En estas aguas nadamos los isleños, cuando el viento de poniente empieza a llegar cargado de príncipes, coristas, ricos de nuevo cuño, peninsulares de barca, bermudas y mocasín, para acompañar a los turistas europeos. Grupos de españoles sorprendidos, en la bahía de Alcúdia, de que uno de los cabos más septentrionales de Mallorca tenga el mismo nombre que los zapatos que se han comprado un par de semanas antes en tierra firme para el veraneo insular. A estos visitantes les da igual que Baleares tenga problemas de ordenación del territorio, luz, agua, carreteras, sanidad, educación... Buscan el mismo mar de todos los veranos. "Qué más te da no saber a qué carta quedarte si de todas maneras no te vas quedar", decía Bergamín. En septiembre, Farrutx volverá a ser el cabo que cierra la bahía de Alcúdia y nosotros, los isleños, volveremos a vivir peligrosamente si el Gobierno de progreso no decide discutir con alguien más que con los hoteleros.

Miquel Roca Bennasar es psiquiatra y profesor de la Universidad de las Islas Baleares.

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