Alameda rosa
TEREIXA CONSTENLAA estas alturas todavía hay gente que sufre porque le gustan los hombres o las mujeres y a terceros, que ni les va ni les viene, les escuece en su paticorta forma de encarar la vida. Tales terceros suelen ser los mismos que desprecian pieles de otros colores y, a veces, seres con los bolsillos vacíos, que vagan al margen de lo convencional. En los últimos seis meses, la plataforma gay-lesbiana SomoS ha denunciado tres agresiones contra su local sevillano.
La esvástica nazi y una pintada inconfundible (Maricones fuera del barrio) sobre la fachada de la sede es, para colmo, de una pobreza creativa que, si no fuera por su intolerancia, sólo inspiraría lástima. Pero sus amenazas pueden dar algún fruto. Guillermo Calderón, el presidente de SomoS, escribe en la publicación mensual Xtí que "si finalmente decidimos abandonar este local e irnos a otro más discreto habrán ganado los de siempre; nadie busca ser héroe". Los homófobos deberían haber acudido el miércoles a la fiesta organizada por SomoS en la Alameda de Hércules. El mejor antídoto contra una fobia es la mezcla y el conocimiento.
Con estas citas, sin embargo, ocurre lo mismo que en los mítines. Van los que ya están convencidos, nunca los que realizan las pintadas. Hasta la fiesta rosa, apoyada por PSOE e IU, acudieron algunas políticas como Concha Caballero, Kechu Aramburu y las concejalas de Sevilla, Susana Díaz y Paula Garvín. También un empresario de plena actualidad: el promotor del proyecto Río Torre, Emilio Díez Berenguer. La fiesta, animada por el grupo Soul Mama, fue la antítesis de la pintada. Un signo de normalización, de visibilidad, de que los armarios sólo están para guardar la ropa.
Los intolerantes, sin embargo, están empeñados en convertir en héroes a cada uno de los homosexuales o lesbianas que no se ocultan. Nacho Duato, por ejemplo, ha dado su salto más meditado y simbólico al hablar de su homosexualidad en una revista.
El pudor, el rechazo hostil o la intransigencia imprimen a su gesto un rasgo de valentía. Es lo triste. Ningún heterosexual tiene que salir a la palestra a dar explicaciones sobre sus gustos. A nadie le pintarrajean la fachada por acostarse con personas de sexo distinto al suyo. Los homófobos parecen creer que la cama de un homosexual es más pública que la suya.
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