A little night music
Teatre Grec. Barcelona, 26 de junio.
Música y canciones: Stephen Sondheim. Libreto: Hugh Wheeler. Dirección: Mario Gas. Dirección musical: Manuel Gas. Intérpretes: Vicky Peña, Constantino Romero, Montserrat Carulla, Jordi Boixaderas, Mònica López, Alícia Ferrer, Àngel Llàcer, Núria Canals, Miranda Gas, Albert García Demestres, Teresa de la Torre, Ana Feu, Anna Argemí, Xavier Fernández, Víctor Guillem, Maria Cirici, Víctor Pi, Rosa Renom. Escenografía: Jon Berrondo. Coreografía: Marta Carrasco. Vestuario: Antonio Belart. Iluminación: Quico Gutiérrez. Traducción: Roser Batalla y Roger Peña. Teatre Grec. Barcelona, 26 de junio.
Un musical a fuego lento
Seleccionar una obra para el estreno de un festival es siempre una cuestión difícil. Y más aún en una ciudad como Barcelona, donde hay demasiada gente a la que contentar y una necesidad perentoria de bombo, platillo y chupinazo para dar impulso a un intenso mes de estrenos. Ésta es, además, la primera inauguración de Borja Sitjà, el nuevo director del festival de verano Grec, que todavía no ha tenido tiempo de tomarle el pulso a una ciudad en un momento de transición escénica. En fin, A little night music parecía cumplir todos los requisitos. Una obra con prestigio, musical, divertida, para 18 intérpretes y con dirección de uno de nuestros mejores directores. Lo que seguro que le falta en este momento a A little night music son días de ensayo, y es que la obra está por ahora sólo apuntalada.Shakespeare, Bergman, Sondheim, Wheeler... son sin duda nombres más que suficientes para confirmar como mínimo una voluntad de calidad. A little night music parte del Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, del que, a través de la sabia mano dramática de Ingmar Bergman, se reconocen, tergirversadas, trasladadas a la Suecia de finales del XIX, las jugarretas del amor. Hugh Wheeler (el libretista) y Stephen Sondheim (música y letras) reelaboraron la película de Bergman y crearon un musical que se estrenó con un éxito progresivo en 1973 hasta culminar en un alud de Tonys. La mayor parte del mérito es, sin duda, de la música de Sondheim porque, entre canción y canción, los diálogos, pese a algunos gags francamente brillantes, quedan convertidos en mero pretexto.
La historia es simplemente un enredo picante, en el que aparece una abuela (Montserrat Carulla) que en su juventud fue un pendón desorejado y que ahora vive lujosamente de las rentas de sus viejos amores venales. La hija (Vicky Peña) es hoy una actriz famosa por su talento y por sus múltiples amoríos: antiguo el del abogado Egermann (Constantino Romero), actual el del Conde Malcolm (Jordi Boixaderas), dos hombres casados con mujeres que, pese a su hermosura y juventud (Alicia Ferrer y Mónica López), tienen que competir con la fama libertina de la ya no tan joven actriz. Completan la fauna enamorada el hijo de Egermann, pastor protestante (Àngel Llàcer), y la hija natural de la actriz (Miranda Gas), además de algunos criados que no le hacen remilgos a un revolcón.
El caso es que, para que el enredo sea tal, tienen que acabar encontrándose todos en la mansión de la abuela en un fin de semana en el que descubrirán su verdadera inclinación amorosa.
A little night music conserva en su desarrollo escénico el tono bergmaniano, ese aire de tiempo en suspenso, como surgido de una obra de Chéjov, que lo caracteriza. Pero el humor finísimo, construido sobre unos personajes que se debaten, como la burguesía decimonónica, entre las buenas maneras y la sensualidad desenfrenada, queda constantemente roto por las canciones. Hay, además, un larguísimo planteamiento del enredo, toda la primera parte, que acaba con el anuncio del fin de semana en el campo. Pero la segunda parte no se desmelena y, aparte de algunos momentos hilarantes, se mantiene esa lentitud de desarrollo que raya en la pesadez.
Corta de ensayos
A little night music va corta de ensayos. Es evidente que mejorará, pero no en el Grec, sino cuando se estrene en temporada. Es evidente porque a Mónica López y Jordi Boixaderas les falta apenas un punto para estar soberbios, y Montserrat Carulla y Vicky Peña tienen algunas secuencias brillantes, que se van acumulando sobre todo hacia el final de la obra. El resto de la nómina cumple, sencillamente, sin excesos de brío. No está todavía ligada la mayonesa, y las canciones y los diálogos se intercalan de una forma bastante torpe, como si se hubiesen juntado en el último momento.
Cuesta entender el porqué de esa escenografía tan aparatosa que ha ideado Jon Berrondo, compuesta de mamotretos rodantes que avanzan y retroceden en escena para crear los diferentes espacios. En muchos casos es absolutamente superflua y en otros, simplemente, estorba. Quizá en un teatro cubierto, técnicamente mejor preparado, la escenografía sea menos molesta, pero para el Grec, con los cortinajes ondeando al viento, está mal planteada. Al final hubo aplausos prolongados, y bises, pero no la sensación de euforia con que Mario Gas ha culminado muchos de sus espectáculos musicales. Falta acabar de cocer un espectáculo que ni musical ni teatralmente alcanza una cota equiparable a la de anteriores direcciones de Gas.
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Babelia
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