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PROSTITUCIÓN

Hipermercados del sexo

Luis Gómez

La tradicional imagen del pequeño club de carretera para solaz de camioneros está obsoleta. La moda está en los hipermercados del sexo.Son nuevos locales que amplían su oferta de servicios, como se expresa en alguna propaganda: "Soluciones de ocio para hombres que trabajan". ¿Qué significa soluciones de ocio? Que el local dispone junto a "200 señoritas que le ofrecerán la más grata compañía", de servicios tales como peluquería, gimnasio, marisquería, restaurante erótico, tiendas de prensa, joyería, sexshop y, para completar la oferta, lavado de coches. Estos y otros servicios (piscina y pistas de tenis, en algunos otros casos), es posible encontrarlos en las afueras de Jerez, próximos al aeropuerto, en uno de los grandes clubes con sus 35.000 metros cuadrados aptos para el sexo de pago, o en los que se agolpan en la nacional 332 no muy lejos de Denia, donde la oferta de chicas supera el centenar en cada caso. En las afueras de Madrid, en Barcelona en la autovía de Castelldefels, Palma de Mallorca o en el que popularmente denominan Pryca 2 en Salamanca. Algún nombre comercial va al grano: Ecopolvo (por económico que no por ecológico). Ya no son modestos locales sino inversiones multimillonarias propiedad de empresas interpuestas que usan diversas licencias fiscales, sea como restaurante, hotel o sala de fiestas. Esa práctica tiene un sentido: dificultar la labor de los jueces si pretenden cerrar el negocio. Si se cierra como restaurante, puede operar como hostal, por poner un ejemplo.A las siete de la tarde, uno de estos establecimientos goza ya de una actividad considerable. No es una hora inapropiada, es la mejor para no despertar sospechas, el momento adecuado para estar perdido en la ciudad en alguna gestión.El horario comercial también se adapta a los nuevos servicios. Es intensivo, desde la mañana a la madrugada, para dar respuesta a todo tipo de clientes, incluidos los adolescentes, habituales los fines de semana, según un empleado. En el exterior, el aparcamiento está bien nutrido: berlinas convencionales salpicadas por los inevitables Mercedes y BMW. Unos tipos corpulentos, bien vestidos, visibles auricular y micrófono, garantizan que el local es seguro. Puertas adentro, decenas de hombres con chaqueta y corbata entretienen el tiempo a media luz aparcados en algún punto de sus kilométricas barras, al lado de una copa, a la espera de recibir ofertas de cualquiera de las 200 señoritas que hacen como que esperan, charlan entre ellas, pasean incansablemente sus encantos envueltos en vestidos escasos de talla o se acercan con ganas de conocerte, chicas todas ellas que disponen de una pequeña llave para no tener que perder tiempo en trámites si el cliente está decidido a subir a la habitación. El techo del local sostiene una larga pasarela donde una música indefinida acompaña la actuación de una mujer que juega provocativamente ante una delgada columna de acero. La decoración del local, denominada cibersex, es un paisaje galáctico en cuyo suelo florecen decenas de enormes penes teñidos de pintura metalizada.

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Un negocio en expansión

Las mujeres dicen ser libres y sus porcentajes de ganancia rondan el 50% del precio del servicio, pueden cambiar de local o formar parte de los circuitos que se organizan entre locales para renovar la "mercancía". Algunos tienen su propio régimen interno, con multas por impuntualidad, días libres y sus periodos de descanso como consecuencia de la menstruación (todavía se practica el llamado "circuito de 21 días": cuando llega la regla, se aprovecha el periodo de descanso para trasladarlas a otro local). Las chicas saben que está mal visto tener un cliente asiduo.

La carretera sigue siendo el mejor termómetro de la nueva prostitución. Cualquier ciudadano evidencia cómo antiguos hostales han sido reconvertidos en clubes, cómo en el extrarradio de las grandes urbes florecen en un polígono industrial o en zona de nadie grandes superficies del sexo que se hacen notar y que difunden sus ofertas como cualquier otro negocio. Es una reconversión del sector que salta a ojos vista: en Colmenar (Madrid) convive un antiguo club con tres mujeres, junto a otro de nuevo cuño, que reune a 50. Un club de Valmojado (Toledo) ofertaba por 40.000 pesetas un fin de semana completo: entrada el sábado y salida el domingo, barra libre de copas y de chicas.

La Guardia Civil tuvo el año pasado la ocurrencia de contar las prostitutas que trabajaban en su demarcación y los locales dedicados a tal actividad. Sospechaba que el negocio está en plena expansión, estaba al tanto de nuevos proyectos en ciernes. Nadie lo había hecho antes. Cada comandancia fue enviando al Departamento de Análisis Criminal de Madrid los datos disponibles tras la correspondiente inspección ocular. La contabilidad dio un resultado: 953 locales y 9.590 prostitutas, el 90% de las cuales eran extranjeras. Dicho sondeo se limitaba a lo que conocemos como puticlubs de carretera. ¿Son muchas? ¿Son pocas? ¿Ha crecido significativamente su número? En Francia están censadas entre 15.000 y 20.000, de las cuales una tercera parte son extranjeras. El rigor contable termina en este punto: no hay más estudios disponibles. La Brigada Central de Extranjeros de la Policía menciona genéricamente 2.000 locales en toda España sin mayor precisión, lo que hace suponer que el número de trabajadoras puede superar ampliamente las 20.000. La prostitución sigue siendo un negocio de imprecisa aritmética: estamos hablando seguramente de cientos de miles de millones de pesetas ocultos al fisco si tenemos en cuenta que un pequeño local con 10 mujeres facturaba al año 155 millones, según otro cálculo de la Guardia Civil. La Guardia Civil volverá a contar locales y prostitutas este año. Lo hará para estudiar el fenómeno y documentar la sospecha: que el negocio se expande.

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