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Los anuncios resucitan éxitos musicales

Los 'spots' de televisión popularizan entre los jóvenes viejas canciones olvidadas

Diego A. Manrique

El automóvil pasa veloz ante un desdichado que barre en un desolado y viejo restaurante de carretera. El tipo sólo alcanza a oír una ráfaga del bárbaro Get up, I feel like being a sex machine, de James Brown, y convierte el lúbrico get up del cantante sureño en un gueropa que repite como un encantamiento. Y lo es: de repente, los escolares españoles se saludan gritando "¡gueropaaaa!" y sus hermanos mayores acuden a las tiendas solicitando la música del anuncio de Renault Clio. Que resulta ser una grabación del año l970, una de esas bombas atómicas de la música funky que los pinchadiscos se suelen guardar en la manga para reanimar una pista de baile algo lánguida y conseguir que alcance la temperatura de fusión.Otra vez ha funcionado la magia de la publicidad. No es ciertamente una noticia candente: desde principios de los años noventa, cuando la marca de pantalones vaqueros Levi's descubrió el poder de la música soul, los anuncios de televisión han sido el mejor canal para vender músicas antiguas y, paradójicamente, grupos novísimos.

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Las claves del 'gueropa'

Frente a la dinámica restrictiva de las radio-fórmulas, que limitan sus codiciadas listas a artistas de moda con gruesos presupuestos promocionales, los creativos de las agencias gozan de margen para elegir entre miles y miles de canciones memorables: aparte de temas de actualidad, cuentan con un archivo inagotable de clásicos del jazz, el pop, el blues, el rock, el soul, el funk, melodías de Broadway, la chanson, Hollywood, las horteradas veraniegas.

Con ese tipo de canciones, los publicitarios lo tienen fácil. De cada una de esas piezas existen todo tipo de versiones, lo que permite elegir el fragmento que mejor se acomoda a las implacables exigencias del anuncio, con sus escasos segundos para el estribillo.

La variedad de opciones facilita la negociación con las discográficas que detentan los derechos de sincronización. Unas empresas que, sabedoras del potencial reanimador de las campañas, suelen moderar sus exigencias económicas. Está, además, la práctica del cover. Es decir, la copia hecha a medida por anónimos músicos de estudio, a veces con vocalistas camaleónicos como Jordi Vila, capaz de imitar convincentemente a una gama de artistas que va desde don Antonio Machín a Elvis Presley.

Y si alguna editorial musical se sube a la parra o se niega a conceder la licencia para encajar tal canción, queda la posibilidad de contactar con los citados músicos y solicitarles una melodía similar, que evite por los pelos ser considerada legalmente un plagio en toda regla. Una práctica fea, cierto, pero muy en línea con la picaresca de que hace gala la industria musical.

Un ejemplo muy celebrado: MoviStar montó una campaña con Ain't no mountain high enough, un conmovedor dueto de Marvin Gaye y Tammi Terrell, cuyas intervenciones iban subtituladas. Universal, que posee las grabaciones de la difunta pareja, reaccionó demasiado tarde: otra multinacional, Sony, había conseguido permiso de la empresa de teléfonos pa- ra añadir la pegatina oficial -"contiene la canción de..."- a la banda sonora de la película Quédate a mi lado, un gran dramón protagonizado por las actrices norteamericanas Susan Sarandon y Julia Roberts. Cerca de 100.000 personas picaron y compraron un disco que, aparte de Ain't no mountain high enough, sólo contenía rutinaria música cinematográfica. Por un poco más dinero, los compradores podían haber adquirido un doble CD rebosante de inmortales interpretaciones de Marvin Gaye, pero la recopilación no llamaba la atención en el punto de venta, donde esas pegatinas son los mejores reclamos para el comprador ocasional.

Como el pasado año, la casa discográfica EMI ha publicado El mejor álbum de música de anuncios TV, una sabrosa colección que muestra las últimas tendencias de este concubinato. Se aprecia que ya ha decaído la benemérita tendencia de las bebidas refrescantes a utilizar juveniles grupos españoles con credibilidad indie, moda que tanto ayudó a acelerar la carrera de Dover, Australian Blonde o Undrop.

Se comprueba que teléfonos móviles y automóviles financian las campañas más omnipresentes, potenciadas por éxitos frescos o rancios. Sólo ese tipo de empresas tienen presupuesto suficiente para conseguir los derechos de Navidades blancas, de Irving Berlin, o God, de John Lennon. Esta última canción, tajante himno de descreídos, terminó vendiendo el modelo Golf de Volskwagen, una concesión que los lennonianos difícilmente perdonaran a su viuda ("pero ¿realmente Yoko Ono necesitaba otro millón de dólares?").

Para los que prefieren creer en la inviolabilidad de las canciones, queda el consuelo moral de algunos nobles resistentes empecinados. George Michael, Van Morrison, Manu Chao y los grupos Radiohead o REM se niegan tajantemente a ceder sus creaciones para usos publicitarios. Neil Young fue más allá y en 1988 utilizó el videoclip de su This note's for you para ensañarse con Michael Jackson y otras insaciables estrellas que venden su música.

Tom Waits es otro militante empecinado de la separación entre arte y comercio, dispuesto a denunciar a cualquier spots o jingles que imitan su voz cavernosa: ganó una cuantiosa compensación económica contra una empresa que recurrió a lo que en Estados Unidos conocen como un sound alike, aunque eso no haya impedido a una agencia española hacer recientemente algo similar.

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