Él nunca lo haría
EDUARDO URIARTE ROMERO
La trifulca entre el Gobierno vasco y el central nunca había llegado a la situación que ahora padecemos. Ambos gobiernos y los respectivos partidos que los apoyan eliminan el necesario matiz de diferenciación que debiera existir entre los debates partidistas y los institucionales, provocando un encontronazo de exasperadas consecuencias. La bronca sorprende por la falta de responsabilidad política. A la del Gobierno vasco ya estabamos acostumbrados, a la del Gobierno central no tanto. Es muy posible que la similitud sociológica de los partidos que apoyan a sus respectivos gobiernos nos lleve a esta similitud de comportamientos en el encontronazo.
Por parte del PSE se denuncia la gravedad de la situación y la necesidad de recuperar el tono institucional, recordando el papel de Pepito Grillo que ejerciera en el pasado Euskadiko Ezkerra, testimonialismo incluido. Y a la hora de potenciar actitudes serenas, ajenas al despecho, y de facilitar la retirada de Lizarra al PNV, el secretario general del PSE declara que no se van a aprovechar de la situación ni provocar vuelcos en los ayuntamientos donde el PNV rompa con EH. Es tan leal el PSE, abandonado en su día en la cuneta por un PNV que se tiró al monte con EH, que se merece el fidelísimo eslogan de la Protectora de Animales: Él nunca lo haría. El PNV, sí.
Se observan dos comportamientos en el bando constitucionalista. El PSE quiere favorecer la retirada del PNV de su avispero de Lizarra abriéndole salidas e, incluso, emitiendo el discurso de la necesidad de encuentro entre los gobiernos, donde él nada pinta. El PP, que se promociona como alternativa política al PNV, prefiere que éste no pueda escaparse de ese lugar y, a poco que le provoque, que el PNV no necesita ser provocado, se quede quieto a expensas de que el siguiente atentado le ponga de nuevo en una situación crítica.
El PNV, que clama que al PP no le importa que ETA continúe su práctica violenta, tendría que empezar a clamar hacia sus adentros que al PP también le interesa que ellos mismos continúen en Lizarra. Constituido el nacionalismo como un magma en Lizarra, la percepción del PP, y la de otros muchos ciudadanos más, es que la liquidación de ETA pasa por la derrota electoral del PNV. Y el que puso las circunstancias así en el tablero de ajedrez de la política vasca no fue ni el PSE ni el PP, sino el propio PNV.
El debate parlamentario del día 16, a la vez de confirmar los comportamientos de los partidos, constata la enorme dificultad de una posible salida política al atasco existente en la actual Cámara. Lo único destacable es que el PNV obtuvo una autonomía de la que antes no disponía, al escenificarse las diferencias con sus socios de Gobierno; demasiado poco. Se demostró que las distancias son enormes, que el lenguaje no sirve para entenderse y que el surrealista debate que se ofreció tiene su razón de ser y su sentido porque ya no existe terreno de juego marcado desde que el nacionalismo, el democrótico y el violento, decidieron liquidar el marco estatutario. Como cualquier escena de los hermanos Marx.
Desde aquel aciago momento en el que los nacionalistas democráticos optaron por la vía secesionista, la denominada "soberanista", y asumieron como conflicto político o manifestación del mismo lo que antes había sido calificado de terrorismo, el marco de las reglas de juego político, la legalidad vigente, quedaron seriamente debilitados y amenazados, y hemos ido asistiendo a un paulatino y silencioso golpe institucional. Que el Gobierno vasco haya llegado a plantear el terrorismo como parte del contencioso con España, junto al respeto del marco vasco de decisión, nos lleva a una situación de desligitimación institucional casi absoluta, que sería necesario recomponer.
En estas nuevas circunstancias, antes de embarcar a toda la sociedad vasca en un proceso de autodeterminación, como quieren los nacionalistas, lo coherente y prudente sería convocar elecciones bajo los lemas del Estatuto o del "soberanismo" como elementos primordiales de los programas. Vista la correlación de fuerzas se podría deducir lo que la ciudadanía desea respecto a su futuro. No se trata, pues, sólo de elegir a partidos, el que gobierna o el que pasa a la oposición; se trataría de que la ciudadanía decidiera entre el estatus actual o iniciar la vía secesionista.
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