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Crítica:RAÍCES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Habla andaluza o hablas andaluzas?

La publicación de este nuevo manual de saberes sobre la modalidad lingüística andaluza -Las hablas andaluzas- significa algo más de lo que marcan sus objetivos didácticos. Junto a la parte descriptiva, abundante y minuciosa, se deslizan opiniones que suponen también una toma de postura doctrinal sobre tan controvertida materia. El título mismo ya es una opinión elevada casi a categoría de principio, al marcar la pluralidad como elemento consustancial del objeto contemplado: el uso que del español hacemos en Andalucía. No deja de resultar curioso que se insista tanto en lo diferencial; mucho más que en lo homogéneo, que también existe.Si aplicáramos esa misma regla de tres al castellano de Castilla o al español de América, con las mismas tendríamos que hablar de "las hablas castellanas" o "los españoles de América", lo cual nadie hace. Y no es más chica la distancia que hay entre las hablas de México y Argentina, o entre las de Albacete y Burgos. La actitud, por tanto, de los autores de este libro, ya es claramente particular, e intencionada, en el arranque mismo.

LINGÜÍSTICA LAS HABLAS ANDALUZAS R

CANO AGUILAR Y M. D. GONZÁLEZ CANTOS CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN, 2000 170 PÁGINAS. 1.500 PESETAS

La insistencia en lo diverso y las matizaciones a lo común llegarán a ser tan frecuentes, que al cabo el mismo objeto de estudio parecerá que se nos disuelve entre las manos. Véase este pequeño muestrario: "La mayor parte de los rasgos lingüísticos andaluces, por no decir todos, son comunes a otras variedades del español". "No se puede encontrar ningún rasgo fonético común a todos los hablantes andaluces, ni que sea exclusivo de Andalucía". La famosa expresividad del andaluz, "en absoluto" será un rasgo propio; ni la tendencia a la hipérbole -exageración- en el habla coloquial . La riqueza léxica de los andaluces no será más que "supuesta". Lo mismo que su "supuesto" carácter innovador.

Como ven, no se atreven los autores a negar de plano algunas cosas, pero las minimizan todo lo que pueden. Incluso reducen la realidad cuando ésta les obliga a admitir elementos de mayor cohesión. Así, por ejemplo: "De todos modos, aspirar o perder esa -s (ese final de sílaba o palabra) sí parece ser compartido por la casi totalidad de los andaluces" (Los subrayados son nuestros). Aun en un rasgo tan claro y relevante como el de nuestra ese (dental y no apical, como la castellana) después de admitir que "es el que diferencia de una forma más clara a casi todos los andaluces", algo parece empujarles a matizar de inmediato que también es propia de Canarias y de América y, por supuesto, que no es tampoco aquí única, sino que se realiza de múltiples maneras, desde Sevilla hasta Almería.

Verdad científica

Cierto todo. Indiscutible. Pero ¿por qué no se pone el énfasis en el elemento cualitativo básico (que es lo dental frente a lo apical) para resaltar eso que sí es indiscutiblemente peculiar de Andalucía? Ese mismo celo por la verdad científica nos permite ir rastreando otras muchas características con las que se podría configurar una impresión de conjunto distinta por completo. Claro que la intencionalidad no sería entonces la misma.

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Veamos. Además de la ese dental, de la aspiración de la ese final, se podrían arrimar otros rasgos: el carácter minoritario de la jota velar castellana (frente a la dominante aspiración andaluza); el yeísmo, universal salvo islotes pintorescos y residuales de lleísmo; la geminación de ciertas consonantes (trattor, por tractor); la caída de d intervocálica (comprao, comío) y la caída de otras consonantes en posición final. Inmediatamente nuestros dos autores acudirán al expediente de que "eso" también existe en otras partes de España o América.

Frente a libros como éste no sería descabellado decir: ¡cuánta verdad dicen, pero qué poca razón tienen! Con los mismos mimbres que estos autores nos sirven tan generosamente, se podría componer un discurso diametralmente opuesto: la abundancia y la diversidad de rasgos andaluces permiten agruparlos por haces cuantitativos, entre los que siempre habrá algún elemento común, de uno a otro, que acaben construyendo una cadena, de Este a Oeste y de Norte a Sur.

Poco amor por lo andaluz destilan estas páginas. Claro que eso no se le puede exigir a nadie. Ni muchísimo menos hallaremos nada que conduzca al reconocimiento de una norma culta andaluza para uso de escolares, locutores y artistas de la palabra. Esto se deja, todo lo más, a la inercia de los hablantes cultos. Largo me lo fiáis, señor. Suerte que, aquí y allá, encontraremos verdaderas perlas en este mismo libro que, como decíamos, apoyarían tesis y actitudes contrarias. Admiren ésta, de Manuel Alvar, formulada tras señalar que la existencia de rasgos andaluces en otras áreas del español, ya sea en Salamanca, Puerto Rico, Murcia o Canarias, no impiden que el andaluz tenga consistencia propia: "No creo que ningún aficionado a la dialectología confunda a un hablante de Las Palmas o de Cartagena con otro de Málaga". O lo que es lo mismo: Eppur si muove.

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