_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A corto o a largo

El Parlamento Vasco ha decidido que debe constituirse una mesa de partidos para que ésta ejerza las funciones que son privativas del Parlamento como foro de diálogo entre partidos, siempre bajo la aceptación inequívoca de unas reglas de juego democráticas sin referencia al marco constitucional o estatutario que lo legitima. Es una nueva manera de hacer política, dice Eguiguren. Debe serlo.La cosa pública es de los políticos en una democracia. Aquí, sin embargo, hemos confundido los papeles y todos hacemos un poco de todo, y lo hacemos todo más o menos mal. Cuando pienso ahora en los políticos, no pienso en los nuestros, pienso más bien en general. Los políticos en el umbral de siglo son como una gran empresa. Ya no existe aquello de las estrategias y las tácticas de los tiempos en que se hacía mermelada de fresa y había ideologías. Ahora la política es una gran empresa. En ella debe haber un consejo de administración, un equipo directivo, gabinetes de estudio y los "señores trabajadores" que diría el de Amorebieta. Aquí no. Aquí, lo mismo un historiador te pide la dimisión de Arzalluz -lo que, bien mirado, debieran haber hecho hace tiempo los políticos directivos sin miedo a "inmiscuirse en asuntos internos"- como un político te inventa una nueva manera de hacer política, sin enmendarse ni a Dios ni al diablo. Claro, con todo esto, aumenta la confusión entre la ciudadanía, que, harta del asunto, prepara los trastos para irse a la playa.

Si Eguiguren y su partido hubieran hecho antes las consultas pertinentes, si hubieran hecho trabajar a sus gabinetes de estudio (pongamos que los tienen), si no les hubiera apremiado el plazo corto de desmarcarse del PP y hubieran pensado a largo plazo, les hubieran dicho posiblemente que en este país son dos los problemas sustantivos que padecemos, y que cualquier nueva política que se precie debe comenzar por resolverlos. En primer lugar, el de la democracia; y en segundo lugar, el de una sociedad con culturas distintas que tienden a agrietarse. Ni en lo uno ni en lo otro incide la propuesta socialista.

Si un solo hombre está en peligro, la democracia lo está también. Aquí, no uno, cientos de personas entre políticos, periodistas, etc. están en peligro amenazados por ese Estado tenebroso en la sombra que es ETA. La democracia está en peligro. ¿Qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos defendido, primero, a quienes iban a la cárcel con Franco -también una minoría- o eran condenados a muerte? Pedíamos libertad y amnistía. También ahora. La estrategia que conocemos como "de Lizarra" ha aumentado la amenaza y el peligro. Es hora de exigir que se disuelva. Y frente a ello, como en los setenta, defender la libertad, la amnistía (para los ahora amenazados) y el Estatuto de Autonomía. Defender las instituciones, el estado de derecho, y obligar a que el PNV, máximo beneficiario de ellas, las defienda también. No sacar el debate del Parlamento Vasco en un nuevo juego de deslegitimación institucional.

Y, luego, un tema más complicado. En Euskadi hay dos culturas identitarias: la vasquista y la españolista. Para que una democracia funcione, ambas culturas deben diluirse institucionalmente, como ocurría hasta 1997, cuando los partidos se dirigían a todos los vascos indistintamente, a todos los que "vivieran y trabajaran en Euskadi"; cuando se fomentaba una identidad binaria a través del bilingüismo que ha tenido su éxito. O, si se consolidan institucionalmente (partidos que se dirigen a los "vascos auténticos" y otros que hacen gala de su españolidad), en ese caso deben institucionalizarse las decisiones por consenso (como ocurre en Suiza o Bélgica). Aquí, ambas culturas tienden a institucionalizarse, y, sin embargo, sería imposible crear instituciones de consenso intercultural. La única solución es volver al punto de partida: fomentar institucionalmente la profusa interpenetración de ambas culturas.

A partir de ahí, que trabajen los directivos de la política. Pero el PSE está errando el tiro (con perdón).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_