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¿Por qué han vuelto los GRAPO?

El terrorista más buscado nunca se parece a su fotografía. Da igual que la policía cuelgue miles de carteles por aeropuertos, comisarías o pasos fronterizos; al final que siempre llega -el día de la captura o de la muerte tras un tiroteo- se vuelve a comprobar que tenía otra mirada, otro corte de pelo, un rostro distinto. Lo único que nunca cambia es la huella de sus dedos. A través de ella -olvidada en las cachas de una pistola, el metal de una bomba o el volante de un coche-, la policía va conociendo su trayectoria de crímenes y huidas. Es el caso de Fernando Silva Sande, el militante más activo de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO).Desde que se fugó de la cárcel de Granada en la madrugada del 31 de marzo de 1992, el terrorista nacido en Carnota Adraño (A Coruña) hace 46 años ha asaltado furgones blindados, atracado bancos y secuestrado al industrial Publio Cordón, cuyo paradero, cinco años después, es una incógnita que quizás sólo él -encargado de su liberación tras obtener los 400 millones del rescate- será capaz de despejar. Siempre armado, siempre a cara descubierta, sin guantes ni atisbo de duda, la historia de Silva Sande se parece bastante a la de la organización que le da cobijo.

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Él y otros terroristas -una veintena, según cálculos del Ministerio del Interior- se encuentran actualmente en paradero desconocido, armados con pistolas y escopetas antiguas, robadas a la policía o conseguidas en el mercado negro, provistos de bombas de fabricación casera y con escasos recursos para sobrevivir. Otros 31 miembros de la organización siguen presos. Algunos de ellos -Francisco Brotons Beneyto, por ejemplo-, desde hace 22 años. Hay también otro grupo: el de los que, después de 16, 17 o 18 años entre rejas, acaban de salir a la calle.

Uno de ellos es José María Sánchez Casas, fundador de los GRAPO y durante muchos años uno de los líderes indiscutibles de la organización, primero fuera y luego dentro de la cárcel. El rostro de Sánchez Casas, sentado el viernes en una cafetería de Cádiz, ha cambiado mucho. Igual que el de Silva o el de Brotons. Sin embargo, la ideología de los tres sigue intacta, sin señal aparente de cansacio, arrepentimiento o derrota. Como la huella que nunca cambia.

Los GRAPO surgieron en los años sesenta. Unos cuantos radicales escindidos del PCE -marxistas leninistas para más señas- se reunieron en Bruselas y fundaron la Organización de Marxistas Leninistas Españoles (OMLE). Se autodisolvieron en 1975 para fundar el Partido Comunista de España Reconstituido (PCE-r). Ese mismo año, con Franco a punto de morir, el PCE-r celebró su primer congreso y acordó la creación de una "sección técnica" o brazo armado del partido: los GRAPO. Veinticinco años y 80 víctimas después, los miembros de la organización siguen manteniendo la misma ideología e idénticas normas de conducta. Hay algo en lo que, sin proponérselo, coinciden Sánchez Casas y dos altos cargos de Interior -un jefe de la policía y un mando de la Guardia Civil-: los GRAPO siempre antepusieron sus ideales -la lucha de la clase obrera- a los intereses personales. Para el ex dirigente de la organización terrorista, por una cuestión de coherencia política; para el resto, por una extraña suerte de fanatismo sectario que los hace vivir casi del aire, relacionados entre sí -son frecuentes las parejas entre miembros de la banda-, tan obsesionados con su lucha que prefieren pasar hambre a tocar parte del botín. "Me pasó a mí antes de entrar en la cárcel y estoy seguro de que no ha cambiado", recuerda Sánchez Casas. "Yo vivía en la clandestinidad, con mi compañera y mis dos hijos, entonces muy pequeños. Sólo disponía de las 15.000 pesetas que me entregaba el partido a principios de cada mes. Me acuerdo de que una vez nos quedamos sin dinero. Ni un duro, ni para papillas. Junto a nosotros, en el mismo piso, había una maleta con más de 15 millones de pesetas producto de una acción. Ni a mi compañera ni a mí se nos ocurrió tocarla; habría sido el principio del fin. De ahí a convertirse en una banda de forajidos sólo hay un paso". El policía y el guardia civil asienten, sentados en sus despachos de Madrid. Uno de ellos cuenta la experiencia de un agente que, a mediados de los noventa, la policía consiguió infiltrar en los GRAPO. "Pasó hambre, mucha hambre", asegura el policía. "Había noches que se repartían una lata de sardinas entre tres, y a la cama". Ahora la situación debe ser muy parecida. A punto de acabarse el dinero de Publio Cordón, las últimas acciones constituyen una colección de fracasos. De nada les sirvió una campaña de extorsión iniciada en 1998 contra 150 empresarios. Tampoco consiguieron un duro en los dos últimos atentados contra furgones blindados en Leganés (Madrid) y Vigo. Así lo reconocen en su último comunicado, fechado el 5 de junio. "El objetivo de este operativo militar [el ataque al furgón de Vigo el 8 de mayo pasado] no pudo ser alcanzado debido a un error de cálculo. La activación de la potente carga explosiva destinada a inmovilizar el vehículo hizo que éste se desplazara más de cincuenta metros del lugar. A consecuencia de ello se inició un tiroteo en el que resultó herido uno de nuestros combatientes y muertos dos esbirros del capital [los vigilantes privados que intentaron repeler la agresión]".

José María Sánchez Casas, sentado bajo el sol de Cádiz después de tantos años a la sombra, dice que sí, que quizá el lenguaje esté anticuado, pero no los motivos que inspiran la lucha de sus compañeros en activo. "Hoy El capital está más vigente", sostiene, "que cuando Carlos Marx lo escribió". En un solo párrafo, el comando central de los GRAPO desliza las siguientes expresiones: "medios de propaganda de la burguesía", "Estado fascista e imperialista", "oligarquía financiera española", "situación de oprobio y esclavitud". Lo que más agrede, sin embargo, es lo de "esbirros del capital" para calificar a los dos jóvenes trabajadores que murieron por el fuego de sus pistolas. Sánchez Casas, un hombre sonriente, afable, que intenta ganarse a su interlocutor a pesar de la dureza de sus afirmaciones, se pone serio de pronto. "No, no", dice, "no es plato de gusto tener que utilizar la violencia. A ninguno de mis compañeros le gustaba matar. De hecho, si había alguno que le cogía afición a la pistola, lo apartábamos. La violencia era un medio que intentábamos evitar pero que constituía una respuesta a la violencia del Estado. ¿O no es también un asesinato que mueran unos trabajadores porque su empresa quiera ahorrarse el dinero de la seguridad?".

No aparecen por ningún lado los síntomas de arrepentimiento. ¿Mereció la pena pasar media vida en la cárcel, ser responsable de que otros dejaran de vivirla? "Esa pregunta", contesta Sánchez Casas, "no se puede hacer así, ¿mereció la pena?... Si uno ve a alguien que se tira de un cuarto piso, corre a intentar recogerlo en sus brazos. De nada sirve. El suicida se estrella contra el suelo y a uno se le parten los brazos. ¿Mereció la pena? Nosotros nos encontrarmos una situación y la intentamos corregir".

El ex dirigente de los GRAPO distrae su tiempo entre los recuerdos y la pintura. Intenta vender algún cuadro -"uno no es sólo de los GRAPO; también sabe pintar, y algo de teatro"- y gastar poco. Su situación, asegura, se parece bastante a la de los otros miembros de la organización que salen a la calle tras tantos años en prisión. Al margen de su predisposición a tirar de pistola, los GRAPO no tienen nada que ver con ETA. Los terroristas vascos, cuando salen de prisión, se encuentran con un entorno social que los protege, mantiene y da trabajo. Los de los GRAPO, en cambio, reviven al salir de prisión las penurias de la clandestinidad antigua. Y es esto precisamente lo que más preocupa a la policía. "No son muchos", coinciden los agentes consultados, "unos veinte, pero están armados y no tienen nada que llevarse a la boca. Necesitan cometer alguna acción para seguir tirando; Hacienda y las empresas de trabajo temporal constituyen sus objetivos favoritos, pero ahora su problema es más económico que ideológico. Necesitan dinero. Ya".

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